El día 8 de agosto de 2018, el nuevo inquilino –o la nueva inquilina- del Palacio de Nariño haría muy bien en llevar al edificio de en frente, tempranito en la mañana, un paquete que, en textos cortos y concretos, le proponga al nuevo Congreso de la República cuatro reformas económicas. Primero, una modificación del régimen pensional. Segundo, una modificación del estatuto tributario. Tercero, una redefinición del marco que regula la manera en que funciona nuestro mercado laboral. Cuarto, una visión nueva sobre la dinámica del gasto público.La importancia que tiene actuar de manera simultánea y armónica en los cuatro frentes se sintetiza en tres hechos mondos y lirondos. Uno, el crecimiento potencial que tiene nuestra economía está cayendo dramáticamente como consecuencia de un estancamiento crónico de la productividad. Dos, el combo confiscatorio de impuestos y regulaciones dificulta la reversión de esta tendencia y condena a una parte sustancial de la población laboral al desempleo y la informalidad. Tres, lo cierto es que nuestra sostenibilidad fiscal no es cosa obvia ni pan comido y, en el contexto financiero menos laxo que ya se asoma a nivel internacional, el compás de espera que hoy día nos están extendiendo los mercados financieros será estrecho o inexistente.Le recomendamos: Por fortunaEl círculo vicioso que debemos enfrentar es evidente. Todo arranca con el gigantesco diferencial entre la realidad de la riqueza que generamos y la alucinación del “publíquese y cúmplase” de los mínimos legales, empezando por el salario. Basta recordar que cerca de la mitad de la población ocupada, unas 8 millones de personas de carne y hueso, reciben hoy menos de un salario mínimo legal, incluyendo unos 150.000 ocupados que reciben cero. Sí, cero. Basta recordar que este fenómeno surrealista ocurre en el claroscuro de la informalidad, donde la productividad ni importa ni avanza. Basta recordar que estas personas, y muchas otras, están locas si sueñan con una mesada pensional bajo el ordenamiento actual. Basta recordar que en ese universo paralelo es imposible cobrar impuestos. Es necesario cerrar el diferencial, costosísimo para la población más pobre del país, entre lo que soñamos hacer y lo que podemos hacer.Y el círculo vicioso sigue con el abismo entre las decisiones que hemos tomado en materia de gasto público y nuestra disposición a pagar los impuestos que esas decisiones implican en el mundo real. Basta recordar que de cada $100 recaudados por la Dian, unos $78 se van en transferirles a los gobiernos regionales lo que les corresponde, pagar las pensiones del régimen público y pagar intereses por la deuda. Quedan $22 para surtir las necesidades de la defensa nacional, la infraestructura, la justicia, los aportes al aparato educativo y a la salud y para pagar la nómina. Produce ternura quien crea que estos gastos se pueden bajar de manera fuerte e inmediata y, por lo tanto, lo cierto es que necesitamos subir de manera importante la carga impositiva y acoplar el largo plazo del gasto público a la realidad tributaria que logremos construir.Lea también: Cosa semejantePero el círculo vicioso no para allí. Hoy día el recaudo impositivo, que es muy bajo, se cimienta sobre un práctico miti-miti entre un IVA inmensamente imperfecto y el impuesto a las empresas, con alguito aportado por el 10% más pudiente de la población, a título personal. Si subimos lo que toca subir repitiendo este esquema, vamos a dispararnos en el pie. Basta recordar que las tarifas efectivas, que se llevan más de 50% de las utilidades, ya son el principal obstáculo para el desarrollo empresarial, según la última encuesta del World Economic Forum. Basta recordar que el dinero que se ahorran los hogares más pudientes por cuenta de las exenciones del IVA equivale a unas 15 veces el dinero que se ahorran los hogares más pobres y basta recordar que no tenemos ni idea quien, de carne y hueso, paga –vía precios, salarios y exclusión- el impuesto al ingreso empresarial, tan presuntamente progresivo. De pronto es la población más pobre.Crecimiento no habrá sin productividad, ni productividad sin formalidad, ni formalidad... si ese alguien no madruga el 8 de agosto y cruza la plaza de armas, paquete en mano.No se pierda: El pesimismo actual