Tony Blair, un hombre global

29 de junio de 2007

En medio de bajísimos registros de popularidad, Tony Blair cruzó hacia afuera, por última vez, la puerta del célebre número 10 de Downing Street, y de manera elegante cedió el poder a Gordon Brown, ex miembro de su gabinete, hombre prometedor, quien llega a la jefatura de gobierno después de varios años de desear y buscar tal objetivo de manera muy visible, tal vez demasiado. Cuando el curso de la opinión cambie, cuando la insatisfacción actual vaya cediendo, y se empiece a dar a Tony Blair el merecido lugar que tiene en la historia, Gordon Brown tendrá que demostrar que vale mucho por sí mismo, a menos que quiera pasar a los anales simplemente como un ambicioso colaborador que le corrió la silla a su jefe.

Tony Blair será recordado por muchas razones. Creo que una manera muy justa de percibirlo es como un protagonista de la globalización: un hombre totalmente imbuido de ese espíritu global, cosmopolita y abierto que, espero yo, caracterice a los tiempos por venir.

Antes de transformar a su país, Tony Blair transformó a su Partido Laborista, el cual, antes del advenimiento del “Nuevo Laborismo” de Blair, era el refugio de una anticuada e intransigente izquierda, incapaz de entender que los mercados son indispensables para el desarrollo. Fue gracias al liderazgo de Blair que dicho partido abrió sus ventanas a nuevas ideas, e incluso llegó a abolir la sacrosanta Cláusula IV de su programa, la cual comprometía al partido con la estatización de todos los medios productivos. Blair convirtió entonces al laborismo en una agrupación capaz de creer en el inmenso potencial de progreso que yace en los mercados libres. Cosa que para todos había quedado clara después del histórico gobierno de Margareth Thatcher.

Pero Blair fue capaz de ver más allá: entendió que una sociedad como la británica puede mantener un aparato estatal amplio, dedicado sobre todo a crear las condiciones sociales que permiten la supervivencia de una democracia de mercados libres. Y entendió que esto puede hacerse de manera inteligente, sin que se ponga en grave peligro la eficiencia económica, y sin que se genere esa omnipotente burocracia que termina apropiándose del servicio público, sacando rentas de este, y convirtiéndolo en un enemigo del ciudadano. Las reformas de Blair al aparato estatal, inspiradas en buena medida en principios propios de los mercados, como la competencia y el servicio al consumidor, han dado nueva vida a dicho aparato.

Por estas razones, creo que Blair y su gobierno constituyen un paradigma de cómo orientar una política nacional en tiempos de globalización.

En Blair habita un espíritu cosmopolita integral. “A las naciones les va mejor cuando están preparadas para abrirse al mundo”, dice en su ensayo de despedida “Lo que he aprendido”*. Esta máxima es la base para configurar un mundo con mínimas barreras: en el comercio, en la inmigración, y en el intercambio cultural. Como bien señala el editorial de The Economist del 12 de mayo, la mejor muestra de esto es el Londres de hoy día: una ciudad totalmente multirracial y multicultural, habitada y transitada por gentes del mundo entero; un vibrante escenario de negocios globales, que incluso disputa a Nueva York su primacía en esto. En fin, un retrato del mundo de la globalización.

Blair es también un convencido de que, para naciones como la suya, ricas y poderosas, es un deber intervenir, incluso con la fuerza militar, cuando quiera que en otras partes del mundo haya situaciones moralmente intolerables. Y, con todo el daño indirecto que a esta idea ha hecho la guerra de Irak, nadie debe tener duda de que ella será un pilar del mundo globalizado. Esto no significa unilateralismo agresivo y caprichoso; por el contrario, es más bien un llamado hacia la creación de una conciencia multilateral, incapaz de tolerar un nuevo Sarajevo o una nueva Rwanda.

La cuestión de Irak ha sido decisiva en la caída de Blair. Esto es una lástima, pues su actitud en esto siempre pareció bien intencionada y sincera. Pero esa puerta por la cual Blair sale es la misma por la cual han salido personas a quienes hoy la historia venera. Y para él se reserva algo similar en el futuro. Ojala, al recordar, sus logros, se tenga en mente esta advertencia suya sobre la importancia de lo global en lo nacional: “la interdependencia implica que (...) como nación, lo que ocurra en el mundo es de nuestro propio interés”.*

* “What I’ve learned”, The Economist, junio 2, pp. 26-28.

 
* Instituto Libertad y Progreso
info@libertadyprogreso.net