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Bogotá con nervios

La inseguridad, los trancones, el estrés y hasta el clima despiertan en los habitantes de la capital reflejos primitivos atávicos.

RAFAEL OBREGÓN
1 de mayo de 1995

El sistema nervioso de todo ` ser humano es en mayor o menor grado susceptible a la angustia, y bajo constante presión tiende a resentirse manifiestamente. Ese riesgo lo corremos todos los que vivimos en Bogotá, por las siguientes razones:

1.El estrés: las tensiones propias de sobrevivir en un medio tan agresivo como es Bogotá, copan la capacidad de tolerancia al estrés que tiene el organismo, quitándole, por así decirlo, el cupo que requieren los incidentes cotidianos de origen familiar o laboral. Esta situación genera una población volátil y casi histérica, elementos poco propicios para constituir una comunidad amable y próspera. Igualmente todas

estas presiones se traducen en un nivel de pesimismo y angustia, llegando a distorsionarse la realidad, al considerar que toda llamada telefónica hecha a deshoras implica una calamidad doméstica y que cualquier persona que se acerque al automóvil, sea infante o anciano, es un atracador en potencia.

2 Los trancones: el desespero que los atasques de tráfico ocasionan en nuestro cuerpo y alma conlleva, además de las incomodidades físicas de estar encerrado en el carro por horas y horas, al mal uso del tiempo y en consecuencia a la imposibilidad de poder programar y cumplir ordenadamente las actividades cotidianas. Todo este desapacible panorama llega a sus límites, cuando además estos trancones se convierten en cotos de caza para los hampones, quienes en manifiesta celebración de impunidad, cometen sus fechorías a destajo, mientras sus víctimas están cautivas e inermes. Este fenómeno de frustración ha llegado a niveles, que si no fuera por lo serio del problema, serían risibles, como es el caso de tener que transportar dentro del automóvil a hombres fornidos de trapo, con miras a intimidar a los bandidos. Otro caso que demuestra el grado de confusión que estamos gestando en la juventud, se refleja en el cuento de uno de mis sobrinos pequeños, quien de paso por la zona cafetera al ver un núcleo de viviendas pegadas a la ladera, dijo "miren ese trancón de casas".

3 La corrupción y la inseguridad: un tercer elemento de esta preocupante situación lo constituye el pesimismo que nace de leer los incontables casos de incompetencia y corrupción que acontecen a diario, los cuales desestimulan el remoto agrado que pudiera sentir uno al pagar los impuestos. La sociedad entera, por desgracia, ha aprendido a explicarse todos los errores y daños que comúnmente presentan las obras públicas como expresión de esta aberración administrativa. En consecuencia, ya ni siquiera nos indignamos cuando la ciudad presenta síntomas de congestión vehicular o se queda sin servicios. Lo mismo aplica a la inoperancia de los grupos a cuyo cargo está garantizar la seguridad ciudadana. Todos los indicadores demuestran un incremento en los atracos, secuestros y robos y seguimos tan campantes. Es una especie de rito de resignación, en donde la mayoría de las personas dan por descontado que en el curso de sus vidas sufrirán algún grado de atropello.

4 El clima: por último y como si lo anterior no fuera suficiente, el clima de Bogotá se ha vuelto extremista, oscilando entre el calor del trópico o lo gélido de las cumbres nevadas. ¿Qué habrá pasado con el grato ambiente otoñal de antaño? Obviamente, la consecuencia de este desbarajuste es que uno se convierte en un matachín, vistiendo camisa de mangas cortas con gabardina encima.

Por todo lo anterior, la recomendación de los médicos para mantener un estado de salud razonable es dejar de leer u oír noticias, no transitar por la ciudad de noche, aprender a vivir de día en día y ejercitarse en relajación mental durante los trancones. En cuanto concierne a la inseguridad, uno debe practicar el negociar con los bandidos, para amortizar lo mejor posible las pérdidas. Finalmente, otra lección útil para mantener la estabilidad mental es el distinguir entre el miedo subjetivo y el objetivo, cuya diferencia básica radica en que el portador del segundo tiene pruebas fehacientes de que le va a pasar algo, mientras el primero, solamente se lo imagina.

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