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El costo de la incertidumbre

Aunque Washington le haya otorgado la certificación a Colombia, hay condiciones en el ATPA que podrían hacer desaparecer este año el tratado.

SAÚL PINEDA
1 de marzo de 1995

En uno de aquellos "inmarcesibles" almuerzos de trabajo que se inventan en la capital para promocionar algún magno evento, coincidí en el asiento de al lado con una alta funcionaria de la Embajada de los Estados Unidos. En ese momento ya era evidente que el presidente electo se había visto en la obligación de suspender la luna de miel con el país para dedicarse a una intensa gestión frente a Washington, por cuenta de las dudas desatadas por el episodio de los narcocasetes.

Como buen colombiano, preocupado ingenuamente por reconstruir la imagen del país en el exterior, ensayé una frase diplomática para motivar el optimismo de la funcionaria estadounidense, pero la respuesta no pudo ser menos diplomática: "Nuestro país necesitaba un buen pretexto para presionar un poco más a Colombia en su lucha contra las drogas y creo que lo hemos encontrado". Era el comienzo del nuevo estilo que se abría paso en la embajada.

Un mes después, hacia finales de agosto del año pasado, el señor embajador Miles Frechette, en declaraciones para El Tiempo, alertaba sobre los riesgos que corrían las preferencias arancelarias concedidas al país en el marco del Andean Trade Preference Act (ATPA), desde hace tres años, sencillamente porque el gobierno nacional "no está haciendo suficientes esfuerzos para cumplir con sus compromisos". Este planteamiento, que pasó más o menos desapercibido, fue el primer campanazo de alerta sobre los riesgos de una "desertificación" en el Congreso de los Estados Unidos.

En efecto, las declaraciones hechas por el embajador norteamericano en el Consejo de las América el pasado mes de febrero, aunque inoportunas por el momento crítico en que se formularon, no hicieron más que ratificar una línea de pensamiento que ya se había

puesto en circulación para juzgar la política antinarcóticos de la administración Samper.

E n momentos en que empezaban a adquirir una nueva dimensión las relaciones comerciales entre Colombia y los Estados Unidos, resulta preocupante que el actual impasse" diplomático pueda dar al traste con uno de los últimos esquemas preferenciales como el que hoy disfruta el país, cuando es evidente que en el futuro las concesiones unilaterales serán más bien la excepción. Y el ATPA es una de ellas.

No podemos olvidar que las llamadas Preferencias Comerciales Andinas fueron el resultado de intensas negociaciones del gobierno anterior, con el fin de obtener, en el plano comercial, el reconocimiento a los esfuerzos que el país venía realizando para enfrentar el flagelo del narcotráfico. Colombia fue el primer país en acceder a estas preferencias, de las cuales también hoy disfrutan Bolivia, Ecuador y Perú, todos ellos calificados como países afectados por el fenómeno de producción y distribución de drogas.

De hecho, los factores que afectan la designación de Colombia como beneficiario del ATPA son relativamente independientes del suceso de la "certificación", que ha puesto en vilo al país durante el último mes y que está asociado a la política global de seguridad nacional de los Estados Unidos.

Las condicionalidades contempladas en el Acta de Preferencias Andinas constituyen, en la práctica, una certificación específica, ya que el esquema establece revisiones trienales, la primera de las cuales se presentará en cualquier momento del presente año y, en todo caso, antes del próximo mes de agosto, en virtud de la sección 203 de este beneficio, que se refiere, entre otros, a los criterios de cooperación antinarcóticos. Eso quiere decir que en los próximos meses el presidente de los Estados Unidos, a pesar de haber dado su concepto favorable el pasado 1o. de marzo, podría reportar cualquier evidencia en el sentido de que la erradicación y los esfuerzos de sustitución de cultivos del beneficiario no están ajustándose a los requerimientos de esta sección.

E n estas circunstancias, el alto grado de incertidumbre que aún persiste en las relaciones entre Estados Unidos y Colombia no puede ser más inoportuno. A la lenta reacción que han manifestado los exportadores colombianos frente al esquema de preferencias andinas (ver recuadro), se viene a sumar la poca certeza sobre su continuidad. La experiencia de los países de la Cuenca del Caribe, que gozan de las mismas concesiones, muestra que se requirieron aproximadamente cuatro años para que los empresarios reaccionaran con programas estatales y crecientes de exportación. Por eso resulta desalentador que precisamente cuando crecen los programas oficiales y privados de promoción del ATPA para que los exportadores nacionales aprovechen las preferencias, la perspectiva de continuidad del esquema hasta el 2001 se esté ensombreciendo.

