Refinería de Cartagena / Foto: Archivo | Foto: Reficar archivo

INFORME ESPECIAL

Reficar, 60 años de escándalo, desencanto y crisis

De una construcción privada en 1957 a una estatal en el 2015, la Refinería de Cartagena nunca ha dejado de dar de qué hablar.

3 de abril de 2017

De la vieja refinería de Cartagena quedan apenas unas torres que se ven más pequeñas, lejanas, opacas y tristes desde que a su lado brilla la nueva Reficar, una construcción que ocupa el espacio de 280 canchas de fútbol.

De una de las torres de la antigua refinería se ve salir una delgada línea de humo amarillo, proveniente de las operaciones de una empresa que produce derivados de gas y que Reficar intenta convertir en uno de sus proveedores.

A la distancia, pero aún lo suficientemente cerca como para ver las torrecillas sombrías y el humo amarillo, una especie de búnker de ladrillo diseñado para resistir el impacto de una explosión o cualquier otro accidente de la Refinería de Cartagena le sirve de centro operativo a los trabajadores de Reficar.

Un espacio amplio, fresco, blanco y con luces y puertas de laboratorio industrial le da lugar a cinco “islas” de computadores y sillas en las que se acomodan los encargados de monitorear el funcionamiento de la planta de refinación más grande y polémica del país.

Hasta allí les llegan incluso alimentos, para evitar que se alejen demasiado en caso de una emergencia o que con sus pesadas botas de seguridad, overol, cascos y gafas plásticas tengan que salir al ardiente sol de la zona industrial de Cartagena y al intenso calor que resulta de la operación de la planta y las típicas características de una ciudad costera.

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No muy lejos de aquella construcción están una serie de bloques prefabricados en los que ahora funcionan las oficinas, el restaurante y el hospital que en su momento contó con una sala de cirugía completamente dotada que “por fortuna nunca tuvimos que utilizar”, dice Ramiro Arenas, director encargado de gestión, control y soporte de la refinería.

Y es que los administrativos de Reficar destacan con gran orgullo que la refinería logró un récord cercano a mil horas sin accidentes incapacitantes.

Al lado de las oficinas está “la favela”, un conjunto de torres de contenedores pintados de blanco, cada uno con varias ventanas y una máquina de aire acondicionado que en su momento sirvieron como residencias de los trabajadores, quienes les impusieron el pintoresco nombre.  

Esos mismos trabajadores, durante la construcción de la nueva Reficar, solían tomar sus almuerzos y resguardarse del sol en carpas gigantes de techo blanco y de las cuales hoy 14 funcionan como bodegas, con todo tipo de materiales a la vista.

La refinería también es autosuficiente en energía y la mayoría de su poder eléctrico se produce con agua. En su momento, la unidad hidroeléctrica funcionaba como fábrica de hielo y agua empacada en pequeñas bolsas plásticas que sellaban y repartían a lo largo de las 140 hectáreas de extensión de la nueva planta para evitar que algún trabajador se deshidratara.

El agua fue tomada del canal del dique y ahora recircula por toda la planta. Enfría los productos derivados del petróleo que lo necesitan y mantiene húmedos esos otros, como el coque, que podrían quemarse con la más mínima chispa si se les deja secos.

Esa misma agua llega a los pozos de aguas residuales que tiene cada una de las 34 unidades, de las cuales pasan a la planta de tratamiento y el líquido que no regresa a la bahía vuelve para ser reutilizada en el proceso de refinación o en alguna de las cuatro turbinas que generan energía por vapor condensado y contrapresión.

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Reficar está construida con 45.000 toneladas de acero, material suficiente para hacer siete réplicas exactas de la Torre Eiffel de París, y fue prefabricada para que, ya en la planta, los obreros simplemente ensamblaran las partes como un gran rompecabezas que le debió ahorrar costos y tiempo a una refinería que costó cerca de tres veces lo planeado y se demoró 27 meses más que lo prometido.

Además del acero resistente, el agua hidratándolo todo y los cuartos resistentes a las explosiones, la Refinería tiene en una de sus esquinas, cerca a los tanques de almacenamiento, la Tea. Cuatro torres delgadas y largas de acero, cada una con una llama en su punta, producto de la quema de gases que si quedaran flotando en el ambiente podrían causar un accidente de grandes dimensiones.

“La gente le teme a la Tea, pero ella es la que nos mantiene a salvo, es nuestro seguro de vida”, es lo que explican los trabajadores del lugar.

La “joya de la corona” de Reficar es la unidad de hidrocraqueo. Una estructura que recibe uno de los derivados del crudo y lo convierte en diesel con la capacidad incluso de cumplir el estándar de calidad más alto del mundo: 10 partes por millón, conocido como “diesel ultra bajo azufre”.

No muy lejos está la “bomba presidencial”, la primera en comenzar su proceso de encendido y apodada así pues fue encendida por el presidente Juan Manuel Santos el 21 de octubre de 2015, más de dos años después de lo prometido.

Ese día se acabaron 27 meses de espera adicional a los cinco años que se dio de plazo a la contratista y US$4.023 millones de sobrecostos que tuvo la refinería desde que se firmó el contrato con la constructora, la firma norteamericana CB&I que en el 2007 prometió entregar la nueva Reficar en 2012.

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La planta tomó el nombre de Reficar en el 2006, cuando Ecopetrol enajenó el 51% de sus acciones y se las vendió al privado Glencore por US$643 millones y en 2007 la nueva Sociedad firmó el contrato de amplificación de la refinería con la polémica firma CB&I.

Sin embargo, Ecopetrol le compró nuevamente a Glencore su participación en la planta por US$549 millones en el 2009 bajo su filial Andean Chemical y no modificó ni renegoció el contrato que tenía con CB&I.

Hoy hay seis funcionarios de Reficar, trece miembros de su junta directiva, seis firmas contratistas y 18 miembros de la junta directiva de Ecopetrol investigados por la Procuraduría General y un número similar de investigados por la Fiscalía General por su relación con los cinco controles de cambios aprobados durante la construcción de la refinería y que resultaron en uno de los mayores escándalos de corrupción de la historia reciente del país.

La última de las 34 unidades de Reficar entrará en completo funcionamiento en abril de este año, más de un año después de que fuera entregada la planta y cuando a Reficar le falten cerca de 10 años para terminar de pagar las deudas que dejó su construcción.

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