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Tras el positivo impacto de las multinacionales en el Valle del Cauca, ha surgido ahora la inquietante pregunta de cómo mantenerlas Antes de septiembre de este año todo parecía normal.

1 de diciembre de 1995

En verdad, muy pocos conocían los efectos de la globalización industrial y comercial sobre las empresas transnacionales con sede en Colombia, 50% de las cuales opera desde el tríangulo Palmira-CaliYumbo, en el corazón del Valle del Cauca.

Por mucho tiempo, estas sociedades florecieron bajo el régimen de sustitución de importaciones y dominaron el mercado sin mayores amenazas. Pero desde la introducción y posterior consolidación de la apertura económica, las multinacionales -al igual que las firmas colombianas- tuvieron que encarar la nueva realidad económica, para poder mantenerse en pie de lucha. El anuncio público de las medidas era cuestión de tiempo.

Sin embargo, comentarios ad later de un alto empresario vallecaucano encendieron intempestivamente una bola de fuego, que aun hoy mantiene el debate al rojo vivo. Con espontaneidad y agudo sentido critico, Germán Holguín Zamorano, presidente del grupo constructor Holguines S.A., contestó a preguntas de un periodista de la cadena Caracol sobre la situación nacional y su impacto en el sector productivo. En algún momento del reportaje, y valiéndose de su conocimiento de primera mano, Holguín habló del reacomodamiento operacional de varias empresas internacionales con plantas en el Valle del Cauca. El asunto no habría pasado a mayores si después la misma información no se hubiera reproducido en letras de molde en el diario El Espectador, con el impreciso titular de "Se alejan cinco multinacionales".

A Holguín, obviamente, le llovieron reprimendas, algunas provenientes de las altas esferas de las firmas aludidas. Sin embargo, los comunicados aclaratorios de las multinacionales confirmaron, en cierta forma, lo que Holguín había dicho al periodista radial (ver recuadro). En esencia, era lo siguiente: que, por razones de economías de escala, y ejerciendo todo su derecho, las empresas debían ajustarse a las exigencias internacionales de la globalización.

Pero como las medidas habían hecho carrera hasta ese instante en corrillos y cocteles, Holguín optó por darles su "exacta dimensión", y, al hacerlo, no pensó tanto en la profundidad de la cirugía, sino en la necesidad de alertar al país sobre hechos que "me parecen preocupantes y deben mover a la acción". Específicamente, Holguín quería referirse a la pérdida gradual del "clima empresarial apropiado" en Colombia para atraer -y en este caso retener-la inversión extranjera, cuyo aporte a las economías nacional y vallecaucana no conoce límites en su más de medio siglo de historia.

l ingreso de Cali en la actividad industrial fue tardío, si se compara con los de Bogotá y Medellín. Pero en un espacio de 50 años -entre las décadas del 20 y del 70- el proceso se dinamizó aceleradamente, en parte por la llegada de capital extranjero a partir de los años cuarenta. Luego se consolidó de manera rápida gracias al acoplamiento entre lo que las multinacionales producían y lo que los compradores colombianos consumían, todo al amparo del modelo proteccionista de sustitución de importaciones, que, sin duda, les dio a los protagonistas foráneos un significativo empujón. "En esencia, aprovecharon la economía cerrada para desarrollar el mercado interno y, de paso, robustecieron el desarrollo del sector agro¡ ndustrial", dice Gentil Rojas, catedrático de la Universidad del Valle.

De aquella época datan nombres tan familiares como Colgate Palmolive (1943), Good Year y Smurfit Cartón de Colombia (1944), Eternit (1945), Home Products y Bristol Myers Squibb (1946), Quaker e Industria Colombiana de Lápices (1953), Laboratorios Baxter (1956), Warner Lambert (1960) y BDF (1971), entre muchísimas otras como Chicléts Adams, Italcol, Ceat General, Beiersdorf, Compañía Química Borden, Coopers Colombia, Parke Davis y Propal.

