La antisinergia del empresarismo

24 de enero de 2007

Si algo nos quedó claro luego de la apertura económica de principios de los noventa es que nuestras empresas, principalmente las pequeñas y medianas, no estaban suficientemente preparadas para competir con la avalancha de importaciones surgida a raíz del derribamiento de tarifas arancelarias. Hoy, década y media después y ad portas de firmar el más importante tratado con nuestro principal socio comercial, el país parece no asimilar aún la lección.

Los últimos años se han caracterizado por un inusitado despertar del emprendimiento y la creación de nuevas empresas que sin percatarnos siquiera, se ha convertido en un arma de doble filo para el desarrollo económico. Por un lado, sus beneficios son incuestionables, tales como el empuje del sector industrial, la generación de nuevos empleos para un país con una oferta laboral que excede en 11% su demanda, el incremento de la calidad de vida, el aumento de una clase empresarial que dinamiza la economía y en general todos aquellas virtudes que trae consigo el nacimiento de nuevas compañías.

Lo que el país aún no comprende es que emprender por emprender no basta, llenarnos de pequeñas empresas para cerrarlas en dos años es un desperdicio de recursos y un lujo que no podemos darnos. Los índices de mortalidad de nuevas empresas son alarmantes y debería ser nuestra primera señal de alerta, su competitividad a veces no alcanza para disputar mercados locales con empresas locales y mucho menos podría enfrentarse a las grandes compañías procedentes de Estados Unidos atraídas por el TLC. La idea no es crear empresas para quebrar o generar autoempleo que, a la larga, sólo trae más pobreza. El camino correcto es promover el crecimiento de las pequeñas empresas que ya se tienen, para convertirlas en precursoras de la nueva industria nacional y lograr que sigan el camino de aquellas grandes empresas colombianas que hace mucho no nacen y que hoy se las estamos ofreciendo al mejor postor.

La clave de todo está en la estrategia de largo plazo, fomentar el crecimiento de aquellas empresas que le den valor agregado a la producción nacional, con una alta dosis de innovación y con mercados potenciales que las hagan perdurables en el tiempo y suficientemente fuertes para codearse con las multinacionales de alta envergadura.

Un ejemplo a seguir para el país es la iniciativa encabezada por la empresa privada de Antioquia, que identificó los cien sectores estratégicos en los cuales el departamento tiene claras ventajas competitivas para posteriormente promover el crecimiento industrial alrededor de dichos productos a través del fomento de sus clusters.

Hay cientos de ideas brillantes en manos de nacientes empresas que requieren no sólo de inversionistas de capital de riesgo sino de un verdadero acompañamiento para el crecimiento sostenido de su idea hecha negocio. La tarea pues, la tienen empresarios, gobierno y universidades, que focalicen esfuerzos y recursos en impulsar el crecimiento de pymes con futuro prometedor y no seguir avivando la aparición de un montón de pequeñas unidades productivas condenadas a ser devoradas por un mercado cada vez más exigente. No es lo mismo una gran empresa de dos mil empleados que crezca exponencialmente, que exporte al mundo, que beneficie su región por medio de tributos, y que se proyecte con una alta dosis de responsabilidad social, que doscientas empresas de diez personas cada una, que se vean obligadas a direccionar diariamente todos sus esfuerzos a la consecución de su capital de trabajo.

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