Entre Epulón y Lázaro

15 de noviembre de 2007

Podría pensarse que la pobreza es la cara anversa de la riqueza; que en la naturaleza como en la sociedad las fuerzas dialécticamente opuestas son un complemento que permiten el desarrollo, el crecimiento y la subsistencia misma de sus estructuras. Pero no, ni la pobreza es natural ni la riqueza es una bendición del cielo. Las dos fuerzas, que en realidad son una sola expresión de un sistema económico, constituyen una aberración del hombre que denota la explotación, la apropiación indebida y el saqueo indiscriminado por parte de unos pocos privilegiados del bien común. Como en la leyenda bíblica del rico Epulón y del miserable Lázaro, la fortuna -concentrada en manos de un inescrupuloso e ignorante- es la expresión de una sociedad enferma que hace del éxito económico la única razón para vivir. Por el contrario, Lázaro, indigente y menesteroso, aspira a saciar su hambre con las migajas que caen de la mesa. Capitalismo salvaje que hace del hombre una fiera para saciar sus más bajos instintos en el simple ánimo de saberse más que aquel que nada tiene.

O como en los tiempos modernos que vivimos la más cruda de las expresiones de injusticia social; hombres, mujeres y niños cuya única propiedad es su miseria arropada singularmente por una vieja caja de cartón que simula relegarlos del hambre, del frío, y del marginamiento social. Y aquellos, que sintiéndose amados por su Dios, viven en la ampulosidad de excesos económicos sin importarles que la humanidad se desmorona a su alrededor. Modernos Lazaros y revividos Epulones que en un juego inútil e inacabable no sacian su sed de lujuria o su inequívoca vocación de desheredados.

Como intemperante y escandalosa la realidad del pueblo colombiano y latinoamericano donde cada tres segundos muere un niño de hambre; un anciano muere abandonado en las frías calles bogotanas o bolivianas y un nuevo rico nace para gloria del sistema y maldición de la humanidad. Por que sus excesos se cimientan en los hombros de los cientos de Lazaros que pululan como zombis arrastrando su hambre, sus maledicencias o su propio terror de vivir Una sola moneda con dos caras que nos permiten expresar nuestro sentido desaliento por todas aquellas propuestas que pretenden acabar con los miserables del mundo. Toda moneda tiene dos caras y el sistema capitalista las tiene bien definidas: por un lado, la miseria ancha y espesa y por el otro, la riqueza, larga y egoísta. Por cada nuevo rico hay siete millones de miserables, por cada Epulón, que se niega a tirar las migas de su mesa, nacen ejércitos de desheredados útiles para sostener y mantener su emporio anticristiano. El capitalismo nada da sin antes haberlo quitado o negado a otros, sin antes condenar a cientos y centenares de hombres a padecer los rigores de un régimen que se sustenta en la voracidad insaciable de unos cuantos privilegiados.

Ninguna riqueza es santa en nuestro sistema económico y en algún lugar de ese eslabón quedan enredados miles de cadáveres que tuvieron que compensar esa descompensación económica. Es la lógica santa de la riqueza, de los Epulones que desdeñan a Lázaro y sienten generosidad en su corazón cuando algunas sobras de su mesa caen en las bocas llagadas del niño latinoamericano, de la madre ulcerosa y sifilítica que encuentra en su vientre la única opción de llenar el jarro vacío de sus senos. Por que la riqueza económica es la fuente de donde brotan todos los males sociales, la causa de que un niño sufra los rigores del hambre y haga de su vida un entretenimiento de circo para toda clase de públicos y espectadores. Como aquel niño que ofrecía su cuerpo para poder tomar una sopa y consumar el espectáculo triste de sus eternos días. Niño que después de prostituirse con el Epulón de turno recibía únicamente la compensación de un hambre reprimida en el calabozo infernal de su barriga infinita y omnipresente a la manera de un nuevo y redimido Lázaro.

A los latinoamericanos, como a gran parte del mundo, debe convocarnos la ineludible tarea de crear y generar un modelo económico que permita la convivencia sana y armónica; el disfrute de nuestros bienes naturales sin que ello signifique destrucción del entorno o del hombre. El modelo económico capitalista está hecho a la medida de unos cuantos Epulones que se alimentan de las guerras, el hambre ajena y la desesperanza social. Esa es una tarea ineludible para aquel que sienta que aun en su misma riqueza condena a sus hijos a vivir en un mundo de inseguridades en medio de toda la escoria social producida por sus propias inconciencias mentales.

peobando@gmail.com


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