ERICK BEHAR VILLEGAS

El poder de los charlatanes y la peligrosa seducción electoral

"Los discursos están obnubilando la factibilidad de un buen futuro para el país".

Erick Behar Villegas, Erick Behar Villegas
18 de mayo de 2018

Cuenta la historia que los charlatanes del medioevo acompañaban su vagabundería con música, colores vivos, prodigiosas carrosas y graciosos micos. Su encanto estaba en curiosas panaceas y falsos fármacos con los que tramaban a las multitudes. Esos charlatanes parecen haber sobrevivido los siglos; pareciera que están entre nosotros.

Hay diversas formas de encantar y seducir, siempre y cuando los demás nos crean. Una de las mejores maneras que ha encontrado la humanidad es timar, engañar y en términos criollos, meter cuento. La campaña presidencial es un gran escenario de charlatanería en donde el conocimiento se instrumentaliza y la elocuencia barata a veces triunfa sobre la realidad. La superficialidad le gana al ingenio del innovador y Colombia enfila su dieta hacia el pan y circo.

Pero volvamos a la Edad Media. Llegaban los italianos de Cerreto, provincia de Umbria, y se acomodaban en las plazas públicas de Italia para seducir a las masas. Los mismos vascos hablaban de charlataria por el siglo IX. Habían heredado de los sofistas griegos la capacidad de embaucar aquí y allá, pero habían innovado trayendo simpáticos micos pequeños a su show. Fueron invadiendo las ciudades francesas con sus embustes, vendiendo pócimas y algún elixir de la vida que terminaba siendo un engaño, ganando adeptos y dinero a costa de la ignorancia, su mayor aliado.

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El diccionario de etimología italiana nos dice que il ciarlatano era el que ejercía ilegalmente una profesión, “ostentaba títulos y pomposas apariencias (…) disfrutando la credulidad de otros al resaltarse a sí mismo”. Los charlatanes fueron luego inmortalizados en los escritos de Victor Hugo y curiosamente terminaron haciendo arribo en Colombia, especialmente en contiendas electorales.

Colombia vive de discursos alimentados por la palabrería que se nutre de la falta de conocimiento. Se volvió normal decir mentiras y avanzar discursos de lo imposible para generar esperanza. Imaginemos esta situación: nos encontramos de repente encerrados en un tren que se dirige contra un cerro. Los pocos que saben técnicamente como frenar el tren no son escuchados en su desespero porque unos charlatanes se roban el show. Dicen de manera creativa que traerán un avión para levantar el tren y no permitir que se estrelle. ¡Todos aplauden! Nos dicen: ¿eres tonto, para qué frenar el tren si ya viene el avión? Pero cómo salirse del tren, de dónde se pagará ese avión, cómo se supone que lo engancharán un tren en pleno vuelo, son preguntas que nadie quiere oír, porque lo que más seduce es el victimizado discurso de los charlatanes que traen el elixir de la vida e ignoran la física. Y así, el tren se estrella y la culpa se endilgará a los técnicos.

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Los discursos están obnubilando la factibilidad de un buen futuro para el país. Algunos quieren ideas surreales pero no se les ocurre que no son viables, pero si objetamos terminamos adscritos sin quererlo automáticamente a algún movimiento político-religioso. El problema es que los charlatanes se están aprovechando de la ingenuidad para vender su elixir de la política colombiana. Quieren poner paneles solares en todas partes, acabar con la economía petrolera, hoy sinónimo del mismo demonio, o de pronto se dedican a criticar redundantemente la corrupción diciendo que es mala porque es mala, que se deben endurecer las penas en vez de proponer digitalización de trámites o decir cómo se puede lograr presupuestalmente un cambio.

Resulta más fácil hablar y confundir que exponer cómo se llega a una transformación realista que no desemboque en más sectarismo. El único antídoto que tenemos para contrarrestar la influencia de los charlatanes es el apoyo a la educación, pero no de forma oportunista, populista y superficial, sino de manera pragmática, reconociendo la importancia de la ciencia, el emprendimiento y la realidad presupuestal del país. ¡No votaré por ninguno de los charlatanes que hay por ahí! ¿Los ubican?

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