Opinión Online

¿La suma de todos los miedos?

La segunda mitad del año comenzó con el dólar como protagonista. El precio de la moneda norteamericana alcanzó niveles cercanos a $2.650, muy próximo a la cotización máxima de comienzos de marzo cuando había una alta incertidumbre por la posibilidad de que la Reserva Federal de EE.UU. comenzara a subir la tasa de interés, hecho que finalmente no ha ocurrido.

Invitado
8 de julio de 2015

La campaña de terrorismo emprendida por los grupos guerrilleros en Colombia en semanas recientes, la cual llegó a un punto culmen con los atentados del pasado jueves en Bogotá, sumado a eventos internacionales como el del default de Grecia ante el Fondo Monetario internacional el 30 de junio, sirven de evidencia para entender cómo la tasa de cambio funciona como termómetro de la percepción de riesgo sobre el futuro de una economía, independiente incluso de las perspectivas de largo plazo que, para el caso de Colombia, lucen alentadoras.

El canal a través del cual se deprecia la moneda es el de las expectativas. Esto significa que detonantes de la confianza a corto plazo pueden ser peores que los eventos económicos palpables. En el caso colombiano, la baja credibilidad en un gobierno aferrado a un proceso de paz que fue el principal instrumento de la pasada campaña electoral, la escasa disciplina fiscal que ha puesto presión sobre las tasas de interés (una vez acabo el mini boom petrolero) y la fuerte carga tributaria que han sufrido en los últimos años los generadores de empleo formal, están poniendo al país que consume y que invierte, cada vez más escéptico con respecto al futuro, al menos en el corto plazo.

Vale recordar que el ciclo político colombiano viene y va con los procesos de paz, basta hacer memoria sobre cómo Pastrana alcanzó la primera magistratura. Infortunadamente, el anhelado posconflicto en cada ocasión y el gasto público que ello implica ha contribuido a generar erogaciones permanentes, las cuales no han generado la finalización del conflicto armado más antiguo de la region. El problema es que más allá de las esperanzas que se generan al inicio de los gobiernos elegidos para llevar a cabo las negociaciones con los grupos al margen de la ley, esa situación no ha contribuido a mejorar las decisiones económicas de largo plazo de los agentes económicos privados (consumidores e inversionistas). Entre tanto, el ciclo económico colombiano sigue sin cambios y casi totalmente determinado por el comportamiento de los términos de intercambio, asociados a precios de commodities.

Posterior a la crisis hipotecaria y financiera del 99 y con el resurgimiento de la confianza en sectores del país muy afectados por el fracaso del anterior proceso de negociación con la guerrilla, concurrieron dos factores ideales para el crecimiento económico de largo plazo. Lo que llama la atención es que no fue propiamente el proceso de paz de ese entonces el que generó la mejora en las expectativas, sino el debilitamiento en la capacidad militar y terrorista de la guerrilla que afectaba el desarrollo de los negocios y de la iniciativa privada. Esta transición paralela a la fase alcista en el precio del petróleo contribuyó a mejorar las expectativas de los agentes económicos locales y extranjeros, impulsando el crecimiento económico con ahorro externo, hecho que se refleja en el persistente déficit en cuenta corriente que rara vez generó presiones devaluacionistas sobre la moneda colombiana.

Incluso con la crisis financiera y económica global, ocurrida esencialmente en las economías desarrolladas desde 2008 (época denominada como la gran recesión), el impacto sobre la economía colombiana y sobre otras economías emergentes fue de corta duración gracias a la respuesta de los grandes bancos centrales, del mundo inundando de liquidez, al sistema financiero global y generando, simultáneamente, un proceso hasta ahora imparable de búsqueda de rentabilidad (search for yield) donde las economías exportadoras de commodities se vieron ampliamente favorecidas, toda vez que las economías de origen de los recursos se mantenían enfrascadas en trampas de liquidez de las cuales apenas parecen estar saliendo, (luego de bastante ensayo y error).

Ahora que ha llegado la recuperación de las economías desarrolladas, la corrección en los precios del petróleo y otros commodities y la posibilidad de una moderación de los excesos de liquidez globales, comenzando por EE.UU., el gran desafío de las economías emergentes es mantener al alza las expectativas sobre su futuro económico. Al respecto Colombia cuenta con un as bajo la manga: el ambicioso programa de infraestructura de cuarta generación (4G) que parece estar a punto de dar sus primeros avances con el cierre financiero de los proyectos correspondientes a la primera ola de concesiones viales.

Sin embargo, es imprescindible dar nuevos avances en el manejo fiscal para asegurar un ambiente macroeconómico consistente con menor disponibilidad de recursos externos y con el mayor escepticismo de los inversionistas (empresarios) locales. Es urgente e importante evitar que el proceso de paz sea el núcleo de las decisiones de política pública por más deseable que parezca.

Las mejoras a la productividad, el aprovechamiento de los acuerdos comerciales internacionales, el desarrollo de la innovación hacia sectores específicos, la formalización de la economía o al menos de la tributación, deben estar por encima de la inmediatez de políticas y programas sin objetivos concretos mas que subsidiar a la población vulnerable de manera permanente con recursos cada vez más escasos.

De lo contrario la caída de la confianza o de las expectativas favorables pueden sobrepasar de lejos la gran esperanza que puede generar el desatraso vial del país. En ese caso, cubrir el déficit en cuenta corriente requerirá una devaluación aun mas fuerte y/o una importante caída de la actividad económica. Lo interesante es que el balón parece estar en el terreno de juego del gobierno nacional, lo importante es que este equipo lo haga mejor que la selección Colombia en la reciente Copa América.