OPINIÓN ONLINE

Sin resentimientos por la paz

Parecemos olvidar que la paz no viene con el silencio de las armas sino con la prosperidad generalizada.

Christopher Ramírez
18 de julio de 2016

Con tanto ruido alrededor del plebiscito por la paz es imposible no imaginar al Presidente Santos cabalgando sobre un potro furioso, como un caballero medieval rodeado de serpientes que representan la guerra y blandiendo la espada dirige sus huestes hacia el triunfo de la paz sobre aquellas.

Lo cierto es que sus caballeros no son más fuertes o numerosos que aquellas, ni son ellas más sagaces o voluminosas que aquellos, por lo que serán los plebeyos quienes inclinen el resultado, siguiendo credos y cantando himnos que no escribieron, como borregos inducidos por el miedo a un futuro funesto alimentado por cada orilla.

Y es que este debate pasó de ser político a politiquero hace tiempo, y pasa por alto lo esencial: qué llevará al país a una prosperidad generalizada, cuando hoy se goza de una relativa y frágil pacificación que hay que asegurar, amenazada no por diferencias políticas sino por actividades ilegales que abusan de poblaciones vulnerables que no tiene mejores alternativas de subsistencia.

Y es que no puede negarse que hoy nuestro conflicto no es político sino económico y social ya que a la mayoría de nuestra población, salvo a los políticos profesionales, muy poco le interesa la izquierda o la derecha, Santos o Uribe, sino poder asegurar un futuro para su familia, educar a sus hijos, tener acceso a la salud y a la justicia, aspiraciones que en este debate parecen olvidadas e insatisfechas.

La experiencia indica que el fin de los conflictos no es la satisfacción de los resentimientos, sino la creación de mejores condiciones para las partes enfrentadas, como ha sido en sociedades que demostraron ser viables años o décadas después del armisticio, precisamente por la prosperidad generalizada que quitó importancia a los odios y llevó a acabar con las causas de sus conflictos.

Tan claro lo fue para los Estados Unidos al final de la Segunda Guerra Mundial, que creó el Plan Marshall que llevó a Europa occidental a reconstruirse con bases democráticas que acabaron con los restos de estructuras sociales feudales, permitieron que la riqueza dejara de ser un privilegio de clase y abrieron puentes de unión entre naciones enemigas basados en su interdependencia económica.

El mundo sería muy diferente si los aliados hubieran mantenido a Alemania en la miseria, pues ya era claro que los nacionalismos que la llevaron a la Segunda Guerra fueron alimentados fácilmente en medio de una economía ahorcada por las imposiciones del pacto de Varsovia, creadas por los vencedores de la Gran Guerra sin consideración a sus efectos en el desarrollo económico del vencido y liquidado imperio Austrohúngaro.

De la misma manera, el mundo sería hoy muy diferente si los Estados Unidos hubieran invertido en Afganistán en desarrollo económico las mismas sumas que invirtieron dotando de armas a los rebeldes musulmanes para expulsar a Rusia, quedando ese pueblo en la miseria después de esa guerra de guerrillas y a merced de los cantos de los extremistas que fueron la semilla del Estado Islámico.

Las preguntas que deben hacerse hoy en Colombia no deben ser relacionadas con la suerte de sus actores actuales del conflicto sino de las generaciones venideras, cómo les aseguramos igualdad de oportunidades para acceder a la prosperidad, siendo todos idiotas útiles frente a las circunstancias mientras nuestra visión siga siendo de corto plazo.

Lo primero y más complejo es superar ciertos prejuicios y resentimientos sociales, pues para muchos no es fácil entender eso de que todos tengan prosperidad, que haya las mismas oportunidades, como lo ha demostrado Ser Pilo Paga y el matoneo que han sufrido sus becarios en algunas universidades antes inalcanzables para ellos.

No es fácil dejar de creer que solo los hijos de personas acomodadas tengan derecho a esas universidades, tanto para los hijos de esas familias como para los becarios, que parecen desconocer qué afortunados son de haber llegado allí por sus méritos y no por los de sus padres, o que serán en el futuro los jefes de sus mediocres compañeros, vengan de donde vengan, si persisten en sus empeños y sueños.

Si nos dejan, al final todos entenderemos que la paz no viene con el silencio de las armas sino con la prosperidad generalizada, en un marco que asegure a todos el acceso a alguna riqueza en igualdad de oportunidades.