No es en la ayuda climática donde podemos realizar el mayor bien y no es lo que quieren o necesitan los más pobres del mundo. | Foto: Bloomberg

Cambio Climático

Ayuda climática: no es prioridad para los más pobres

Análisis: “...desviar dinero para ayuda climática es inmoral. En un mundo donde la desnutrición sigue cobrándose al menos 1,4 millones de vidas de niños, 1.200 millones de personas viven en la pobreza extrema, y 2.600 millones carecen de agua potable y saneamiento”. - Bjorn Lomborg

21 de noviembre de 2015

En preparación para la cumbre del clima de París (COP21) en diciembre, países ricos y organizaciones de desarrollo se esfuerzan por unirse a las filas de moda de los países donantes en “ayuda climática”. Esto significa decirles a las personas más desfavorecidas del mundo, que sufren de tuberculosis, malaria o malnutrición, que lo que realmente necesitan no es medicinas, mosquiteros o micronutrientes, sino un panel solar. Es una noticia terrible.

El último en subirse al carro es el presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, quien anunció recientemente que el Banco gastará hasta US$29 mil millones al año hacia 2020 en proyectos para ayudar a los países receptores a enfrentar el calentamiento global. El presidente Obama ha prometido US$3 mil millones para ayuda climática; el Reino Unido está desviando US$8.900 millones de su presupuesto de ayuda exterior para el Fondo Internacional para el Clima para los próximos cinco años. Para no quedarse atrás, Francia promete US$5.600 millones anuales en asistencia relacionada con el clima para el año 2020, frente a los US$3,4 mil millones en la actualidad. Y el Banco Africano de Desarrollo planea triplicar sus inversiones relacionadas con el clima a más de US$5 mil millones al año para el 2020, lo que representa 40 por ciento de su cartera total. 

Todas estas promesas tuvieron su génesis en el caos de la Cumbre del Clima de Copenhague, hace seis años, cuando los países ricos hicieron una impulsiva promesa de gastar US$100 mil millones al año en "financiamiento climático" para los pobres del mundo hacia 2020.

El vicepresidente del Banco Mundial y el enviado especial para el cambio climático Rachel Kyte recuerda que los gobiernos simplemente inventaron el número simbólico para tratar de rescatar un acuerdo de último minuto: “Los US$100 mil millones fue una cifra tomada en el aire en Copenhague. Si piensa en la economía mundial y el reto para los ministros de Finanzas de los países desarrollados, no estoy seguro de que un número abstracto como US$100 mil millones sea útil”.

Eso no ha impedido que los gobiernos - y el propio Banco Mundial de Kyte - hagan todo lo posible para lograr el objetivo. El logro de US$100 mil millones al año en ayuda climática es ampliamente visto como fundamental para el éxito de la cumbre de París. Peor aún, este objetivo está transformando radicalmente el gasto en desarrollo. De la ayuda que analiza la OCDE - alrededor del 70% del desarrollo bilateral total mundial - ahora más de uno de cada  cuatro dólares va a la ayuda relacionada con el clima, por encima del 0,5% tal vez en 1980. 

Esto es profundamente preocupante porque desviar dinero para ayuda climática es inmoral. En un mundo donde la desnutrición sigue cobrándose al menos 1,4 millones de vidas de niños, 1200 millones de personas viven en la pobreza extrema, y 2600 millones carecen de agua potable y saneamiento, no es sorprendente que los más pobres del mundo en realidad no quieran ayuda climática. La ONU ha preguntado a más de 8 millones de personas en todo el mundo qué políticas priorizan. Tanto para todo el mundo como para los que viven en los países más pobres, el clima viene en el puesto 16 de 16, después de otras 15 opciones.

Las principales prioridades son la educación, mejor atención sanitaria, mejores oportunidades de trabajo, un gobierno honesto y sensible, y alimentos nutritivos y accesibles. Estas son áreas en las que cada dólar gastado puede aportar mucho beneficio. Es poco ético sacar dinero a estas prioridades y gastarlo en algo que quienes viven en los países más pobres dicen que es lo que menos quieren.

Más aún, la ayuda climática es una de las formas menos eficaces de ayudar. La reducción de carbono del Protocolo de Kioto podría haber evitado 1.400 muertes por malaria por alrededor de US$180 mil millones al año. Sólo quinientos millones de dólares en políticas directas contra la malaria como mosquiteros salvarían 300.000 vidas.

Suministrarles a los países más desfavorecidos del mundo paneles solares es una auto-indulgencia inexcusable de los ricos del mundo. Las fuentes de energía verde pueden ser buenas para mantener una única luz y para cargar un teléfono celular. Pero son inútiles para hacer frente a los principales retos de energía para los pobres del mundo.

Tres mil millones de personas sufren una terrible contaminación del aire interior porque queman madera y estiércol para cocinar, pero los paneles solares no pueden aportar energía a cocinas limpias. No pueden alimentar los refrigeradores que conservarán las vacunas y los alimentos para que no se echen a perder, y no pueden alimentar la maquinaria para la agricultura y las fábricas.

Y la mayoría de las energías renovables siguen siendo mucho más caras. Un estudio del Centro para el Desarrollo Mundial muestra que si en lugar de gastar dinero en energías renovables la usáramos en la electrificación del gas podríamos sacar cuatro veces más personas de las tinieblas y de la pobreza.

Abordar el calentamiento global efectivamente requerirá innovación a largo plazo, lo que hará que la energía verde sea accesible para todos, en lugar de nuestra obsesión actual de subsidiar paneles solares y turbinas eólicas ineficientes. 

En este momento, los países ricos están en una carrera por parecer verdes y generosos. A continuación, los países receptores van a empujar para asegurarse que reciban los fondos. Esto es inevitable y comprensible. Pero la verdad es que no es en la ayuda climática donde podemos  realizar el mayor bien y no es lo que quieren o necesitan los más pobres del mundo.

Bjorn Lomborg*



(*) Bjorn Lomborg es director del Copenhagen Consensus Center y autor de los best seller “El ecologista escéptico” y “Cool It”. Considerado una de las 100 personas más influyentes del mundo por la revista Time, una de las 75 personas más influyentes del siglo XXI por la revista Esquire y una de las 50 personas capaces de salvar el planeta por el periódico The Guardian, del Reino Unido.