Como lo ha señalado Rojas, el vertiginoso desarrollo de la industria azucarera y sus derivados les facilitó las cosas a esos conglomerados, pues desde un comienzo contaron con tina buena cantidad de insumos al alcance de la mano. También les ayudó, a nivel estratégico, la cercanía al puerto de Buenaventura y la rápida comunicación con el interior del país. Sin duda, fueron características que, por ejemplo, favorecieron el traslado de Colgate Palmolive de Barranquilla a Cali. Colgate Palmolive encabezó el contingente de productores de bienes de consumo, seguidos después por Warner Lambert y Gillette. En productos de aseo, alimentos y confitería, Cali ya dominaba, hacia 1960, el 40% del total nacional. Similares repuntes registraron sectores como papel, imprenta, caucho, químicos, artículos farmacéuticos, productos metálicos y maquinaría eléctrica. El vertiginoso ascenso fue tal que, entre 1920 y 1960, la economía caleña creció por encima del conjunto de la economía colombiana.

Como era de preverse, inmigrantes del occidente colombiano y de otras regiones se precipitaron sobre la capital vallecaucana, hasta llegar a convertirse, en 1964, en más del 50% de la población. Hoy la ciudad paga las consecuencias de ese auge urbanístico tan repentino como desordenado.

Sin duda, el sector industrial del Valle, apoyado fuertemente por la inversión extranjera -que hoy cobija a un total de 70 empresas-, es el factor que más ha contribuido al desarrollo económico del departamento. Sin embargo, dada la prolongación del régimen de sustitución de importaciones y la escasa vocación industrial doméstica en áreas distintas al azúcar, la ciudad terminó volcándose, casi exclusivamente, hacia el mercado nacional, con un muy bajo porcentaje dedicado a las exportaciones. Según la firma Monitor, Cali tiene -entre las seis principales ciudades colombianas- la menor tradición exportadora.

Y en las palabras de Rojas -quien en ocasiones ha criticado a las multinacionales por el uso del ahorro nacional a través del crédito y el enclenque manejo ambiental que ejercieron en el pasado la luna de miel con las multinacionales- se vino a pique con el derrumbe del sistema proteccionista. No obstante, la herencia dejada por empresarios e industriales extranjeros representa un sólido apoyo para la construcción de la nueva plataforma económica caleña hacia el nuevo milenio.

Una lista de beneficios abarca desde lo económico hasta lo social, pasando por lo ético y lo cultural. Basta escoger cualquiera de las grandes compañías para apreciar el impacto en la vida personal y comunitaria.

Virtud o defecto, lo cierto es que la posibilidad de buscar empleo en las multinacionales redujo sensiblemente el crecimiento de empresarios y microempresarios en el departamento. Lo contrario ha sucedido en Antioquia. Así las cosas, pertenecer a una empresa extranjera se convirtió en la meta de muchos vallecaucanos, lo que condujo a la formación de una nueva clase ejecutiva, que asimila y practica a diario los más avanzados conceptos de producción y administración. Con la natural rotación laboral, ese conocimiento ha beneficiado altamente a las empresas locales, y la situación facilita el grado de interacción entre compañías domésticas e internacionales, mejorando, de paso, las posibilidades de transferencia tecnológica.

Empresas como Gillette, Colgate Palmolive, Quaker, Chicléts Adams o Johnson & Johnson, con decenas de plantas en todo el mundo, manejan procesos de avanzada que, eventualmente, irrigan todo el mercado vallecaucano. "Este, sin duda, es uno de los aspectos más positivos de la presencia internacio-

nal aquí", dice Ramiro Mariño Fidalgo, director de relaciones industriales de Gillette, empresa que, con oficinas y fábricas en 200 países del mundo, obtiene el 75% de sus utilidades de la actividad multinacional.

