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El solar de los aburridos

Aunque Mumps se vuelva famoso por la serie de televisión, no peligra su placidez. Los turistas por lo general no se quedan más de dos días.

BEN ODELL
1 de octubre de 1994

Hay dos maneras de llegar a Mompós. La una es una avioneta desde Cartagena en Aero Corales, por un precio equivalente a lo que vale una comida en un restaurante lujoso. La otra es aguantar cuatro horas en bus desde Cartagena hasta Magangué, luego media hora en bote por el Magdalena y un viaje de una hora en jeep, con toda la gente y los pollos que el chofer pueda acomodar en la parte de atrás. El avión es más cómodo, pero el viaje por tierra es más lógico.

Mompós es una ciudad antigua, conservada en un frasco de formol por allá desde el siglo XIX e impregnada aún de antigüedad.

Llegar allá en avión es salir de un cuarto con aire acondicionado a un calor sofocante: súbito y sorprendente. Viajar por tierra es retroceder en la máquina del tiempo y ver cómo se disuelve la civilización moderna, como si fuera un barco zarpando al mar. Escogimos la carretera.

Decir que Mompós es Macondo es un lugar común. Pero también sería cierto. Podría ser sinónimo de aburrimiento, pero ver y vivir este lugar común no es en sí aburrido.

Nuestro viaje comenzó cuando subimos al jeep en un pueblo llamado Bodega, al lado de una estrecha carretera destapada.

Después de un trayecto lleno de baches y de varios cambios de pasajeros en barriadas pobres, llegamos a Mompós, una población de treinta mil habitantes, la mayoría de ellos andando en bicicleta por las calles, en apoyo de la campaña de Edwin para la alcaldía. Si gana Edwin, me dijo un momposino, sería la primera vez en cuarenta años que alguien ajeno a la familia Escorcia Lince llegue a la alcaldía. Una continua dictadura en un pueblo aislado, donde todo el mundo va en bicicleta. Quizá la fascinación de García Márquez con Cuba surgió no tanto de los intereses políticos como de las similitudes entre pueblos como éste y la isla caribeña.

Fuimos directamente al Hostal Doña Manuela, el único hotel de "lujo" en el pueblo. Esperábamos ser recibidos por Manuela en persona, pero nos dimos cuenta de que, al igual que la arquitectura colonial española y las calles adoquinadas, Manuela era apenas un recuerdo; fue dueña de la casa cuando el mangle que está en el centro del hotel era apenas la mitad de su enorme tamaño actual.

Doña Manuela evidentemente no era víctima de la pobreza. El edificio, del tamaño de una pequeña cancha de fútbol, es de una elegancia que sólo los mega-ricos podrían pagar. El hotel tiene piscina y restaurante, que obviamente se agregaron después, y alberga actualmente a varias docenas de huéspedes en pequeños y primorosos cuartos con aire acondicionado. Cuando se estaba grabando la serie Momposina en el pueblo, el equipo de producción alquiló todo el edificio.



La gente de Mompós es humilde pero orgullosa. Aunque el pueblo ha sido olvidado en todas partes menos en los libros de historia, fue en otros tiempos una de las poblaciones más importantes de Colombia.

Situada en el Magdalena, cuando llegaron los conquistadores Mompós fue utilizada como puerto por los españoles para conectar el interior de Colombia con el Océano Atlántico. Todos los españoles entraban y salían de Mompós y los tesoros que enviaban a España con frecuencia se guardaban allí.

Muchos momposinos aprendieron el arte de la filigrana, una detallada técnica árabe de joyería, que los españoles preferían a la joyería de oro indígena que ellos confiscaban. El pueblo se enriqueció rápidamente y se convirtió. en un sitio estratégico tanto para Bolívar -quien estuvo allí doce veces- como para los españoles, que trataron de aferrarse a Mompós hasta que Colombia logró su independencia.

Mompós continuó prosperando como puerto a principios del siglo XIX, cuando el río cambió de dirección y dejó al pueblo ubicado en un pintoresco pero no aprovechable tributario, que ahora se llama el río Mompós.

Algunos dicen que el río mató al pueblo, pero cualquiera que se tome el trabajo de estar un momento en Magangué, a donde el río cambió su curso, puede argumentar lo contrario. Magangué es llamado afectuosamente el Puerto del Amor, por sus numerosas prostitutas. Cuando pasamos por allí, alguien en el pueblo nos advirtió que por nuestra salud no nos quedáramos demasiado tiempo.

Mompós, que no volvió a tener otro momento importante en su historia (fuera de un breve período en los años setenta, cuando los cultivadores de marihuana enviaban su producto por avión desde el pueblo) quedó congelada en el tiempo como una fotografía.

Hay un hombre parado en el lobby del hotel tratando de vendernos joyas de filigrana, pero cuando le decimos que no estamos interesados desaparece en las bulliciosas calles. Caminamos sin rumbo hasta la plaza principal, adonde ha llegado la campaña de Edwin para la alcal día, y observamos las siluetas de sus vociferantes partidarios.

En la esquina encontramos de nuevo al vendedor de joyas, pero ahora está pegando un aviso del entierro del joven sobre quien habíamos oído hablar en el taxi. "Fue asesinado", dice el hombre. Asentimos con la cabeza y regresamos al hotel. Queremos ver cómo se despierta el pueblo, así que decidimos acostarnos temprano y madrugar a las 5:30 de la mañana.



