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YITZHAK RABIN: LOS ARDUOS CAMINOS DE LA PAZ

"...TU ERAS EL PILAR DE FUEGO EN EL CENTRO DEL CAMPAMENTO". NOA BEN-ARTZI PHILOSOF Yitzhak Rabin tenía 73 años y había participado, directa o indirectamente en cinco conflictos:

JOSÉ E. GONZALES'
1 de diciembre de 1995

como soldado en la resistencia contra los ingleses entre 1939 y 1946, como oficial en la guerra árabe-israelí en 1948 como parte del Palmach, el cuerpo de élite de la Haganah, el ejército clandestino israelí; como comandante en jefe del Tzahal, el ejército de Israel, en 1967 en la Guerra de los Seis Días que anexó el Sinaí, las alturas del Golán y la margen occidental a Israel; como político en 1973 en la Guerra de Yom Kippur, que preservó la integridad del país ante el ataque de Siria y Egipto; y como ministro de Defensa en 1984 a cargo de la supresión de la Intifadah, el levantamiento palestino en Israel.

En todos los conflictos su vida estuvo en peligro, en todos sus enemigos eran adversarios históricos: árabes. De ninguno obtuvo, sin embargo, heridas graves.

El sábado 4 de noviembre de 1995 dos balas encontraron su cuerpo, en Tel Aviv, y terminaron con su vida. El perenne luchador dejaba una manifestación por la paz en la que participaron 100.000 personas. La mano que lo acechaba, al pie del estrado, a pocos pasos de su automóvil, en lugar de seguir la naturaleza de aquellas que nunca lo encontraron, la que los guardaespaldas estaban acostumbrados a buscar entre las multitudes, era la de un compatriota israelí, la de un igual, un judío.

"EL ÉXTASIS DE LA IRA"

Yigal Amir nació en 1970, tres años después que los soldados comandados por el teniente general Rabin tomaran el muro occidental del Templo de Salomón, el lugar más sagrado para el judaísmo, y cuando Rabin, como embajador de Israel ante los Estados Unidos, hacía esfuerzos denodados para despertar simpatía y apoyo de los norteamericanos a la causa de Israel, manteniendo el flujo de armas para la defensa de su país. Veinticinco años después, el estudiante de derecho, computación y teología, acabó con la vida de uno de los líderes más representativos de Israel-quien había ayudado a fundar, defender y preservar al Estado judío-, aduciendo que Dios se lo había ordenado porqué Rabin ponía en peligro la vida de otros judíos.

Amir, el segundo hijo de siete en una familia ortodoxa, nació en Tel Aviv y asistió durante su infancia y adolescencia a escuelas ultra ortodoxas que debían prepararlo para una vida rabínica. A los 19 años, sin embargo, la necesidad de combinar sus estudios con el servicio militar lo llevó por el camino del sionismo religioso. Como estudiante de Kerem B'Yavneh, Tina Hesder Yeshiva (una universidad de estudios religiosos de tiempo parcial), y miembro de la Brigada Golani, Amir pasó de la exclusiva discusión de la Torah a la inclusión de temas políticos con una perspectiva religiosa. Influenciado por una nueva corriente al interior del ejército israelí, cuya perspectiva del futuro del país ha abandonado el socialismo secular de los fundadores del sionismo por una visión más vinculada a la ortodoxia, y la represión de la intifadah, en la que muchos soldados de tendencia ortodoxa reconocían la amenaza contra Israel, Amir sembró convicciones de carácter violento comunes entre la derecha religiosa.

Luego de una estadía en Riga, Latvia, en donde sirvió como agente del Nativ (Sendero), un organismo de inteligencia dependiente del Liason Bureau de la Oficina del primer ministro encargado de proveer educación religiosa y rutas de escape a judíos en Europa del Este, Amir volvió a Israel en 1993. Alejado definitivamente de los estudios ultra ortodoxos optó por la Universidad de Bar-llan, concentrándose en leyes, computadoras y el instituto de Altos Estudios de Torah. En septiembre de ese mismo año, Rabin firmó el primer acuerdo con la Organización de Liberación Palestina (OLP) en miras a un proceso de paz cuyo inicio se selló con su histórico apretón de manos con Yasser Arafat en la Casa Blanca.

Para Amir, el gesto de Rabin fue el de la traición a la sagrada integridad de Israel. Desde entonces participó activamente en protestas y resistencia en los asentamientos de Cisjordania, radicalizando cada vez más su posición política.

Hacia abril de 1994, los opositores al proceso de paz del lado palestino, Hamas y Jihad, lanzaron una serie de atentados terroristas para boicotear el proceso causando la muerte de 150 israelíes e impeliendo a los judíos radicales a contraatacar. Siguiendo el ejemplo de Baruch Goldstein, un judío-americano que mató con una metralleta a 25 árabes e hirió a otros 125 en una mezquita en Hebrón en 1994, Amir se unió a Eyal, una subdivisión del ¡legal Kach, el movimiento fundado por Meir Kahane para expulsar árabes de Israel. Ayudado por una base ideológica y perseguido por una decepción amorosa, Amir empezó a

concentrar todo su interés en derrotar a los enemigos de Israel. Con su hermano mayor, Haga¡, y un puñado de camaradas del ejército inició planes para emprender atentados dinamiteros contra asentamientos palestinos y atentar contra la vida del primer ministro y el ministro de Relaciones Exteriores, Shimon Pérez.