Además de la creación de mano de obra calificada -las 17 principales multinacionales dan empleo o más de 20.000 personas-, algunas firmas, entre ellas Gillette, han eliminado la mediación sindical tras homologar funciones, no sólo a nivel de producto, sino de mercado. Con sistemas comparativos traídos por Gillette, hoy es posible, por ejemplo, que todas las empresas con inversión extranjera en Cali se rijan por la misma guía salarial. "Nuestros competidores saben cómo estamos pagando nosotros y nosotros sabemos cómo están pagando ellos", dice Mariño. En últimas, es una fórmula más científica de remunerar el trabajo, que contrasta con la de aplicar indiscriminadamente la variable macroeconómica del Indice de Precios al Consumidor, que nada revela sobre las realidades del mercado laboral.

Dentro de los ambientes estructurados y altamente ordenados de esas empresas, otro tipo de aprendizaje tiene que ver con el mundo interior del trabajador. Los empleados no sólo cumplen funciones específicas -con metas de rendimiento, superación y productividad-, sino que atacan y cumplen exigentes normas éticas y laborales. El resultado, por lo general, es que un buen elemento en la compañía resulta siendo, por añadidura, un buen ciudadano. En la banca y el comercio caleños, por ejemplo, el empleado de una multinacional siempre brinda confianza y garantías.

En relación con las responsabilidades fiscales, las grandes multinacionales son contribuyentes cumplidos, porque, ante todo, son conscientes del precio a pagar si incurren en violaciones a las normas tributarias. El impacto de una noticia en tal sentido sería desastroso para las operaciones de una multinacional en otros países de mundo. "En parte por filosofia y en parte por sentido común, no nos interesa correr esos riesgos", dice un alto ejecutivo internacional.

El impacto de las multinacionales, obviamente, va más allá de sus bases de operación. En sus más de 50 años de presencia en el país, las transnacionales han sido claves en la conformación de un nuevo estilo de vida cotidiano. Los jabones, las lociones, los implementos de la vida diaria acercan al consumidor nacional a cualquier europeo o estadounidense, y esa universalización la continúan impulsando las compañías globales afincadas en Colombia, a través de la importación de productos sofisticados. Es el caso de toda la línea Gillette Series, proveniente de Europa y Estados Unidos.

Otras empresas, que por tipo de producto llegan a estratos bajos, desarrollan vastos programas asistenciales, como, por ejemplo, las brigadas de higiene de Colgate Palmolive, transnacional que también participa en entidades y fundaciones de tipo social. Gillette también apoya un esquema de reciclaje de papel con fines de atención hospitalaria. Como balance, la presencia de las multinacionales en el Valle del Cauca ha sido, según Germán Jaramillo, director de la fundación Empresarial para el Desarrollo de Yumbo, "muy positivo". Para observadores como él, es una pena que Colombia hubiera sufrido del complejo de colonialismo económico que, por largo tiempo, impidió la llegada de más inversión extranjera. Hoy día, sin embargo, son otros los factores que bloquean su entrada o precipitan cambios con respecto a la presencia multinacional en Colombia.

Quien mire de cerca la realidad nacional no se sorprenderá al descubrir que muy pocas industrias extranjeras de pesados quilates, fuera del sector minero o petrolero, han decidido poner pie en Colombia en los últimos años. Si en los años cuarenta lo hicieron por generación espontánea, hoy el país anfitrión debe reunir una serie de requisitos para atraerlas. "Y si en Colombia no generamos unas condiciones propicias para amarrar esa inversión, vamos a perder", dice Jaramillo, al señalar que en el mismo juego están decenas de países en el mundo.

Para Holguín, por ejemplo, las condiciones necesarias no se darán si el Estado no conjura, de una vez por todas, fenómenos desestabilizadores como la guerrilla, el narcotráfico, la delincuencia común, el secuestro, la piratería, el contra-

bando y la corrupción, males endémicos que, en lugar de mermar aumentan. William Houlzet, presidente de Colgate Palmolive, dice que, desde 1990, su empresa ha registrado robos de 116 camiones, que, a su tumo, generan pérdidas de $40 millones por unidad, es decir, un desangre total de $5.000 millones, suficiente para que las aseguradoras se nieguen a extender pólizas. La inseguridad es el problema "más grave" que debe solucionar Colombia, dice Houlzet.

