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Argentina, lecciones de una moratoria

La deuda argentina explotó y todos perdieron. Ojalá esto sirva para abrirles los ojos al FMI, a los inversionistas y a los gobiernos de otros países que podrían ir por el mismo camino.

4 de octubre de 2003

En los últimos dos años, Argentina se ha destacado por hacer anuncios sin precedentes acerca del manejo de su deuda externa. La decisión que adoptó en diciembre de 2001, de no pagar la deuda con los inversionistas privados por US$132.000 millones, se convirtió en el default más grande y más complicado de deuda soberana en la historia mundial. Acaba de hacer algo similar, ya no ante inversionistas privados sino ante el FMI, al anunciar a comienzos de septiembre que no atenderá el pago por US$2.900 millones que debía cancelar al Fondo, en lo que se convierte en el mayor incumplimiento que país alguno haya tenido con esta entidad. No obstante, su osadía resultó exitosa y le sirvió para obtener otro récord, pues el acuerdo que consiguió al día siguiente es el más rápido y generoso que jamás ha firmado un país con el Fondo.

Hace pocos días, Argentina volvió a sorprender con su propuesta de reestructuración de la deuda por US$94.300 millones que aún tiene pendiente con los inversionistas. Aunque el mercado ya la había descontado, pues fue sobre esta que declaró la moratoria en 2001, la magnitud del descuento que solicita Argentina no dejó de ser un nuevo baldado de agua fría.

Después del precio que pagó por el default, Argentina tiene muy poco qué perder. Desde hace dos años, cualquier cosa que haga tiene implicaciones muy limitadas sobre su economía interna. Con o sin reestructuración, su economía va a crecer un 5% este año y la inflación va a terminar el año en 15%. Quienes más podían perder si no se llegaba a un acuerdo eran el FMI y la banca multilateral, así como ahora, son los inversionistas, pues, al parecer, lo que plantea Argentina es la única opción para recuperar algo de la inversión.

Bajo estas circunstancias, parece que Argentina se hubiera salido con la suya, pues finalmente logró alinearlos a todos. Esta conclusión, sin embargo, está bien lejos de la realidad. El costo para Argentina del mal manejo de la deuda externa ha sido altísimo en términos del retroceso de la economía del país. Y además, cuando el gobierno anuncia que solo pagará una fracción de su deuda externa, resulta que los principales perjudicados son ciudadanos de ese país, pues un alto porcentaje de la tenencia de la deuda está concentrado en nacionales argentinos.



El FMI, contra la pared

Para el FMI, era muy importante llegar a un acuerdo con el gobierno argentino, pues su misión es velar por que se mantenga la estabilidad del sistema de pagos internacional. Por esto, Argentina logró un acuerdo tan favorable. Para el presidente Néstor Kirchner es también un gran logro, pues él se opone rotundamente a negociar cualquier paquete que pueda perjudicar la incipiente recuperación económica. Kirchner, además, responsabiliza de la recesión de su país al plan de austeridad impuesto por el Fondo en 1999, así como a los malos consejos que Argentina recibió de los funcionarios de esa entidad en los últimos diez años.

En el nuevo acuerdo, Argentina no solo logró la refinanciación de US$21.000 millones de deuda con las entidades multilaterales, de los cuales US$12.300 millones son con el Fondo, sino -además- que no se incluyeran dos de los puntos sobre los cuales el FMI más había insistido: la compensación a los bancos por haber tenido que ajustar los activos y los pasivos a tasas diferentes en el momento de la devaluación (unos US$7.300 millones) y el aumento de las tarifas de los servicios públicos.

Frente a este último punto, cuando el Fondo argumentó que se requería un alza para restaurar la confianza de los inversionistas, el presidente Kirchner contestó que el FMI no tiene por qué hacer lobby a favor de intereses de grupos particulares.



Ante los acreedores

Incluso después de haber logrado la refinanciación de una parte de la deuda con la banca multilateral, el gobierno argentino tiene pendiente la reestructuración con los acreedores internacionales de US$94.300 millones, que equivalen a casi el 53% del total de la deuda e incluyen 152 bonos emitidos en siete monedas diferentes. El gobierno de Kirchner busca reducir en 75% el valor nominal de estos bonos, un recorte mucho mayor al registrado en las reestructuraciones de deuda soberana de los últimos diez años.

Argentina anunció que ofrecerá cuatro tipos de bonos en la reestructuración. Uno de los títulos, conocido como quita, tendrá una reducción en el capital; mientras que para el segundo, la reducción en el capital será nula o muy baja, pero en cambio tendrá mayores plazos y menores tasas de interés. El tercer título permitirá la capitalización de intereses. Adicionalmente, los acreedores podrán elegir una variante de estos tres bonos con una menor tasa de interés, la cual podría aumentar si el crecimiento del PIB es mayor que el previsto por el gobierno.

La noticia no fue bien recibida por los tenedores de los bonos, para quienes recibir una cuarta parte -o incluso menos- del valor de los bonos emitidos es muy poco atractivo. El resultado final, sin embargo, dependerá de las negociaciones que se adelanten a partir de octubre entre el gobierno argentino y los acreedores, representados por un sindicato de bancos. De cualquier forma, el gobierno argentino ha reiterado que si bien se podrán discutir algunos detalles, la reducción del 75% en el valor nominal de los bonos no se modificará, pues es la única salida para que el país pueda volver a crecer.

Si se mira de una manera objetiva, la propuesta argentina tiene mucho sentido, pues incluso el pago del 25% del valor de la deuda lleva implícito un superávit primario de 3% del PIB en los siguientes tres años, lo cual ya es bastante difícil de lograr. Si el acuerdo implicara reducir el valor de los bonos en un porcentaje menor, el esfuerzo sería monumental, pues se requeriría un superávit mucho mayor, lo cual es muy poco viable tanto desde la perspectiva económica como política.



Las consecuencias

Sin duda, este proceso de reestructuración de la deuda argentina tendrá un impacto sobre el mercado de deuda emergente, el cual, aunque ya había descontado el default, se va a resentir frente a la inminencia de los hechos. Esta reestructuración de deuda por parte de un país emergente refuerza lo que el mercado ha venido pensando, respecto a la inmadurez de estas economías y el altísimo riesgo implícito al invertir en ellas.

En forma más específica, queda muy clara la importancia de la diversificación del riesgo. De nuevo, la lección: no es bueno poner todos los huevos en la misma canasta. La mayor parte de los bonos que entraron en default (38%) está en manos de inversionistas argentinos. Esto significa que, aparte del riesgo que se deriva por el solo hecho de estar en Argentina y tener activos en este país, estos inversionistas aumentaron su exposición al invertir en bonos de deuda externa. Y perdieron.

Este es un punto sobre el cual vale la pena llamar la atención. La tenencia de bonos de deuda externa colombiana por parte de ciudadanos colombianos es cercana al 70%. Más grave aún, buena parte de este porcentaje está en manos de los fondos de pensiones y las fiduciarias.

Si el gobierno colombiano no toma en serio su responsabilidad en la corrección del desbalance de las finanzas públicas, la probabilidad de que la deuda pública se vuelva insostenible es enorme. Esto quiere decir que Colombia no estaría muy lejos de lo que le pasó a Argentina y que en una situación de moratoria seríamos los mismos colombianos los que incurriríamos en el mayor costo.