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La primera cabina fue instalada en 1925 en la avenida Broadway de Nueva York, entre las calles 51 y 52. Un inmigrante siberiano amante de la fotografía fabricó una máquina capaz de sacar y revelar una serie de fotos en un papel pequeño, sin necesidad de negativos.

Cabinas fotográficas, una especie en vía de extinción

Las viejas cabinas fotográficas siguen sacando imágenes, pero son probablemente una especie en extinción. La visita a la cabina y la espera de las fotos, otrora un ritual universal, es cada vez más infrecuente.

16 de noviembre de 2009

En un rincón del lobby del Ace Hotel hay una cabina negra con cortinas en la entrada y un cartel que dice: "Eres hermosa".

Dos niñas ingresan, se sientan en un banquito, pagan cuatro dólares y esperan. POP, se enciende el flash. POP, POP, POP.

Se oyen algunos ruidos adentro de la máquina y, después de un ratito, aparece una fajita con cuatro fotos en blanco y negro.

Las viejas cabinas fotográficas siguen sacando imágenes, pero son probablemente una especie en extinción. La visita a la cabina y la espera de las fotos, otrora un ritual universal, es cada vez más infrecuente.

Ya no se fabrican cabinas. Un portal especializado en ellas dice que hay unas 200 en Estados Unidos y 300 en el resto del mundo. Seguramente hay más dando vueltas, pero, estén funcionando o no, está claro que cada vez se usan menos.

Están siendo reemplazadas por cabinas digitales. En las viejas, tanto las que tomaban fotos en blanco y negro como las que tomaban fotos en colores, la imagen era proyectada hacia una faja de papel de foto y revelada. En las cabinas digitales, el proceso es muy similar al de cualquier operación casera. La cámara toma la foto, la imprime y la entrega.

La diferencia entre ambas no es demasiado grande en lo que respecta a la calidad del producto y el tiempo de espera. Pero los amantes de las viejas cabinas, en las que hay que usar químicos para el revelado, dicen que no es lo mismo pasar de granos a pixels.

El futuro de las cabinas clásicas depende de gente como Will Simmonds, propietario de Photobooth Services, que opera cabinas antiguas en Seattle, Portland y Hawai. Compró 25 cabinas hace cinco años y, a pesar de lo que cuesta mantener funcionando los vetustos aparatos, clientes no faltan.

Simmonds sigue comprando cabinas por más que sea difícil operarlas. "Cuesta encontrar repuestos", señaló. Pero afirma que, en el sitio indicado, una cabina puede tomar cientos de fotos en una semana y generar casi mil dólares.

"Uno puede ir a un bar de moda donde hay cabinas clásicas y encontrarse con una cola de gente con cámaras digitales en sus manos, que quiere tomarse fotos", expresó Simmonds. "Es algo que no tiene sentido. Pero es así".

"Me gustan estas cabinas que sacan fotos en blanco y negro", afirma Posy Quarterman, mientras espera que su hija de dos años se saque unas fotos en el Ace Hotel. "Es algo clásico".

Luego de ver las fotos, agrega: "Mírelas, son horribles y borrosas. Pero me encantan".

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La primera cabina fue instalada en 1925 en la avenida Broadway de Nueva York, entre las calles 51 y 52.

Un inmigrante siberiano amante de la fotografía fabricó una máquina capaz de sacar y revelar una serie de fotos en un papel pequeño, sin necesidad de negativos.

Informes de la época dicen que miles de personas iban a la cabina a diario. Por 25 centavos, se llevaban un recuerdo de un cumpleaños, un primer beso, una graduación.

Las máquinas cambiaron, las razones de la gente no.

"Son algo espontáneo, que uno no puede cambiar. Nunca sabes cómo saldrán", dijo Brian Meacham, uno de los individuos que manejan Photobooth.net, portal dedicado a las cabinas.

"Es fascinante el que todavía sigan vigentes", comentó Tim Garrett, socio de Meacham. "La gente se siente más desinhibida. No hay un fotógrafo detrás del lente".

Garret y Meacham tampoco entienden bien la vigencia de las viejas cabinas en la era digital.

"Hay mucha gente que adora estas cabinas y eso es lo que las mantiene vivas", dijo Garrett.

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Evelyn Weston se hace cargo del mantenimiento de todas las cabinas de Oregón. Déle una faja de fotos y ella le dirá de qué cabina provienen.

Dice que hay que estar constantemente encima. Los químicos envejecen, se evapora el agua y las imágenes se hacen difusas.

"Voy a tener que cambiar estos químicos pronto", dice Weston tras inspeccionar la cabina del hotel.

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Sara Kemple, de 21 años, mira sobre su hombro y pregunta: "¿Ya está lista?".

"No", le responde su amiga Lauren Karcey, de 19 años, quien acaba de tomarse unas fotos.

Las dos dicen que las cabinas son divertidas, que no se sienten inhibidas.

"Y hay que esperar. No es algo instantáneo", dice Kemple.

¿Eso es bueno o malo?

Luego de una pausa, responde "bueno".

 

 

(AP)