Además de la inseguridad, existen otros factores que el Estado podría controlar, como reglas de juego estables, incentivos fiscales e incentivos de crédito. La interrelación de estas exigencias es lo que Holguín llama un "clima industrial favorable". Un estudio de la Fundación para el Desarrollo integral del Valle del Cauca, FDI, cita como principales causas del reacomodamiento de las empresas existentes fenómenos como inseguridad, revaluación, contrabando, estrechez del mercado, integración regional internacional, lavado de dólares, inestabilidad tributaria, altos impuestos, altos costos financieros y

mala imagen del país en el exterior. "Estas empresas buscan economías de escala para especializar sus lineas de producción y relocalizar factorías -o parte de las mismas- en países donde sean más competitivas", dice el informe. Además, el catedrático Rojas toca otros puntos adicionales como la obsolescencia del puerto de Buenaventura, la precaria situación energética de la región y el pésimo estado de las vías terrestres.

Sin embargo, la mayor preocupación para Holguín y otros empresarios y líderes caleños radica en que ya son demasiados los dedos de las manos para contar los nuevos proyectos industriales, con inversión extranjera, que llegan a Colombia. Para Holguín, se está alcanzando "una situación dramática".

Pero más dramática lo es para Jaramillo, quien no ve en el horizonte ningún proyecto concreto que dé luces sobre la nueva industrialización del país. "Uno piensa que Colombia debería tener un plan de vuelo, apoyado por empresarios, autoridades gubernamentales y universidades", dice. "Pero el empresario está más preocupado por sobrevivir que de sonar, mientras e gobierno se ocupa de otras prioridades, y la universidad, definitivamente, anda en otra cosa".

AI final del camino, al Valle del Cauca y otras regiones colombianas les queda una última posibilidad: las zonas francas privadas, que ya comienzan a ser miradas con interés por funcionarios dedicados a la búsqueda de nuevas sedes para las operaciones globales de las grandes multinacionales. La clave del nuevo servicio es que el inversionista o productor llegue con su maquinaria, se instale y empiece a producir.

Un parque industrial de cinco estrellas incluye venta o alquiler de terreno o instalaciones, agua potable, planta central de tratamiento, licencias ambientales, zonas verdes, vías de comunicación intemas, equipos de seguridad, centro médico, sistema de entrada de personal, bolsa de empleo, agentes de aduana, documentación instantánea y electrónica, oficinas de correo, entidades financieras, cámaras de comercio, redes informáticas en fibra óptica, aeropuertos o puertos cercanos, yalojamiento de primera clase en los alrededores.

Según Leonilde Arredondo, gerente de la Zona Franca del Pacífico, la palabra mágica ahora es facilitar. "Estoy convencida de que la inversión extranjera, hacia actividades distintas al petróleo o la minería, no puede Hacerse sino a través de estos parques industriales de cinco estrellas". En este sentido, 1995 ha sido un año sin precedentes para la Zona Franca de Palmaseca, que a sus 14 clientes iniciales ha sumado otros dieciocho, en su mayoría con negocios multinacionales. Y lo ha hecho contra las adversidades de la mala imagen y la lucha del Estado contra el narcotráfico, según confiesa el equipo encabezado por Alfonso Muñoz, su presidente.

En realidad, ningún inversionista arriesgaría capital en un país donde debe esperar años para que le otorguen una licencia ambiental o de construcción, amén de las medidlas de seguridad para él y sus empleados y la dispendiosa tramitología en las relaciones con el Estado. En opinión de los expertos entrevistados por DINERO, el sector público, los políticos, los empresarios, los trabajadores y la comunidad tienen el reto de tomar las riendas y volver a generar un clima de vida más atractivo para el país, porque, de lo contrario, Colombia será un participante perdedor en la carrera por la globalización. Y todo parecía indicar que, en los últimos 50 años, algún terreno se había ganado.

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