Brigitte Baptiste, rectora Universidad EAN. | Foto: Pilar Mejia

VISIÓN

Las globalizaciones post-Covid-19

El disturbio global que representa el Covid-19 no proviene de los fenómenos asociados con el cambio climático, sino con el despliegue continuo de la conectividad molecular y genética de los organismos del planeta, modificada por las prácticas humanas.

2 de abril de 2020

Se oyen cantos de triunfo de quienes consideran que el Covid-19 es la evidencia de que la globalización es letal. Olvidan tres cosas: que nadie controla la conectividad de los sistemas complejos, que esta no solo proviene de las operaciones o lógica del mercado, y que la transformación social y ecológica del planeta lleva milenios y es irreversible simplemente desde el punto de la termodinámica, la demografía humana y sus mecanismos adaptativos.

La perspectiva de los desarrollos locales basados incluso en movimientos de resistencia a la ciencia, aduciendo que esta solo opera en lógicas cómplices con el capital y el modelo corporativo del mundo puede ser interesante desde el punto de vista experimental (ninguna ciencia rechazaría cuestionamientos) pero tiene el riesgo de lanzar a muchas sociedades a momentos de la historia que de seguro sus mismos miembros lamentarían.

La única excepción que puedo encontrar es la de los pueblos indígenas con tradiciones epistémicas, modos de vida y expresiones territoriales heterogéneas muy ajustadas con el funcionamiento ecológico silvestre, pero aun así hay facciones y diseños innovadores endógenos de esos modos de ser (casi todos usan celular hoy día, por ejemplo), algunos con indudable incidencia en las reflexiones éticas del resto de la sociedad. Algo similar ocurre con comunidades negras y otros modos de ser rurales, como en el caso de algunas poblaciones anfibias de los humedales centrales de Colombia o de la región costera, pero aún dentro de sus subjetividades y potencial de divergencia la noción de aislamiento, incluso parcial, es inviable. Por supuesto, para el 80% de los colombianos que vivimos en ciudades, es imposible.

El disturbio global que representa el Covid-19, curiosamente, no proviene de los fenómenos asociados con el cambio climático, sino con el despliegue continuo de la conectividad molecular y genética de los organismos del planeta, indudablemente modificada por las prácticas humanas que pusieron en contacto ARN que de otra manera tal vez no se hubiera encontrado, pero un resultado inevitable de la naturaleza biológica de la Tierra, que además continuará operando. Pero la demografía e historia culturales en la China son inexorables y la peste estaba predicha hace mucho, tal como muchos otros potenciales desastres a los que la humanidad debe prestar atención, incluido el choque con un asteroide, una o más erupciones volcánicas del tamaño del Tambora, las plagas de langosta que ya azotan el cuerno de África, o diversos fenómenos más o menos atribuibles a la torpeza ecológica humana, incentivada o no por la codicia. El peor de todos, obviamente, el caos climático. Los desastres, inducidos o espontáneos, son desastres a menos que haya una estrategia preventiva o de mitigación, el problema político es el tratamiento y la distribución del riesgo y de los efectos de la catástrofe, esos sí capaces de poner contra las cuerdas el modelo más crudo de la economía de mercado, ya que es imposible pensarlo como agente de regulación legítimo: es la justicia ambiental la que convoca al tratamiento material e institucional de las respuestas o compensaciones a que dé lugar la inequidad en estos aspectos.

Contra los efectos letales de la invasión de la Covid-19, la conectividad digital y el uso abierto y democrático de la tecnología, especialmente para evitar la consolidación de un sistema central de control de la población que tal vez funcione en China pero que no todos queremos ver implantado en todo el mundo. Por supuesto, tampoco queremos seguir siendo gobernados con la torpeza acientífica de otros líderes: en medio, quedan “los tibios”, quienes creemos de verdad en los pluriversos y para quienes la aparente falta de control y autoridad central representa el espacio de ambigüedad para la innovación social y ecológica, tal vez más lenta, pero distinta a la total fractura de la sociedad en grupos autárquicos descentralizados en permanente conflicto. Hay mucho espacio entre esos dos paradigmas y gracias a el Covid-19 podemos evaluar alternativas de sostenibilidad que ya venían en camino y que seguro se implantarán más rápidamente. Dentro de ellas tenemos al menos seis cosas.

1. La importancia adaptativa de las redes sociales y la conectividad digital del planeta. Debe profundizarse la interacción entre el Estado, la sociedad civil y las empresas de telecomunicaciones, así como los proyectos de innovación tecnológica y desarrollo de su potencial pacífico y democrático. La toma masiva de datos, su transmisión, almacenaje efectivos y gestión con calidad son el único camino para afrontar las crisis con presteza y ciencia.

2. Las proyecciones de consumo de materias primas y energía que se requieren para desplegar este nuevo mundo digital que se acelera y transforma la huella ecológica de todos los procesos productivos. La economía circular asociada con la economía digital es una prioridad, así como la innovación en reciclaje electrónico, la producción de dispositivos baratos para el internet de las cosas, la capacidad de modelamiento de Big Data con respuestas rápidas.

3. Los efectos sociales, económicos y ecológicos del aislamiento, probablemente más positivos que negativos, aunque cada tradición cultural los vivirá y resignificará de maneras muy distintas. Si la sociedad puede funcionar con menos movilidad masiva, menos consumo de combustibles fósiles, mejores patrones de distribución de bienes y servicios, esto significa que hay grandes posibilidades de transitar más pronto a modelos más sostenibles en términos de organización empresarial, trabajo y empleo, gestión del territorio o desarrollo inmobiliario. En particular, el despliegue del turismo requerirá una perspectiva menos masificante y de menor impacto ambiental, lo que redundará en calidad y conservación.

4. Los requerimientos de cuidado de poblaciones vulnerables, en este caso de personas de la tercera edad que no podrán retomar muchas actividades hasta tanto no haya unos mínimos de seguridad sanitaria. Podría suceder con otros grupos poblacionales en el futuro, especialmente minorías étnicas, siempre relegadas.

5. La redefinición de las urgencias y los actores designados para manejarlas, sus capacidades para liderar y manejar crisis, su inteligencia emocional y capacidad de convocar y guiar y articular colectivos para afrontarlas. De igual manera, la capacidad de las instituciones de formación en estos temas.

6. La capacidad de movilizar el sector productivo y manufacturero para construir equipos eficientes de manera rápida y de acceso abierto, fáciles de distribuir incluso para su elaboración descentralizada vía redes, impresoras 3D y otros recursos locales.

Otras globalizaciones son posibles, creo, no estamos destinados a una trayectoria de colapso ambiental a menos que no seamos capaces de diseñar e implementar rápido una transición civilizatoria de gran escala, pero que respete, mantenga e incluso produzca diversidad. Parece una contradicción, pero así funciona la evolución de los sistemas complejos….

Brigitte Baptiste, 

Rectora Universidad EAN.