La temible era del spaghetti

22 de junio de 2007

Por favor, no me malinterprete el lector: me encanta el spaghetti. De hecho, soy un gran amante de la cocina italiana, tanto así, que si el término “era del spaghetti” se refiriera a las deliciosas recetas italianas, yo estaría más que feliz de celebrar su advenimiento. Pero si, como en este caso, el término se refiere a un mundo en el cual no hay esperanza de que se celebren grandes acuerdos de comercio multilateral, entonces no sólo yo, sino todos nosotros, debemos temer y lamentar la llegada de la “era del spaghetti”.

¿Cuál es la razón de ser de esta expresión? Desde hace ya cuatro años, ha sido imposible lograr avances sustanciales en las negociaciones de la Organización Mundial de Comercio OMC. De hecho, ni siquiera ha sido posible llegar a pequeños acuerdos o realizar avances mínimos. Hoy por hoy, tal vez el único acuerdo que pueda lograrse sea el de no dejar morir la ronda de negociaciones, conocida como “Ronda de Doha”, sólo para impedir la gigantesca frustración que un fracaso abierto y declarado significaría para el espíritu del multilateralismo.

Se pregunta ahora el lector qué tiene todo esto que ver con el spaghetti. Como bien sabemos, otra alternativa en la política comercial es la de los acuerdos bilaterales, como el TLC que Colombia ha negociado con Estados Unidos. Esta alternativa ha cobrado fuerza desde que las negociaciones de la OMC empezaron a mostrar signos de estancamiento. En particular, Estados Unidos ha sido un activo promotor de los acuerdos bilaterales, y su motivación explícita ha sido la de responder de ese modo a la parálisis de la OMC. Es más, algunos, de manera un poco ingenua a mi juicio, han sugerido que esta estrategia puede servir como estímulo competitivo para que la OMC se ponga en movimiento.

En principio, no hay nada de malo en que dos países celebren un acuerdo bilateral de comercio, ni en que muchos hagan esto mismo, siempre y cuando esos tratados sean complementos de un gran acuerdo multilateral, concentrado en la reducción global de barreras, gobernado por principios de igualdad y no discriminación, regido por reglas generales, y que cuente con mecanismos para la solución de diferendos. Es decir, el tipo de acuerdos que se negocian en la OMC.

Si el mecanismo multilateral pierde importancia, y los acuerdos bilaterales se convierten en el medio favorito para entablar relaciones comerciales, el mundo del comercio terminará asemejándose, de acuerdo con algunos expertos, a un “plato de spaghetti”, lleno de flujos que dentro de una gran maraña van de un lado a otro, y en ocasiones describen trayectorias irracionales o ridículas. Los problemas de vivir en este “plato de spaghetti” son múltiples. Un mundo lleno de acuerdos bilaterales terminaría exhibiendo, como gran paradoja, características propias de un mundo cerrado y lleno de barreras. Habría una multiplicidad de normas y prácticas en cuestiones aduaneras, arancelarias, técnicas, sanitarias, portuarias, y administrativas. En principio, nada impide que cada acuerdo bilateral fije sus propias reglas en todas estas áreas, y que cada una sea distinta y original. Sería el reino de la burocracia. Sería un infierno para los exportadores e importadores. Sería el paraíso de algunos abogados.

Pero lo peor no es esto. Además de esta explosión de complicaciones administrativas, un mundo lleno de acuerdos bilaterales podría ser, de nuevo gran paradoja, un mundo lleno de distorsiones comerciales. ¿Por qué? Porque en este “plato de spaghetti” los flujos de comercio no se orientarían por razones de racionalidad económica, sino que seguirían la ruta de los tratados vigentes, los cuales no necesariamente reflejan las ventajas comparativas a nivel global. Esto haría que se pierdan muchas de las posibilidades de desarrollo que ofrece el comercio libre. Hay que aclarar, sin embargo, que estos argumentos no operan para el análisis particular de cada tratado. Es decir, nada de esto significa que haya que rechazar nuestro TLC; de hecho, nueva paradoja, todo esto sugiere que debemos aferrarnos a dicho TLC. Colombia no tiene el poder de cambiar el curso de las cosas en la OMC, aunque sí debe mantener un explícito compromiso con el multilateralismo.

¿Y cuál es la perspectiva actual? Para nada es halagadora. Informa el Financial Times que las conversaciones entre los cuatro grandes actores de la Ronda de Doha han fracasado de nuevo, como es ya costumbre, en medio de recriminaciones mutuas. Si no hay al menos un pequeño acuerdo en las próximas semanas, no sería exagerado decir que el sueño del multilateralismo está herido de muerte.

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