Sincronización comercial

30 de octubre de 2007

Los flujos de comercio exterior colombiano ostentan una palpable desconexión de la política comercial del país. Este desencuentro genera costosas consecuencias de corto y largo plazo.

Se han desarrollado acuerdos con los países de nuestra región más próxima. Aquellos que tienen fortalezas y necesidades similares a las nuestras y, por otra parte, hemos dejado de constituirlos con aquellos países productores de los bienes que complementarían nuestra economía. En materia de importaciones, Colombia trae más de un 70% de éstas de países con los que no existe ningún tipo de acuerdo comercial, según datos consolidados del 2006. Esto, debido principalmente, a la yuxtaposición existente entre la demanda interna y la política comercial nacional.

Esta hipótesis adquiere relevancia si se examina el desarrollo de algunos países asiáticos con características, hace unos 50 años, similares a la colombiana en cuanto a industria, economía, población y educación. Algunos de ellos alcanzaron un nivel de desarrollo ahora envidiable, a través de la modernización y racionalización de su política comercial. Tal es el caso de Malasia, por ejemplo, que implementó una verdadera apertura económica en las décadas de los 60 y 70, favoreciendo el aprovechamiento de sus ventajas competitivas en industrias como la de los semiconductores. Los componentes de estos semiconductores gozaban de especial libertad, toda vez que se incorporaban a productos que eran parte importante de las exportaciones del país. Esto no solo permitió el aprovechamiento de las ventajas competitivas, sino que permitió la diversificación de las exportaciones hacia rubros de mayor valor agregado.

Teniendo en cuenta que un gran porcentaje de las importaciones colombianas durante el 2006 correspondió a insumos industriales, provenientes en gran medida de Estados Unidos, esta situación es aun más preocupante. Implica que los esfuerzos que están haciendo los nacionales para sacar adelante sus industrias no se están viendo incentivados desde la perspectiva comercial, al menos no en años anteriores.

Los incentivos al desarrollo y la competitividad industrial provienen de políticas gubernamentales que son precisamente las que deberán ser suprimidas más temprano que tarde, si se llega a implementar el TLC. Como la Ley Páez y el Plan Vallejo.

En este orden de ideas, se evidencia cómo el proteccionismo ha minado la competitividad nacional en el largo plazo, encareciendo los costos de la reconversión industrial de los insumos y materias primas, fundamentales para el desarrollo de la industria química, plástica y automotriz, principales motores de las exportaciones no tradicionales del país y de todas las demás industrias.

Con la implementación del TLC con Estados Unidos, empezaría a haber una alineación entre nuestra política comercial, nuestra demanda interna y la demanda externa por nuestros productos. Una vez en funcionamiento, podríamos mirar hacia la solución del resto del problema que estaría seguramente en la liberación del comercio con el bloque Europeo y con Asia.

En cuanto a las exportaciones, la falta de sincronía no cede. No solo alrededor del 70% de nuestras exportaciones ingresan a los mercados extranjeros sin amparo de acuerdo alguno, sino que un 12% adicional, ingresa a través del ATPA y del SGP que son medidas unilaterales tomadas por EE.UU. en beneficio de algunos sectores exportadores colombianos. Estas preferencias, cabe aclarar, no son beneficios derivados de logros patentes de la política comercial nacional, sino que provienen de las políticas comerciales de otros países y, ante los cuales, la gestión colombiana se limita a la sistemática e indignante petición de prórrogas.

Viéndolo de esta manera, casi un 85% de nuestras exportaciones está por fuera de cualquier acuerdo comercial gestionado por Colombia. Se evidencian una vez más los constantes esfuerzos por aliarnos únicamente con las economías similares a la nuestra (ALADI, CARICOM, CAN, G-3) y la carencia de esfuerzos en tiempos anteriores, o tal vez de resultados, en alianzas con los países que están recibiendo la mayoría de nuestros productos.

También se hace patente la necesidad de un TLC operante, que permita cobijar al menos la mitad de esas exportaciones desamparadas. En cuanto a las importaciones, los tratados comerciales permitirán no seguirle apostando a los mismos productos que alguna vez fueron protagonistas de nuestro comercio sino, por el contrario, tratar de lograr preferencias para los productos que se han venido fortaleciendo en los últimos años a medida que se abaratan aquellos indispensables para el desarrollo industrial y la modernización del país.




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