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André Agassi: La trampa del éxito

Su disciplina lo llevo a triunfar, y su triunfo a depender del mismo quehacer que tanto odió: era lo único que sabía hacer, lo que sabía hacer mejor, y por lo tanto su sustento de vida y de seguridad personal.

Invitado
28 de enero de 2016

Las bibliotecas sobre talento y liderazgo están llenas de biografías de grandes mujeres y hombres  cuyas hazañas deslumbran a la humanidad entera. Las más emocionantes traen ese toque que tanto aprecia Hollywood -y de paso nosotros-  de personajes hechos  a pulso, por cuenta de un esfuerzo personal sobre humano que el resto de los mortales admiramos tanto, porque en general carecemos de  vocación hacia el sufrimiento y  la auto disciplina que en la mayoría de los casos se necesita para llegar a la gloria.

Es el caso de André Kirk Agassi. Para aquellos a quienes nos gusta el tenis, sin duda referente  de lo que fue el tenis Norte Americano después de la era Mckenroe y Connors. Ganador de 8 Grand Slams, 17 ATP Master Series, 3 copa Davis, una medalla olímpica de oro, y número 1 por 101 semanas, Agassi siempre será recordado por un juego aguerrido, frontal, físico, y apasionado. Acabo de terminar su biografía, "Open", que se lee fácil y se disfruta mucho sobre todo porque a diferencia de muchas otras que he leído, arranca con una declaración que más pareciera la de muchos otros trabajadores del planeta: "Siempre odié mi trabajo".

Su odio lo generó en parte su padre que es el gran gestor de su carrera (historia conocida) y que le impuso, siendo muy pequeño, una disciplina militar de 3.000 bolas diarias bajo la premisa de que si el menor de sus hijos lograba pegar un millón de bolas al año, sería sin duda el número 1 del ranking mundial.

El problema es que lo hizo sin preguntarle, a costa de su "felicidad", algo que Agassi trató por todos los medios de discutirle sin que este diera su brazo a torcer  ni por los aretes, su corte de pelo, su uniforme, su actitud desafiante y grosera, ni sus escapadas de la academia Boletieri donde estuvo interno desde los doce años. Logró en cambio construirse una fama de contestatario y rebelde que mucho le pesó en el circuito.

Lo bonito de la historia de Agassi es precisamente la humanidad detrás de la foto de éxito a la que hoy se suman su esposa Stephie Graff y sus dos hijos. Agassi es producto de la fórmula que el mismo Gladwell ha señalado como ganadora: Los grandes maestros no son fruto del talento, son el fruto de más de 10.000 horas de entrenamiento continuo, diario, a sudor y lágrimas. Son el fruto muchas veces de la imposición de un mentor aún más testarudo. Son el resultado de un proceso que en el caso de un niño, generalmente deja de lado la ecuación de la felicidad que hoy tanto desvela a millones de padres de familia que cedemos ante el primer berrinche.

Su disciplina lo llevo a triunfar, y su triunfo a depender del mismo quehacer que tanto odió: era lo único que sabía hacer, lo que sabía hacer mejor, y por lo tanto su sustento de vida y de seguridad personal. Irónicamente ha sido de los deportistas, al menos en el tenis, que más tarde se ha retirado. Lo dio todo en la cancha y solo lo dejó en el momento en que doblando en edad a sus contrincantes de turno, su espalda no dio más.

Quitando de la ecuación el resultado final que en el caso de Agassi fue increíble, su vivencia, llena de angustias y contradicciones, se parece mucho a la de todos nosotros. Es una historia de terror por la rutina, de profunda inseguridad, de celos, de rabia con un pasado determinista, de odio por su falta de valor, de poca, muy poca libertad, pero de profundo respeto por la profesión que le dio todo. Ese es su gran legado.

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