¿Cuándo se recuperará Estados Unidos?

Malas noticias. El destino de la economía estadounidense parece inevitable. Vendrán años de lento crecimiento, acompañados de un desempleo no inferior al 8% y un alto déficit federal, superior al 7% del PIB. Opinión de David Ramírez.

26 de febrero de 2010

Si bien existe relativo consenso en cuanto a que la recesión técnica en Estados Unidos llegó a su fin, las perspectivas de crecimiento de corto y mediano de la economía estadounidense son bastante modestas.

 

The Economist y el FMI predicen que luego de la caída de -2,5% en 2009, el PIB experimentará una recuperación “estadística” de entre 2,5% y 3,0% en 2010, para desacelerarse a entre 1,5% y 2% en 2011.

 

Algunos analistas, en mi opinión demasiado pesimistas, prevén la posibilidad de una recuperación tipo “W”, es decir, una nueva recesión en el corto plazo, similar o peor a la vivida el año pasado.

 

Otro grupo de destacados economistas proyecta un PIB anual promedio apenas cercano al 2% en los próximos 10 años.

 

Sobra subrayar la importancia para el planeta, para América Latina en general, y para Colombia en particular, de contar con una sólida economía estadounidense, creciendo a tasas altas y sostenibles. (Y por supuesto, evitando burbujas como la que nos llevó a la más reciente crisis).

 

Recordemos que además de constituir el mercado para casi 40% de nuestras exportaciones, el crecimiento económico de Estados Unidos también impulsa el de nuestros socios comerciales. Además, aún si las relaciones comerciales con Venezuela se restablecieran pronto (luego del “sea varón” de hace unos días), la economía de ese país seguirá en recesión en 2010-11, por lo que las esperanzas de algunos exportadores están cifradas en redirigir su oferta a mercados alternativos, precisamente, como el de Estados Unidos y vecinos latinoamericanos.

 

Se espera, sin embargo, que no obstante la actual política monetaria de la FED, el PIB estadounidense se desacelere a partir de la segunda mitad del presente año en tanto el impulso del plan de estímulo fiscal implementado desde comienzos de 2009 comience a diluirse, el desempleo se mantenga arriba, los hogares sigan altamente endeudados, los precios de la vivienda en lenta recuperación, y la confianza de inversionistas y consumidores permanezca resquebrajada.

 

Cómo impulsar el crecimiento es la pregunta del millón, con respuestas que desafortunadamente chocan ante una muy adversa realidad.

 

La laxitud monetaria es insuficiente para romper el “credit crunch” generado por la reticencia de los consumidores a endeudarse (ya no tienen más capacidad de pago, dados el alto desempleo y la pérdida de poder adquisitivo que dejó la caída en los precios de la vivienda), así como la extrema cautela de los bancos para prestar (increíblemente, conseguir un crédito en los EE.UU. resulta hoy por hoy tan tortuoso como en cualquier país Latinoamericano: Ud. debe demostrar que no necesita el dinero!). Más allá, es posible que la FED empiece a ajustar la política monetaria al final de este año o principios del próximo.

 

Las posibilidades de una nueva expansión fiscal están limitadas por el colosal déficit federal de más del 10% del PIB y el subsecuente aumento de la deuda pública. Por lo demás, el plan de económico de casi US$800.000 millones puesto en marcha desde principios del año anterior ha sido un relativo fracaso. Por lo mismo, la credibilidad y el monto de cualquier nueva iniciativa están severamente limitados.

 

Aunque el plan produjo efectos transitorios positivos sobre las ventas de automóviles y el mercado de vivienda, las primeras volvieron a caer en el cuarto trimestre de 2009 (comparadas con el trimestre anterior) con la terminación del llamado programa “cash for clunkers” y los precios de las casas son inferiores en 30% a su pico de 2005.

 

Peor, al cierre de 2009 el programa de alivios hipotecarios (Home Affordable Modification Pogram) apenas había beneficiado a 650.000 deudores frente a unos 4 millones que se encuentran en dificultades para pagar. Tan sólo un porcentaje pequeño (2%) de esos 650.000 lograron renegociar sus hipotecas de manera permanente, mientras el resto ha tenido beneficios temporales, que no compaginan con la alta posibilidad de quedar desempleado.

