LO QUE VA,

La seguridad alimentaria de los países vuelve a ser tema prioritario en el mundo, por cuenta de la escasez de alimentos en el mercado internacional. Es un reto que exige soluciones de largo plazo.

9 de mayo de 2008

La seguridad alimentaria, entendida como la capacidad para garantizar el suministro de alimentos a precios razonables para cubrir las necesidades de una población, fue un tema prioritario de política pública en el mundo hasta finales de la década de los ochenta. El criterio de garantizar la seguridad alimentaria sirvió para que los países subsidiaran producciones internas y acumularan inventarios de alimentos. En los años noventa, con la globalización y las aperturas económicas, esta concepción pasó a un segundo plano. La idea era que, en un mundo globalizado, cualquier país que necesitara alimentos podía conseguirlos en el mercado internacional, incluso a mejores precios que si los produjera localmente.

En efecto, esto fue lo que pasó durante los últimos veinte años. El comercio de alimentos creció y los países se acostumbraron a la idea de que buena parte de sus necesidades de comida se podrían abastecer en el mercado internacional sin contratiempos. Si había problemas en el comercio agrícola, estos tenían que ver con los excesos de producción causados por los subsidios en los países ricos y con las caídas de precios que ocurrían cuando volcaban sus excedentes en el mercado, deprimiendo los precios. Esto reforzaba el argumento: la mejor garantía de seguridad alimentaria era abrir las puertas a productos baratos provenientes del mercado internacional.

La situación, sin embargo, ha cambiado. En los últimos meses han sido notorias las distorsiones en el mercado internacional de alimentos, al punto que actualmente es difícil acceder a este, incluso para quienes están dispuestos a pagar precios altos.

Paradójicamente, justo cuando las cosechas llegan a niveles históricamente elevados, la demanda se ha expandido y los alimentos se han vuelto escasos. El crecimiento de los ingresos en países como China ha permitido que grandes masas de población cambien su dieta para consumir cárnicos, lo cual incrementa la demanda de granos para alimentar el ganado. El balance entre oferta y demanda mundiales de alimentos ha sufrido un cambio estructural.

Ante este cambio, algunos países están volviendo al criterio de seguridad alimentaria para limitar sus exportaciones y cubrirse frente al riesgo de desabastecimiento en el frente interno. En el tema de los alimentos se está presentando un problema de desconfianza, similar al que ocurre en los mercados financieros. El que tiene no vende, por temor a que cuando necesite no le vendan.

Tailandia es un buen ejemplo de esto. Mientras que su población sufre por la falta del arroz y no puede conseguirlo en el mercado internacional, Malasia, que tiene grandes excedentes, resuelve cerrar sus exportaciones. Otros países han hecho lo mismo.

Como resultado de todo lo anterior, se presentan grandes incrementos en el nivel y la volatilidad de los precios. Lo más grave es que no se ve ninguna posibilidad de que esta tendencia cambie a corto y mediano plazo.

Los más afectados con el aumento de los alimentos son los más pobres, que dedican una porción más alta de su ingreso al gasto en alimentos. En Colombia, por ejemplo, mientras el gasto en alimentos para los hogares de ingresos altos es el 14,7% del total, para los de ingresos bajos es el 41,70% del total.

Los precios que más han aumentado en el mercado internacional son los de los cereales —trigo, maíz, arroz— y los de las oleaginosas, como soya y aceite de palma. Colombia, al ser importador neto, no es ajena al impacto de esta tendencia sobre la canasta familiar. En los tres primeros meses del año, los precios al consumidor de los cereales y productos para panadería aumentaron 5,5%, los de carne y derivados 2,36%, mientras que los de huevos, lácteos y grasas lo hicieron en 6,38%.

¿Qué va a hacer el gobierno colombiano con esta situación, que no tiene solución posible en el corto plazo? Imponer controles de precios, al buen estilo de Argentina y Venezuela, sería un absurdo. Lo único que lograría sería distorsionar aún más los mercados y fomentar la especulación.

Es hora de que el gobierno se concentre en el tema y trace un plan de mediano y largo plazo para garantizar la seguridad alimentaria en el país. Parte importante de una solución de largo plazo es aprovechar el momento para darle un impulso al campo colombiano. El cambio estructural en el balance de oferta y demanda del mercado mundial de alimentos puede ser un gran peligro para Colombia, o también una gran oportunidad para que el país avance y haga realidad su potencial en el sector agrícola.