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POLITICA

Presidente de espaldas

Las dudas sobre el presidente le impiden ser el líder de la nación acorde con su cargo. Así es imposible gobernar.

RODRIGO LOSADA
1 de agosto de 1995

En medio de muchas in-certidumbres sobre el desenvolvimiento de la actual crisis política ocasionada por la presencia de narcodineros en la campaña de Ernesto Samper, quisiera compartir con el lector algunas reflexiones. Ellas giran en torno a dos inquietudes: ¿cuál es la verdad?, ;cuál parece ser la verdad?

Por lo pronto, no quiero entrar a prejuzgar la responsabilidad de Samper en todos los episodios aludidos. Deseo de corazón que el presidente salga reivindicado a plenitud frente a todas las acusaciones lanzadas en su contra. Como colombiano, me dolería hondo que no llegara a suceder así. Pero no puedo desconocer unos hechos, ni dejar de abrigar ciertas expectativas.

Primero: las acusaciones que implican de modo directo al primer mandatario no son de poco vuelo, y se apoyan, no en uno, sino en una serie ele indicios realmente sospechosos. Puede que todo sean apariencias. Pero esas acusaciones han sembrado serias dudas entre los colombianos y entre quienes en cl exterior se interesan por nuestro país.

Segundo: en este momento, el gobierno Samper lejos de estar concluyendo su período, tiene tres años más por delante. O sea, la suerte del país para bien o para mal depende en los próximos tres años de lo que aclare, o no aclare, el presidente.

Tercero: en los próximos años nuestro país va a estar dando pruebas repetidas de extremada benevolencia contra el narcotráfico. Porque difícilmente se logrará imponer sanciones a los cabecillas del cartel de Cali, hoy en prisión, proporcionales a la gravedad de sus delitos. Entre otras razones, debido a que ellos serán juzgados según las leyes anteriores a las expedidas recientemente por el gobierno nacional, bajo la sombra de la conmoción interior. Por otro lado, algunos narcotraficantes, hoy en la cárcel, saldrán en corto plazo a disfrutar de sus fortunas. Además, cada cieno tiempo vamos a estar descubriendo que un narcotraficante poderoso se escapó de la cárcel, que otro realizaba bacanales en ella, y que varios continúan dirigiendo su negocio ilegal tras las rejas. Cuarto: nacía garantiza que, con los golpes dados al cartel de Cali. el narcotráfico desde Colombia vaya a disminuir de manera sustancial. Eso habrá de comprobarse al cabo de algunos meses. Bien puede suceder que los lugartenientes de los grandes capos ocupen el espacio dejado por sus jefes.

Quinto: muchos observadores extranjeros han dado en hablar de nuestro sistema político como de una 'narcodemocracia". En tanto a propósito de nuestras máximas autoridades se mencionen nuevos hechos, ciertos o sencillamente sospechosos que alimenten esta etiqueta, se la continuará repitiendo con fuerza. El éxito tan destacado de meter en la cárcel a los principales capos del cartel de Cali no cancela la suspicacia con que muchos en otros países nos miran. Y las consecuencias de ello pueden ser funestas para nuestras exportaciones, para las inversiones extranjeras en nuestro medio, y para el trato de los colombianos que viajan al exterior.

Empezando por los Estados Unidos, mientras nuestro gobierno exhiba resultados en la lucha contra el narcotráfico que satisfagan al gobierno federal y a los congresistas de ese país, con frío pragmatismo se hará caso omiso de las acusaciones que comprometen a nuestro presidente. Pero cuando dejen de producirse esos resultados -por ejemplo, porque el flujo de la droga continúa, o porque las sanciones finalmente impuestas son vistas como muy suaves-, y además persistan las acusaciones contra el presidente, todo el apoyo norteamericano hacia nuestro país puede derrumbarse estrepitosamente. En esa eventualidad, bien podrían negarnos de plano la conocida "certificación".

Dadas estas realidades-al menos, así me inclino a tomarlas-, ¿qué sucederá si el presidente Samper no logra demostrar de manera contundente su inocencia? Cuando aludo a una "manera contundente", descarto

de entrada la absolución que le pueda dar la, Comisión de ' Acusaciones, o . la misma Cámara en pleno. No pretendo despreciar a nuestro Congreso. Pero todos sabemos que el juicio en su seno es, ante todo, político. Y a lo que yo me refiero, lo que nos interesa en el fondo a todos los colombianos, no es el veredicto político, sino los hechos reales, o sea, la demostración plena de que las acusaciones levantadas eran gratuitas.

