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Lecciones montañeras (parte II)

Ejecutar la estrategia es más complejo que planearla: es un proceso que toma más tiempo, involucra más personas y tiene más imprevistos. ¿Cómo lograr el objetivo y disfrutarlo?

Invitado
6 de febrero de 2016

Como en cualquier negocio, el proceso de planeación es clave en las buenas aventuras montañeras. Como hablaba en mi columna pasada (Lecciones montañeras, parte I), esa planeación tiene 3 etapas claves: saber quién es uno, es decir, conocer sus fortalezas y sus puntos flacos; con base en esto y en la oferta de retos montañeros, definir el objetivo a lograr y, finalmente, armar un plan para lograr ese objetivo.

Con las expectativas listas, el reto escogido (Parque Nacional de los Nevados, en el caso de mis vacaciones) y el plan definido, viene la acción!

¿Cómo hacer para que uno pueda disfrutar de su aventura montañera y completarla?

Hay que empezar por tener claras las expectativas. Ejecutar es un tilín más complejo que planear: es un proceso que toma más tiempo, involucra más personas y tiene más imprevistos.  

Ya entrenamos lo que mejor pudimos, definimos la ruta y las cumbres, escogimos guía y tenemos botas, maleta cómoda, comida y bastones. Nos posee además una motivación tan grande que cuando el guía nos ve las canas y dice “esta caminata puede ser dura” afirmamos en silencio: “¿Qué? ¡Yo soy un pollo de corazón! Estos 70 kilómetros me los voy a gozar de principio a fin!”

Empieza entonces la aventura. El primer día, el ascenso viene de la mano de los cambios en las pendientes, el nivel de oxígeno y el clima. El suelo se empieza a poner más negro; los árboles, los helechos y las orquídeas le dan paso a arbustitos, florecitas y frailejones; y el número de mariposas disminuye al igual que la variedad de los pájaros. ¡Con cada paso que damos estamos más cerca al cielo!

Toda la experiencia está soportada por un sólido plan previamente acordado. Por ejemplo, el día 2 caminaremos 17 kilómetros, partiremos a una altura de 3.800 metros y saldremos a las 8am desayunados. Haremos cumbre en el Paramillo (ex-Nevado) del Quindío a 4.700 metros y terminaremos el día con una familia muy linda en la finca Buenos Aires. Tiempo estimado de caminata: 8 horas. Hay que comer e hidratarse de manera constante. ¿Listos? ¡Claro!

Imprevisto: después de 3 kilómetros de caminada, a la dama del grupo (es decir a mí) le empieza un mal de altura infame que a 4.300 metros se convierte en una tremenda ataxia. No hubo cumbre ese día. Pero eso fue lo de menos. Apenas pasó la ataxia, mis rodillas y mis tobillos no daban…faltaba cerca de la mitad del recorrido de ese día y teníamos por delante otros dos días de caminata y 30 kilómetros. El tobillo derecho me empezó a doler como nunca. Había momentos en que quería parar, sacar las alas que tengo bien escondidas y bajar suavemente hasta Buenos Aires. Pero las alas no funcionaron esta vez y tocó caminar de bajada.

¿Qué es lo que hace que, a la luz de las dificultades, uno ajuste el plan inicial, siga adelante y termine su aventura montañera?

Uno podría pensar que, como alguien me dijo, hay algo de masoquismo involucrado. Puede ser. Sin embargo, la motivación es lo que realmente lo mueve a uno a continuar. Hay una parte que viene del deseo de ver y experimentar lo que queda. ¿Qué plantas nos vamos a encontrar más arriba? ¿Tendrán flores? ¿Encontraremos más de 20 especies de animalitos por encima de 4.200 metros? ¿Será que la Cuenca del Otún es tan linda como me dijeron cuando estaba en segundo de primaria?

En complemento de lo que hay adentro de cada uno, está el equipo. Tener compañeros montados en el mismo plan y con ganas de gozarlo de principio a fin, con los que se comparte feliz la mini-ración de chocolate de leche delicioso que trajo camuflado, que hacen el chiste tonto cuando uno quiere lanzar los bastones bien lejos, que le hacen vendaje para que pueda continuar, que lo llevan a tuntún cuesta abajo, con los que se turna el “impulso” para seguir hacia arriba…y con los que uno comparte un inmenso chóquelas cuando lo logramos…¡ah, brutal!

Esto es tan importante que, cuando el equipo falla, la ruta no se completa. Hace poco alguien me compartió que el guía de una de sus aventuras por el Parque Nacional de los Nevados se impacientó porque los guiados iban “muy despacio”. Empezó a subir y a bajar entre montañas muy rápidamente. Después de un rato se empezó a sentir mal. Terminaron abortando el viaje consecuencia del edema pulmonar que sufrió.

Ahora bien, ejecutado el plan y logrados los objetivos, viene la evaluación. Aprender de lo que salió bien y no tan bien, es fundamental para tener otras aventuras montañeras más placenteras. Por ejemplo, una de las lecciones de este viaje fue que, por más que sea muy aburrido, una buena aclimatación disminuye (sino evita) el mal de altura.

Planear y ejecutar la estrategia en nuestros negocios es muy similar a hacerlo en una aventura de montaña. Determinar el punto de partida de la empresa, sus ventajas frente a los competidores y sus puntos flacos, son fundamentales para definir a dónde puede llegar (objetivos) y cómo hacer para lograrlo (plan). Cuando llega el momento de la ejecución es clave ajustarse y cambiar para lograr esos objetivos. La comunicación persuasiva de los beneficios para la organización y para sus empleados de alcanzar el “nuevo punto de llegada”, y del rol de las personas y el equipo para lograrlo, alimentan ese misterioso motor de la acción llamado motivación. Sin lo anterior, uno puede toparse con “operaciones tortuga” y resultados subóptimos para nuestros negocios (“qué tan bueno hubiera sido para la empresa si…”).

Y, como dijo Edward Whymer en Scrambles Amongst the Alps, “Escala si quieres, pero recuerda que la valentía y la fuerza deben estar acompañadas de la prudencia y que la negligencia de un momento puede destruir la felicidad de una vida. No hagas las cosas con prisa, está atento a cada paso y desde el principio piensa en que estará al final”. ¡Realmente precioso! Y, YALA!

Lea también: Lecciones montañeras (parte I)