Las convicciones religiosas del grupo les impedían, sin embargo, cometer el atentado sin la aprobación de un rabino. La justificación religiosa del atentado ya había sido asumida por el grupo: bajo la "Doctrina del Perseguidor" (Din Rodef), que exime del quinto mandamiento (no matar) cuando se trata de prever que un judío mate a otro, y la "Doctrina del Delator" (Din Moiser), que asume lo mismo cuando un judío se convierte en delator de gentiles, acusaban a Rabin y Pérez de ocasionar la muerte de judíos desde que el proceso de paz había desatado una ola de atentados terroristas y ponía en peligro a los asentamientos de Cisjordania. Necesitaban, sin embargo, una sanción específica que parece consiguieron. Luego de fallar en tres intentos, en enero, junio y septiembre, la mano de Amir encontró finalmente a Rabin en noviembre. Cuando su índice apretaba el gatillo, con la certeza del fanatismo religioso, Rabin había empezado a tener otro tipo de certeza, aquella basada en el éxito de la paz, en el camino que había empezado dos años atrás en Noruega.

LA RUTA A OSLO

Yitzhak Rabin era un sabra, un judío nacido en Israel, el primero en convertirse en primer ministro de su país. Como la generación de sus padres, socialistas europeos que fundaron el Estado judío huyendo de dictaduras y persecuciones y que creían en ideales de trabajo comunitario reflejados en el sistema de Kibbutz, fue educado en la filosofía de los dugri. En Israel ser dugri significa ser directo, honesto y simple al punto de la brusquedad; significa también privilegiar el fondo antes que la forma, el pragmatismo antes que la retórica. Esa fue la característica que guió a Rabin en su vida y su obra.

Luego de sus triunfos militares, entre otros el haber mantenido abierta la ruta entre Te¡ Aviv y Jerusalén en 1948 a pesar de perder el 70% de sus hombres y haber liderado la recuperación de Jerusalén en 1967, y de su éxito diplomático en Washington, inició una carrera política que se expandiría por más de 20 años, desde 1973 hasta su muerte, en las filas del Partido Laborista.

Una crisis política desatada por la falta de preparación ante el ataque de Siria y Egipto en la guerra de Yom Kippur de 1993, que provocó la renuncia de Golda Meir al premierato y de Moshe Dayan a la cartera de Defensa, lanzó a Rabin, entonces ministro de Trabajo, al cargo ejecutivo más importante del país. A los 52 años Rabin se convirtió en el quinto primer ministro de Israel, el más joven en la historia del país. Bajo su conducción, Israel superó las duras condiciones del embargo petrolero árabe e inició contactos con Jordania y Egipto para distender las tensiones causadas por dos guerras. Fue durante su gobierno que se rescató a los 100 israelíes secuestrados en Entebbe, Uganda, en la operación de comandos más espectacular de la historia. En 1977 fue obligado a renunciar luego que se descubriera la existencia de cuentas bancarias a su nombre y el de su esposa en los Estados Unidos, lo que entonces estaba prohibido bajo las leyes monetarias israelíes, posibilitando el acceso del Likud, el partido conservador, al gobierno.

En los siguientes siete años su trabajo político se concentró al interior del Partido Laborista, tratando de recuperar el sentido de compromiso con el espíritu nacional que los fundadores parecían no haber podido comunicar a nuevas generaciones. En 1984 el "Gobierno del Compromiso", la coalición del Likud y los Laboristas, lo llamó para enfrentar dos tareas que sólo un hombre de su rectitud parecía capacitado de emprender: el retiro de las tropas israelíes del Líbano, invadido en 1982 para apoyar el gobierno de los cristianos madronitas asediado por la unión de musulmanes y drusos que amenazaba a su vez a Israel, y la contención de la intifadah. El éxito en ambas tareas le posibilitó acceder al premierato nuevamente en 1992, cuando había empezado a cambiar radicalmente su percepción del "problema palestino".

Habiendo liderado la política de los "huesos rotos", que hacía referencia a las balas de goma usadas contra los palestinos, y las deportaciones como ministro de Defensa, Rabin llegó a convencerse de que la represión no era la salida para convivir con 1.7 millones de palestinos, centrando su campaña de 1992 en la necesidad de una paz concertada. Su perspectiva apuntaba a la eliminación del dominio militar de las zonas palestinas, la separación entre éstos y los israelíes apuntando a la posibilidad de crear un Estado palestino en el Medio Oriente.