 

Y es que precisamente el lunar más protuberante del plan es no haber sido capaz de llevar el desempleo al 8% en el corto plazo (de por sí una cifra alta), pues pese a haber generado unos 2 millones de puestos de trabajo, la tasa de desocupación se mantiene cercana al 10%.

 

La falta de credibilidad en la política económica, unida a la pérdida de riqueza de los hogares vía menores precios de la vivienda y de las acciones (US$13.000 millones se evaporaron del mercado de renta variable tras la quiebra de Lehman Brothers), mantienen la confianza del consumidor estadounidense lacerada.

 

Así lo demuestra la caída en febrero a su nivel más bajo en cinco meses del índice de confianza que mide el Conference Board. Dato tan diciente como la encuesta de Bloomberg de enero, según la cual más del 50% de los estadounidenses sienten más inseguridad financiera en el momento que 12 meses atrás.

 

El informe del estado de la Unión del presidente Barack Obama de enero pasado se centró en el objetivo de aumentar el empleo, en lo que todos estamos de acuerdo, pero el discurso y los anuncios posteriores no han despejado las dudas sobre la efectividad de las medidas para lograrlo.

 

El gobierno y el Congreso dicen que lo intentarán a través de deducciones de impuestos a la nómina y créditos a la pequeña y mediana empresa, pero, sorprendentemente, al mismo tiempo el líder de la mayoría del partido de gobierno en el Senado (el demócrata Harry Reid) recortó el programa para este año fiscal desde los US$85.000 hasta los US$15.000 millones.

 

No sólo hacen falta más recursos para generar empleo, sino una combinación más agresiva de descuentos fiscales sobre nueva nómina y de incentivos al capital para generar más empresa y agilizar el ciclo económico.

 

Los programas de infraestructura intensivos en mano de obra deberían ser también de mayor envergadura. Curiosamente, el núcleo de inversiones en infraestructura del plan de febrero de 2009 “apenas” destina US$80.000 millones a la materia, cifra comparativamente pequeña con el tamaño de la economía de ese país (y no muy lejana a los US$22.000 millones del propio plan de infraestructura de la administración Uribe).

 

Por otra parte, a la fecha no se ha escuchado nada concreto frente a la tarea de terminar de resolver el lío hipotecario, para mí, la raíz del problema económico estadounidense.

 

Ello solamente se resolverá con más intervencionismo sobre los bancos. Los deudores siguen a merced de los prestamistas, a quienes el gobierno no ha sido capaz de poner en cintura, pese a las críticas populistas sobre el fortalecimiento de su base de capital, y a las válidas sobre el pago de exuberantes beneficios salariales a sus empleados.

 

Que se sepa, la reforma regulatoria sobre el sector financiero que ha propuesto el Sr. Obama no atiende el objetivo de reducir efectiva y prontamente el endeudamiento hipotecario, que mientras se mantenga en los niveles actuales—impagables para millones de deudores—demorará por buen tiempo la recuperación de los precios de la vivienda, y por ende, de la riqueza de los hogares.

 

Pero este recetario es demasiado heterodoxo para un país tan conservador como Estados Unidos.

 

Y mucho más para un gobierno que como el de Obama se ha quedado sin gasolina a mitad del camino, y que por estar tratando de conciliar aquí y allá, para no posar demasiado izquierdista, terminó en el centro de nada y con la pólvora que le dejo su antecesor estallándole en las manos.

 

El destino de la economía estadounidense parece inevitable. Vendrán años de lento crecimiento, acompañados de un desempleo no inferior al 8% y un alto déficit federal, superior al 7% del PIB.

 

Por fortuna, la inflación se mantendrá bajo control (cercana al 2% anual) y el déficit corriente bajara (a un promedio de 3,5% del PIB frente al 5.5% anual en 2005-08), pero en general todo indica que en los próximos años la principal economía del mundo se mantendrá como oso “hibernante”.