A esta altura, algunos de los lectores pensarán que esta perspectiva no es tan crítica, porque de todas maneras la mayoría de los productos ATPA ya gozaban de preferencias en el marco del Sistema General de Preferencias (SGP).

Pero al hacer una evaluación de los resultados iniciales del ATPA no se puede desmeritar de ninguna manera la preferencia, aduciendo que el producto ya tenía SGP. Y esto por una razón esencial: el SGP es un esquema sumamente frágil, que se revisa cada año y con frecuencia excluye partidas arancelarias de los países de manera unilateral.

En la revisión del año anterior, a Colombia le excluyeron del sector de las flores la partida de pompones y crisantemos, pero esa exclusión no importó porque son productos elegibles ATPA, y por tanto continuaron con arancel cero.

No le pasó lo mismo a la India, país que afronta dificultades en el mercado de los Estados Unidos debido a un litigio en torno a los derechos de propiedad intelectual. Entre tanto, Brasil y Argentina, países más cercanos al nuestro, fueron también Invitados" a excluir un grupo significativo de sus partidas.

No hay duda de que el ATPA sigue siendo un importante motor de diversificación de exportaciones hacia el destino más importante de nuestros productos. Convendría por eso que en los contactos que se avecinan, los negociadores nacionales tuvieran una gran capacidad persuasiva para convencer a los funcionarios norteamericanos. El argumento es contundente: el desmonte de las actuales preferencias podría constituirse en una decisión inoportuna, incluso para la misma seguridad nacional de los Estados Unidos.



El ATPA ¿Tres años de oportunidades desaprovechadas?



"El efecto general del ATPA en la economía de los Estados Unidos durante los dos primeros años del programa fue mínimo". Así lo afirma el Departamento de Comercio Exterior de los Estados Unidos, en un estudio reciente sobre el impacto de las importaciones de los países beneficiarios del acuerdo, en la industria y consumidores norteamericanos.

La otra cara de la moneda la constituyen los empresarios colombianos, bolivianos, ecuatorianos y peruanos a quienes el acuerdo, al parecer, tampoco les ha causado ningún impacto importante. Las cifras sobre importaciones de los cuatro países ATPA señalan que los empresarios no están aprovechando las inmensas oportunidades que esta fórmula concesional ofrece al proceso diversificado de su actividad productiva, que era uno de sus principales objetivos. En 1991, un año antes que el ATPA entrara en operación, cerca del 54% de todas las importaciones estadounidenses de los cuatro países andinos ingresaron libres de impuestos. En 1993 el total aumentó sólo al 58%.

El caso colombiano presenta algunas particularidades. En primer lugar, debido al valor relativamente grande de su comercio bilateral con los Estados Unidos, los cambios allí ocurridos determinan el comportamiento global de los cuatro países ATPA. Mientras en el período 19911993, las importaciones libres de gravámenes de Bolivia y Colombia aumentaron, las de Ecuador y Perú disminuyeron. No obstante, el efecto neto para toda el área fue el incremento en cuatro puntos porcentuales.

En segundo lugar, entre 1991 y 1993, las importaciones libres de gravámenes de Colombia a los Estados Unidos aumentaron en US$456 millones, cifra significativa, que incrementó la participación colombiana del 40% al 53%. No obstante, en 1993, más del 60% de las importaciones ATPA correspondieron a flores, y Colombia, el socio comercial más grande de los Estados Unidos en la región, suministró más del 95%. Es decir, que tres años después, el comercio de nuestro país con destino al mercado americano, sigue concentrado en los mismos sectores tradicionales de antes: petróleo, café, banano, flores frescas cortadas y esmeraldas.

Al analizar el comportamiento de los 100 primeros productos de importación desde Colombia, según las estadísticas del Departamento de Comercio de los Estados Unidos, se comprueba que en el período enero-mayo ele 1994, en relación con el mismo período del año anterior, la tendencia se mantiene con crecimientos notables en las exportaciones de café, y de distintas variedades de flores.

A pesar de los esfuerzos realizados por el gobierno y el sector privado por divulgar las bondades de las preferencias, cerca de 20 productos ATPA incluirlos en el grupo de los 100 más importantes, como lo hizo la mayoría de productos, también registraron caídas significativas en sus ventas. Se destacan entre ellos jugos de frutas (-74%), fungicidas (-46/0), utensilios de cocina no esmaltados (41%), gelatina comestible (-29%), y la mantequilla de cacao (-29%,). La caída neta de los cien principales productos de importación desde Colombia fue, finalmente, del 16% en el período señalado.

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