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¿Quién le teme a Donald?

Trump supone una preocupación no solo para algunos republicanos que entienden que alguien que promete construir un muro para separar México de los Estados Unidos, o impedir la entrada de los musulmanes, no puede merecer el favoritismo de una nación cada vez más multicultural.

Christopher Ramírez
7 de marzo de 2016

Las elecciones de los Estados Unidos resultan del mayor interés para un mundo que hoy sufre la amenaza del Estado Islámico en Siria, Irak y algunos países del norte de África, la rebeldía de Corea del Norte de fabricar armamento nuclear aún a costa de la amenaza de sanciones de la ONU, la crisis de inmigración en Europa y su efecto en la resurrección de la xenofobia, y el reacomodamiento de China como poder en Oriente.

Una nación que ha defendido y exportado tradicionalmente los valores democráticos y que para muchos en el período del presidente Obama ha dado un pie atrás como poder mundial equilibrante para enfocarse en atender primero algunas de sus más importantes necesidades internas, debe elegir entre dos visiones de las relaciones internacionales excepcionalmente opuestas, entre la prudencia de la diplomacia y la locuacidad de un vendedor sin experiencia alguna en el manejo de complejas relaciones internacionales.

Trump supone una preocupación no solo para algunos republicanos que entienden que alguien que promete construir un muro para separar México de los Estados Unidos, o impedir la entrada de los musulmanes, no puede merecer el favoritismo de una nación cada vez más multicultural.

Es preocupante para el mundo, en general, dada la incertidumbre que genera que el posible líder de la economía más grande del mundo pretenda recuperar la grandeza de su nación cerrando sus fronteras a los inmigrantes o condenando los tratados de libre comercio celebrados por Estados Unidos, incluyendo el acuerdo Transpacífico que busca crear un bloque que haga contrapeso a China como actor en esa parte del mundo.

Lo dudoso es si son o no palabras de vendedor que apelan a la ignorancia de algún electorado carente de mundo, que ha sufrido los efectos de la desindustrialización no por culpa de México o China, sino de sus propias multinacionales, pero que ve en un hombre rico, locuaz y sin la imagen del político profesional, una posibilidad de recuperar la llamada grandeza de ese país. Populismo, al fin de cuentas, pero igualmente preocupante pues no deja claridad sobre su real pensamiento.

Latinoamérica, sin embargo, no tendría mucho que ganar o perder en el resultado de este debate ya que de tiempo atrás los Estados Unidos han sido reticentes a ser el centro político de la región y ya pasaron los tiempos en que la orientación de los americanos marcaba el resultado de los debates electorales en nuestros países. Sin embargo, si bien nuestro continente latinoamericano no es motivo de preocupaciones globales de seguridad nacional para los Estados Unidos, es innegable que el fenómeno migratorio y el narcotráfico siguen afectando la sociedad americana y un cambio brusco de orientación hacia una más intervencionista podría marcar alguna diferencia.

Las dos últimas administraciones, sin embargo, han demostrado tener mayores problemas en el medio y lejano oriente que en Latinoamérica y en tal medida su relevancia como mediador o su deseo de intervenir en los asuntos de estos países ha moderado sustancialmente. Si habrá interés de una administración republicana de recuperar dicha influencia, es algo que cabe preguntarse, pues aunque el mundo hoy es otro, las expresiones de Trump podrían resultar presagios de un nuevo intervencionismo.

Los ciudadanos del resto del mundo observaremos expectantes si la apuesta del vendedor de propiedad raíz más conocido en su país logra derrotar la lógica, la razón y la tolerancia, para lograr su sueño personal de dirigir el reality más prestigioso del mundo.

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