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Trump gusta a los mercados

El controvertido presidente al menos tiene una virtud: cumple lo que promete.

Gustavo Rivero
17 de febrero de 2017

Desde que Trump tomó posesión del cargo ha ido acometiendo promesas de la campaña electoral: proteccionismo, orden para construir el muro en la frontera con México, restricciones contra la mayoría de los inmigrantes musulmanes (paradas por la justicia estadounidense), etc. El mundo está acostumbrado a los incumplimientos de los políticos (excepto en lugares como Japón, donde están obligados a dimitir si suceden), por lo que si aparece un gobernante que cumple, aunque sea el menos idóneo, se genera certidumbre, que es lo que gusta a los mercados, sobre todo si se trata del dirigente de la primera potencia mundial. Esa certidumbre hace creíble su plan de expansión fiscal que tanto beneficia a las bolsas.

El comportamiento de los mercados desde la victoria de Trump ha reflejado la apuesta por un entorno económico de mayor crecimiento nominal, fruto de las hipotéticas políticas de estímulo de la demanda de la nueva administración americana y del repunte de la inflación en la mayoría de los países desarrollados. El resultado ha sido una revalorización de los índices bursátiles mundiales de casi el 7% desde el 10 de noviembre (más del 3% en lo que llevamos de año), apostando por los efectos positivos que las bajadas de impuestos, la desregulación y el aumento del crecimiento nominal tendrán en los márgenes y beneficios de las empresas.

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Teniendo en cuenta que, en las últimas décadas los mercados bursátiles en EE.UU. siempre han alcanzado máximos dentro del año anterior a una recesión, está claro que apostar por una extensión del ciclo expansivo actual implica aumentar las ponderaciones de la renta variable en las carteras. De todas formas, las subidas no han sido lineales, pues se ha producido una rotación sectorial, en la que se han visto beneficiados sectores como el financiero (+17% desde noviembre), industrial (+9%) o materiales (+10%), quedando rezagados los sectores de consumo básico (+1%) o "utilities" (0%).

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Por el contrario, la deuda pública ha reflejado el aumento de las expectativas de inflación y la previsible normalización de la política monetaria (aún con diferente intensidad según la región), con un gradual repunte de las rentabilidades y, por tanto, con cesiones acumuladas de los precios de un 5% desde noviembre. La apuesta por la renta variable en detrimento de la deuda pública no sólo ha reflejado los cambios en el contexto macroeconómico, sino también unas valoraciones mucho menos exigentes en términos relativos. Finalmente, la preferencia por los activos de mayor riesgo se ha extendido a los segmentos con mayor probabilidad de impago de la renta fija privada (high yield), pues se interpreta que este tipo de compañías tendrían una mayor sensibilidad a las rebajas impositivas/desregulación.

Llegados a este punto, la duda es si el movimiento está cerca de agotarse, una vez que, tras la euforia inicial, se empiecen a acumular en el otro lado de la balanza los potenciales efectos negativos en el largo plazo de todo lo que estamos oyendo en las últimas semanas. De momento los mercados prefieren centrarse en el corto plazo y, por tanto, en ajustes tácticos según se vayan desarrollando los acontecimientos, lo que nos llevará a nuevos episodios de volatilidad a lo largo del año. Es decir, no se están reflejando todos los riesgos que aparecen en las páginas de los periódicos día a día. Quizás, porque tras la experiencia del Brexit y de las elecciones estadounidenses, el potencial desestabilizador de los eventos de este año es inferior. O porque la visibilidad a más de doce meses es mínima, así que no queda más remedio que centrarse en lo más inmediato. Lo que parece claro es que las elecciones francesas van a centrar la atención en Europa en la primera parte del año, como refleja la subida de la prima de riesgo del bono francés por la amenaza de Le Pen.

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