Si el presidente Samper no logra convencer a la gran mayoría del país de su inocencia -así en el fondo fuera gratuito todo lo dicho en su contra-, ¿qué nos espera? Me temo que el sistema político colombiano, y su gobernabilidad, se verán gravemente afectados. Porque el cinismo, la suspicacia y la maledicencia, en contra de nuestras autoridades y de los políticos, llegarán a niveles nunca vistos. En ese contexto, ¿cómo podremos los padres inculcar en nuestros hijos respeto y admiración por quienes nos gobiernan?

Cuando la mayoría ande diciendo que el presidente conquistó el cargo público más respetable con dineros sucios, ¿cómo puede pedirle uno a un joven soldado que arriesgue su vida por sacar adelante las políticas contra el narcotráfico o la subversión, ordenadas por ese mandatario?

Si el presidente Samper no logra limpiar su imagen en forma plena, ¿qué autoridad puede tener Colombia para liderar en el contexto internacional una búsqueda de políticas más eficaces para combatir el narcotráfico, que las actualmente empleadas? Quiero destacar este punto: hoy en día, la mayor amenaza en contra de nuestras instituciones democráticas yace en el narcotráfico. Porque éste, por su poder corruptor y su capacidad para ejercer violencia, puede anular en la práctica la voluntad libremente expresada por las mayorías. Ahora bien, como la solución de fondo al problema del narcotráfico escapa a nuestras manos, y como las tácticas seguidas hasta el presente para combatirlo no han arrojado resultados satisfactorios -la victoria contra el cartel de Cali probablemente será un episodio fugaz-, Colombia necesita un presidente por encima de toda sospecha que pueda liderar la búsqueda internacional de una solución definitiva al narcotráfico. Pero, de nuevo, ¿cómo realizar esa tarea con un presidente cuestionado por la mitad del país- así lo sea en forma injusta-?

¿Cómo puede un presidente lograr un apoyo sólido para luchar contra la delincuencia organizada, si muchos colombianos pensaran que él le debe el solio presidencial a la más poderosa de esas organizaciones? ¿Qué autoridad moral puede tener un presidente, objeto de tales burlas, para acometer una lucha contra la corrupción en Colombia? ¿Cuál, para encabezar una cruzada a fin de que, en las próximas elecciones, se rechacen rotundamente los aportes ilegales?

¿Hasta dónde un presidente, mirado por muchos con desconfianza, podrá lograr que las llamadas fuerzas vivas -gremios, Iglesia, sindicatos, medios de comunicación le respalden en sus iniciativas? Lo han hecho hasta el momento, por que, con comprensible prudencia, han preferido otorgarle el beneficio de la duda. Pero si las cosas no se aclaran a cabalidad, ¿les convendrá acaso continuar apoyándolo?

Resumiendo, ¿qué capacidad de gobierno va a tener durante tres años un presidente que, justa o injustamente, sea objeto de tanta sospecha?

Porque el gran problema que enfrenta Samper es de credibilidad, y sin ella no es posible gobernar exitosamente. La cuestión de fondo que enfrentamos es de imagen: un presidente que aparentemente financió su campaña con dineros mal habidos. Quizá la realidad sea distinta, pero en tanto esta imagen prevalezca, la capacidad de gobierno de Samper disminuye de modo sustancial. Y quien paga los platos rotos es el país entero.

Un Maquiavelo criollo me dijo: si el problema es de imagen, dediquémonos a cultivar una imagen positiva de Samper; al fin y al cabo, hay logros importantes para fundamentarla. Y me subrayó que, ante muchos, los resultados son lo único que cuenta. Sin embargo, yo me resisto ante este "tapen, tapen". Como ciudadano de una democracia, quiero saber la verdad. Más aún, tengo derecho a saberla. Sobre todo, me repugna aceptar que, por principio, 'un gobierno obtenga su apoyo simplemente por resultados, haciendo caso omiso de la integridad moral de quien lo preside.

Pero a la vez, como analista político, reconozco que las apariencias muchas veces priman sobre la realidad. Y en el momento actual presiento-ojalá me equivoque-que las apariencias negativas están envolviendo fatalmente a Samper. Por eso me propuse especular sobre los costos de esas apariencias.

Y he llegado a esta incómoda conclusión: ante los hechos arriba mencionados, y ante las consecuencias tan negativas para el país que de ellos se derivan, de no surgir evidencias muy sólidas a favor del presidente, éste, así fuera inocente, en aras del bien de la patria, debería renunciar.

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