Estamos en las calles a las 6:00 y están vacías, con excepción de algún perro extraviado y de una variedad de pájaros que acompañan con su canto la salida del sol. Con el sol matutino espolvoreando con oro las calles y los edificios, Mompós parece la tarjeta postal de un museo al aire libre. Nos sorprenden la limpieza del pueblo y más aún los pocos momposinos que vemos salir primero de sus casas, escoba en mano. Al poco tiempo todo el pueblo parece estar en las calles sacudiendo un ligero polvo con sus escobas, encantando al sol para que salga al ritmo de una canción de Jorge Oñate. Toda la gente en Mompós o es joyero o se ha autoproclamado historiador.

Después del desayuno, contratamos a un hombre de 65 años llamado "El Mono", para que nos dé un paseo por el pueblo. El afirma tener ambas profesiones. Como el precio del oro ha aumentado y la demanda por las joyas ha disminuido, para "El Mono" ha sido más lucrativo ser guía.

Nos lleva a varios pintorescos museos como el de la Cultura, con una pequeña pero notable colección de orfebrería, la cual según el administrador, "nadie ha tratado de robar, gracias a Dios".

También visitamos seis iglesias enormes, cada una con su propia historia. Quizá la más interesante es la Torre de Santa Bárbara, que usaron en la serie de televisión Momposina como símbolo del pueblo. Según la leyenda, la iglesia de aspecto árabe fue construida como cárcel para la hija de un rey árabe, que se había enamorado de un cristiano. Fue encerrada en la torre del edificio, sobre la que se esculpieron cuatro ornamentadas cabezas de león, con el fin de evitar que se escapara. La gente del pueblo quería una pena más severa y le dijo al rey que la sacara a la plaza frente a la iglesia, la desnudara y le cortara la cabeza. Presionado por el pueblo, el rey accedió a su pedido pero antes de que alguien la viera desnuda, una nube descendió y cubrió el cuerpo de la muchacha y un rayo decapitó al rey. Santa Bárbara es la patrona de los rayos. Cuando le decimos que queremos ver trabajos de filigrana, "El Mono" nos llega a una casa en el río Mompós donde vive un joyero exitoso. Su esposa, quien nos abre la puerta, nos deja entrar pero explica que su marido no está trabajando hoy. "Estamos de luto. Ayer mataron a nuestro ahijado en Barranca". Nos mostraron la casa, las herramientas y el taller, así como una gran colección de joyas. Mientras nos sentamos en el portal de la casa, la esposa explica la terrible depresión que el asesinato ha causado en el pueblo. "Mi esposo le enseñó a hacer las joyas", se lamenta. "Era un muchacho bello".



Un largo parque va paralelo al río y allí hay una gran familia de monos aulladores que se mecen en los árboles y espetan set seducidos por turistas ocasionales con bananos dulces comprados en el mercado. Colgamos los bananos debajo de un árbol y nos damos cuenta de que en lugar de atraer a los monos, tenemos a una docena de momposinos a nuestro lado. Miramos con curiosidad a los peludos primates y los momposinos nos miran con igual interés. Finalmente, después de varios minutos de alaridos y silbidos, los monos empiezan su largo descenso hasta que están al alcance de la mano.

Agarran la fruta recelosamente, se llevan su tesoro a las ramas de

arriba y se ponen a escudriñarnos como los momposinos.



Después de almorzar bagre frito, "El Mono" nos lleva al cementerio, en donde están enterrados los momposinos más famosos. En una pequeña capilla al final del cementerio, un anciano arrugado está sentado en uno de los bancos frente al montón de tumbas. Nos saluda sin levantar la cabeza y cuando le preguntamos qué está haciendo, nos contesta con solemnidad: "Estoy esperando el cadáver. La ceremonia es a las cinco".

Como son casi las cinco, nos sentamos en una banca del parque frente al cementerio y observamos a una joven pareja que se besa apasionadamente frente a nosotros. Aquí la nueva vida parece tan inminente como la muerte, lo que le da un sentido de equilibrio y asegura que Mompós nunca ha de cambiar. Transcurre una hora y creemos que, al estilo de la costa, el cadáver llegará tarde y el entierro se aplazará.

Cuando regresamos caminando al hotel, vemos la procesión desde lejos, los momposinos vestidos de blanco vienen a montones por la calle como una espesa niebla. Nos hacemos a un lado y miramos los rostros solemnes que flotan hacia el cementerio. El féretro de madera se halla entre los dolientes y detrás van las dos cuñadas que habíamos conocido en el jeep y los padrinos cuya casa habíamos visitado.



Nos vamos temprano al día siguiente, bastante seguros de haberlo visto todo en un día. Aunque la serie de televisión traiga o no fama, turismo y dinero a esta población, no existe la amenaza de que se destruya su placidez. Los turistas por lo general no se quedan más de dos días. Recuerdo algo que me dijo "El Mono" cuando estábamos visitando el hospital casi desierto de Mompós el, día anterior. "Aquí no hay mucha gente porque en Mompós todos nos morimos de aburrimiento". Tal vez el entierro del día anterior rompió por primera vez la monotonía.

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