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El abogado Abelardo de la Espriella confiesa que está trabajando en grabar un disco y quiere hacer presentaciones en vivo para sus amigos más cercanos. | Foto: Archivo Semana

Perfil

El abogado de las causas indefendibles

Caso jurídico donde esté Abelardo de la Espriella, tiene la garantía de ser polémico y difícil. Aunque parezca increíble ya está trabajando para grabar un disco. Esta es su historia.

24 de septiembre de 2012

Abelardo de la Espriella es un personaje que llama la atención, incluso cuando está callado. Cada objeto de su oficina está ubicado en estricto orden y no hay ningún detalle que se pase por alto. Desde las flores, los libros de su biblioteca que exhiben como si pertenecieran a la librería de la realeza del Reino Unido y para atender a sus clientes o visitantes tiene los más exclusivos dulces traídos desde Jordania. El próximo mes cumplirá 12 años de ejercicio profesional.

El siguiente escenario donde veremos a este abogado no será precisamente en un estrado. Quiere cumplir un sueño: ser cantante y para eso ya está trabajando para grabar un disco y hacer presentaciones pequeñas para sus amigos.

Nació en Montería y allí culminó sus estudios de colegio. A los 15 años llegó a la capital a estudiar Derecho en la Universidad Sergio Arboleda. Tiene una especialización en derecho penal y otras dos maestrías. El amor a las leyes lo lleva en la sangre, porque su padre y su abuelo fueron magistrados. Asegura que eligió el derecho penal, porque oculta el lado más oscuro del alma humana y agrega que nunca quiso estudiar algo distinto.

Su cotidianidad como dueño de una de las firmas del país que tiene 50 abogados y sucursal en Miami, la alterna con el gusto por el periodismo, otra de las facetas que empezó a formar desde joven. A los 10 años de edad hacía el magazine “Inquietudes Juveniles” para TeleCaribe y para la emisora de su Universidad. Cuando estuvo en Bogotá hizo parte de la mesa de trabajo de Juan Gossaín.

Alza la voz al señalar que no le interesa un cargo público, ni aspirar a ser el Fiscal General. “Mi verdadera vocación es ser defensor. Me apasiona lo que hago y eso es lo que yo siento por mi trabajo. Soy feliz ejerciendo, no tengo otro tema de conversación que el derecho, aunque el 10% de mi tiempo hablo de mis otras aficiones: el arte y los caballos”.

Su amor al arte se refleja en el edificio de su propiedad en la zona rosa de la capital. En los pasillos tiene varias obras y su secretaria sabe que cuando él va a una exhibición sin falta hace una nueva adquisición para la colección que decora su oficina y sus fincas y ella tiene que encargarse de toda la logística.

Desde que estaba en la universidad se fijó el propósito de tener su oficina en un sector exclusivo de Bogotá. Traía ropa y accesorios de Estados Unidos y los vendía para sostener los lujos que siempre la gustado darse y ahorrar para la primera oficina que tuvo y en la que trabajaban solo dos personas.

Dice que desde antes de nacer fue un trasgresor y ha logrado éxito llevando la contraria.
Cuando su madre -con 8 meses de embarazo- iba camino a una de las fincas en La Mojana, se hundió la embarcación en donde se transportaban. “Yo que debía morir ahogado, me salvé. O sea que siempre voy contra la corriente”, dice mientras se acomoda el traje impecable que porta y uno de los 33 pares de zapatos Louis Vuitton que tiene.

Entre más espinosos y complejos sean los casos, más se enamora de ellos. Ha sido el abogado de 13 personas involucradas en la parapolítica; de David Murcia; demandó al Presidente de Ecopetrol; del pastor acusado de violación; la famosa Dania Londono y ahora se juega un papel importante al defender a los empleados de Shakira, porque considera que una mujer tan importante y tan exitosa no pude ser injusta con quienes le han servido.

“En una democracia no hay causas indefendibles, porque se debe garantizar el respeto por los derechos de las personas. El abogado es un escultor y a veces lo que yo he hecho es buscar el mal menor. Por más terrible que sea el caso es un ser humano. Los crímenes más terribles son los que se cometen por dinero”, explica.

Se salvó del mediático caso Colmenares. Los padres de Luis Andrés lo llamaron para que fuera su defensor, pero a los pocos días su esposa iba a dar a luz y no iba a cambiar eso por nada del mundo. Después fue el propio Carlos Cárdenas el que quería que fuera su abogado, pero se declaró impedido porque ya había sido consultado por la contraparte.

Hoy tiene 34 años. Esta felizmente casado y esperando el segundo de los cuatro hijos que quiere tener. Quiere que Lucía, su primogénita, sea penalista al igual que él, “porque hace rato en Colombia no hay una mujer que se destaque en este campo y quiero que mi segundo hijo sea cantante o rejoneador”.

Viajó hasta que se cansó. Hoy su plan predilecto es irse el fin de semana a la finca, pasar revista a los caballos de paso fino que colecciona y enseñarle a su hija de un año y medio a montarlos.

El lunes cuando regresa a su oficina revisa el tablero de casos urgentes, al cual ya no le cabe ni una letra más, pero a menos que llegue a su mano una causa indefendible saca tiempo de dónde no lo tiene y lo lleva hasta el final, sin importar la avalancha que se venga encima, incluso asegura que le gusta tanto su trabajo que lo haría hasta gratis.