El dugri en Rabin superó al soldado haciéndole entender, desde una perspectiva pragmática y realista y a su vez humanitaria, que la única vía de negociación era aproximándose al enemigo más acérrimo de Israel: la OLP y su líder Yaser Arafat como único interlocutor válido para negociar con los palestinos y acabar con la campaña de tres décadas de terror. A principios de 1993, la oficina del ministro de Relaciones Exteriores; su Némesis en el Laborismo, Shimon Pérez, inició contactos secretos con la OLP a través del Ministerio de Relaciones Exteriores de Noruega, conduciendo al reconocimiento mutuo de enemigos, la negociación abierta y el histórico acuerdo, Oslo firmado en la Casa Blanca en septiembre de 1993.

Para llegar a Oslo, Rabin entendió que el sentido histórico de Israel, definir su existencia a través de sus límites geográficos, había llegado a un punto crítico ante el reto planteado por el futuro de Cisjordania cuya población, mayoritariamente árabe (un millón comparado a 120 mil israelíes), y su rebelión reflejaban la imposibilidad de sumisión y ponían en peligro el fundamento del Estado judío, la existencia de una mayoría judía. Tal actitud coincidía con el cambio de actitud en la OLP que, habiendo perdido el apoyo de la Unión Soviética luego de la caída del Muro de Berlín, andaba buscando, en palabras de Arafat, "la paz de los valientes". En Israel nadie tenía más prestigio en tal sentido que Rabin cuyo pasado militar garantizaba la integridad del Estado. La iniciativa habría de chocar sin embargo, con los sectores conservadores y radicales en Israel.

Para un buen número de israelíes ortodoxos la Cisjordania forma parte indivisible de Israel desde que los orígenes bíblicos de la tierra prometida se remontan a los territorios de Samaria y Judea, precisamente aquellos en cuestión en los tratados con la OLP, cuyo "status final" -la creación de un Estado palestino, el derecho de inmigración de sus ciudadanos, su relación con Jerusalén y el futuro de los asentamientos judíos en Cisjordania y Gaza-, deberá ser discutido en Oslo 11 en mayo de 1996. El pragmatismo de Rabin, heredad de su naturaleza sabía en concordancia con la filosofía del Laborismo, chocaba con la ortodoxia religiosa obsesionada con el pasado bíblico de los territorios en cuestión; y con la resistencia del Likud que respondía políticamente al sentido religioso de Samaria y Judea, pero que reflejaba además el miedo de una mayoría que veía en la potencial entrega de Cisjordania, tan cerca de Tel Aviv, un peligro para la seguridad nacional y personal.

El proceso de paz había dividido a los israelíes equitativamente forzando al gobierno a recurrir a los cinco votos de parlamentarios árabes en el Knesset, el Parlamento israelí, para aprobar su avance. Tal maniobra política y la paranoica interpretación de sus consecuencias, alimentada en cierta medida por el Likud, alentaron las protestas y acusaciones de judíos fundamentalistas y guiaron a la mano dé Amir.

EL MIEDO AL FUTURO

Yaciente en el monte Herzl, donde descansan los restos de Theodor HerzI, el fundador del sionismo, Rabin logró algo que líder alguno en Israel fue capaz: reunir en Jerusalén a representantes de 80 países incluyendo al presidente Clinton y dos ex presidentes norteamericanos (James Carter y George Bush); al rey Hussein de Jordania que retomaba a la ciudad donde fue asesinado su padre (1951) por primera vez en 28 años; al presidente de Egipto Hosni Mubarak; y representantes de Qatar, Marruecos y Omán. De alguna manera Israel

recibía el pleno reconocimiento por el que había luchado en los últimos 47 años.

El sacrificio del primer ministro, el reconocimiento a sus logros reflejaban así la labor de su vida, la de aquél que pone todos sus esfuerzos en construir antes que preservar lo que no se debe, quien reconoce que en lo renovado existe una mejor alternativa de vida que en aquello que ha desgastado el tiempo. El cambio no encierra, sin embargo, beneficios para todos: aquellos que se sienten cómodos con lo que tienen y que confunden tal estado con lo que son ven con temor lo que parece incierto, un futuro imposible de prever. Para los fundamentalistas la idea de verse como una minoría perseguida encerraba el romanticismo de sentirse luchadores contra un mundo hostil y antisemita que Rabin cuestionó en su discurso de apertura en el Knesset en 1992. La palabras de Rabin, "no somos más (los judíos) un pueblo que lucha en soledad y no es más verdad que todo el mundo está en contra nuestra", atentaron contra el profundo convencimiento de extremistas que desataron su ira contra un imaginario traidor.

El asesinato de Rabin es parte de una circunstancia histórica que se repite en procesos de transición, no es el primero de su naturaleza y lastimosamente no habrá de ser el último. Abraham Lincoln, Martin Luther King, Malcom X, Anwar elSadat, Luis Carlos Galán, Donaldo Colosio, entre otros líderes, fueron asesinados por sus intentos de cambiar el statu quo. En el tránsito al siglo XXI, prácticamente en sus inicios, la muerte de Rabin a manos de otro fanático apunta a las divisiones que plagan a las naciones, al miedo al futuro y la realidad, a aquellos que se atreven a enfrentarlos con el corazón en la mano, la verdad en los labios y la honestidad de sus acciones.

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