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Rafael Pardo, el nuevo ministro de Trabajo, no va a resolver el problema del desempleo ni acabar con la informalidad. A menos que se atreva a liderar agresivas reformas para modernizar el mercado laboral del país.

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Los retos de Pardo

El primer gran desafío del nuevo Ministro de Trabajo será liderar la discusión del salario mínimo que arranca este mes. En otros campos, su designación podría ser más un saludo a la bandera.

9 de noviembre de 2011

Muchos saltaron de alegría con la creación del nuevo Ministerio de Trabajo, pues consideran que uno de los retos para la economía colombiana es garantizar que los niveles de desempleo sigan bajando más allá de 10% en los próximos años. Rafael Pardo, el nuevo jefe de esta cartera, cayó parado en su nuevo empleo. El Dane reveló que la desocupación en el país llegó a 9,7% en septiembre pasado; se trata del dato más bajo de la última década. El Gobierno sacó pecho inmediatamente y tiene razones para hacerlo, pues los resultados económicos son positivos, a pesar de la crisis internacional.

Sin embargo, que la cartera laboral haya reaparecido en el mapa gabinetológico del país no es la panacea. Es necesario mirar con lupa esta decisión, para concluir qué tan estratégica resultó la creación de este Ministerio.

Lo primero que hay que decir es que Pardo no será el responsable de generar empleo en Colombia. Si el desempleo cede, no va a ser por las políticas que él decida implementar. A nadie le puede quedar duda de que el único camino para crear nuevos puestos de trabajo es crecer, crecer y crecer. Las mejores cifras laborales se explican porque la economía marcha a un saludable 5% y no porque se les hayan rebajado a los empresarios los costos de contratación.

Cabe recordar que las reformas laborales o leyes como la del primer empleo –que el propio Pardo propuso durante la campaña presidencial de 2010 y que entró en vigencia este año–, no han mostrado resultados exorbitantes. En cambio, solo unos puntos más de crecimiento en el último año sirvieron para crear 800.000 puestos.

En consecuencia, el futuro de la política de empleo estará en manos del Ministerio de Hacienda, del Ministerio de Transporte, del Ministerio de Minas, del Viceministerio de Industria y Desarrollo y de Planeación Nacional.

Las otras tareas
Entonces, vale la pena preguntarse ¿cuál es el problema que le queda por resolver a Pardo? Obviamente, la informalidad, que es el drama de 60% de la población ocupada. Para enfrentar este flagelo son necesarias políticas integrales. Por ejemplo, los pilares de una política de formalización pasan por reformar el sistema de seguridad social, tanto en salud como en pensiones. Mientras exista la dicotomía entre los regímenes subsidiado y contributivo en salud y entre prima media y privado en pensiones, no será posible formalizar muchos empleos: siempre habrá un incentivo para la gratuidad en salud o para disfrutar de privilegios exagerados en pensiones; eso mantendrá a muchos por fuera del mercado laboral, por gusto o por altos costos.

Lo malo para Pardo es que estos dos temas fundamentales no van a quedar en sus manos. El primer asunto será liderado desde el Ministerio de Salud y el segundo, probablemente, debería quedar en manos del Ministerio de Hacienda. Pardo podría apostarle a meterse de lleno en estos asuntos, pero eso lo va a desgastar y le va a resultar políticamente costoso, pues todo significa meterles la mano al bolsillo a los contribuyentes.

El principalísimo rol del nuevo Ministro será en su calidad de intermediario entre los empresarios y los trabajadores. Mantener esa interlocución en buenos términos será fundamental para el futuro económico del país. Más aún cuando las protestas sindicales han venido subiendo de tono, tal y como ocurre en el sector minero y energético. En este frente, el primer gran desafío será la discusión en torno al salario mínimo: es necesario que Pardo obtenga un primer éxito, logrando concertación. La tarea parece fácil, pues un centro de estudios ortodoxo como Anif ya planteó que, por productividad, este año el aumento salarial debería estar cerca de 5%, casi dos puntos por encima de la inflación. Con una propuesta inicial así, la discusión no va a ser mayor.

De otra parte, es fundamental que Pardo fortalezca las herramientas de inspección del Ministerio, porque es un compromiso adquirido por cuenta del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Pardo va a tener que sacar los dóberman –como hace algunos años lo hizo la Dian–, para perseguir a todo aquel que evada aportes a la seguridad, que le haga el quite a la normativa, utilice mal las Cooperativas de Trabajo Asociado o birle el contrato laboral. Esa es una tarea monumental que podría ganar espacio de primera línea en la agenda pública, si lo maneja bien.

El tema tiene un hondo calado político: estrechar aún más las relaciones con los trabajadores y hacerlos sentir que pueden transformar sus discursos y entablar relaciones distintas con los empresarios. La designación de Pardo representó un golpe de opinión, pues le abrió las puertas al liberalismo oficialista en el gobierno de la unidad nacional y puso con los pelos de punta al uribismo. Sin embargo, no es del todo claro que la nueva cartera laboral se vaya a convertir en el ministerio estrella: son muy pocos los cartuchos que Pardo tiene para gastar en esta tarea. Ahí deberá mostrar su talante.