Kweku Adoboli fue arrestado en 2011, acusado de hacer desaparecer US$2.000 millones. | Foto: AP

Economía

Cómo hacer desaparecer miles de millones de dólares

El juicio en Reino Unido contra Kweku Adoboli, el operador que hizo tambalear al banco suizo UBS, es una linterna que vuelve a arrojar luz sobre el oscurísimo mundo de las finanzas.

Alianza BBC
26 de septiembre de 2012

Los testimonios en una corte londinense, la Southwark Crown Court, y el correo electrónico que el mismo Adoboli escribió a sus superiores son reveladores sobre cómo hacer desaparecer una suma que quita el aliento: US$2.000 millones.

Todo comenzó en 2008, cuando al operador se le esfumaron unos US$400.000 en una transacción legítima. Para que esta pérdida no dañara su reputación (y su bonificación anual), Adoboli inventó una operación ficticia y manipuló las fechas de pago para ganar tiempo.

En busca de los fondos perdidos, invirtió dinero en productos riesgosos (donde el valor fluctúa mucho y la capacidad de pago es más dudosa) sin compensar el riesgo con inversiones más seguras.

Cuando las apuestas le salieron mal, todo se transformó en una bola de nieve.

Sin embargo, según el economista John Christensen, director de TaxJustice International y experto en regulación financiera, concentrarse en este caso individual es un error.

"¿Cómo puede ser que una entidad pierda miles de millones de dólares durante un largo período sin darse cuenta? Si una sola persona puede hacerlo, quiere decir que la institución no ofrece ningún tipo de seguridad: es una estructura llena de agujeros. No resulta plausible que sumas de esta envergadura se pierdan sin que haya connivencia de parte de la gerencia misma", le comentó Christensen a BBC Mundo.

Historia universal de la infamia


El escenario es típico de un tipo de delito multimillonario que se ha disparado en las últimas dos décadas.

Desde que en 1995 el inglés Nick Leeson provocara el derrumbe del banco de inversiones más antiguo del mundo, el Barings, fundado en el siglo XVIII, ha habido otras diez estafas por un monto superior a US$500 millones realizadas por un empleado de una entidad bancaria o corporación.

En este ránking del delito, que no incluye a financieras como la del estadounidense Bernard Maddoff, Adoboli figura en tercer lugar, solo superado por el francés Jérôme Kerviel de Société Générale en 2008 (unos US$6.000 millones) y Yashuo Hamanaka de la Sumitomo Corportaion, empresa líder del comercio de cobre en el nivel mundial.

En esta "historia moderna de la infamia", los dos casos más vistosos y emblemáticos son Leeson y Kerviel.

Leeson era la nueva estrella financiera del Barings en Singapur. En 1992 comenzó a hacer operaciones no autorizadas con el dinero de sus clientes: hacia final de ese año registraba pérdidas por unos US$3 millones.

Aprovechando una cuenta especial de Barings, Leeson ocultaba estas pérdidas que en 1994 habían dado un salto estratosférico hasta rozar los US$300 millones.

En enero de 1995, contra las cuerdas, Leeson hizo una apuesta desesperada en el mercado de Tokio para recuperar todo con un golpe de suerte. No previó -no podía prever- el terremoto de Kobe.

El sismo arrasó con los valores bursátiles de Japón: un mes más tarde Leeson se dio a la fuga. El agujero superaba los US$1.000 millones.

Once años después en París, Kerviel estaba a cargo de la adquisición y la venta de futuros en un sector del vasto mercado financiero, la "arbitración", que busca ganancias con la diferencia de valor de productos similares (en el caso de la moneda, por ejemplo, aprovechando las discrepancias de cambio que puede haber entre Tokio y Londres).

Según la Société Générale, Kerviel no neutralizó el riesgo de estas operaciones con inversiones seguras, como exigía el manual de conducta del banco. Lo que sí hizo fue crear transacciones ficticias que demostraban que se atenía a las reglas del banco.

Las consecuencias fueron monumentales. El banco se quedó sin US$6.000 millones. Los mercados bursátiles europeos registaron una pérdida del 6% en sus valores.

En octubre de 2010 Kerviel fue sentenciado a cinco años de prisión y una prohibición de por vida para operar en el mundo financiero. En junio de este año apeló a la sentencia: la corte francesa dará su veredicto el 24 de octubre.

¿Quién le da de comer al chancho?

El célebre dicho le echa la culpa no al chancho, sino al que le da de comer.

El argumento de Kerviel, desplegado en su autobiografía, "L'engrenage: Mémoires d'un trader" ("El engranaje: memorias de un operador"), es que el banco estaba al tanto de sus transacciones: lejos de ser un llanero solitario, sus superiores sabían qué hacía.

La defensa de Adoboli usa el mismo argumento y asegura que tiene correos electrónicos para probar que sus superiores sabían los riesgos que estaba incurriendo.

En ambos casos la fiscalía ha usado un arma de doble filo para buscar la máxima pena contra los acusados. Según los fiscales, tanto Adoboli como Kerviel estuvieron a punto de quebrar sus respectivos bancos al exponerlos a pérdidas superiores al valor mismo de las entidades.

No son pocos los que, sin disculpar a Kerviel o Adoboli, afirman que estos montos son tan exorbitantes que los bancos tendrían que estar en el banquillo.

"O los controles internos no funcionaron o los superiores hacían la vista gorda, o las dos cosas. Esto como mínimo. En realidad, es mucho más grave. La cultura interna del mundo financiero crea las condiciones para que se den este tipo de casos", le dijo Christensen a BBC Mundo.

Esta cultura se manifiesta en entidades individuales como UBS o Société Générale, en magos de las finanzas (ajenas) como Maddoff, en crisis sistémicas como la del estallido de 2008 o en el reciente escándalo de la manipulación de la tasa Libor por parte del banco británico Barclays.

"La complejidad del actual sistema es tal que este tipo de cosas pueden suceder nuevamente. El sistema es demasiado opaco", añadió Christensen.

"A lo que se suma que las expectativas de ganancias son tan exorbitantes que todas las instancias de un banco se encuentran bajo extraordinaria presión para asumir grandes riesgos con tal de cumplir con objetivos desorbitados".