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Odio la palabra motivación

Son personas de éxito y que consiguen resultados aquellas que están motivadas, porque solo la motivación produce resultados.

Jaime Bárcenas
10 de febrero de 2017

Hay que dejar de pensar y empezar a actuar, aquellos que consiguen éxito, son los que entre la decisión y la ejecución no andan dubitativos. La mayoría de personas se quedan atrapadas en la indecisión al no contar con todos los medios a su alcance o no ver todo el camino por delante. Planear es necesario, pero es, sin lugar a dudas, la ejecución, la que traerá los beneficios.

Hay que actuar y, sobre la marcha, ir modificando el guion inicial de acuerdo a las circunstancias que se presenten, sin perder nunca de vista el objetivo final.

Para poder lograrlo hay que aferrarse a aquello en lo que somos buenos y vigorizar ese talento para exhibir las virtudes y disimular los defectos. Cuando identificamos nuestro talento es posible explotarlo a nuestro favor, donde pueda dar lo mejor de sí y no pase desapercibido.

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No hay nada peor que escuchar: “Me considero una persona normal”. Debemos entender que ser normal no es ninguna virtud, pues de ser así no habría nada que ofrecer a nadie. Y lo peor desde el punto de vista organizacional es pasar inadvertido y ser simplemente uno más. La singularidad de cada ser humano es la que le da un valor distintivo y al destacar esa rareza que nos hace originales podremos darle la mejor y más atractiva forma posible. De lo contrario no nos reconocerán ni profesional ni monetariamente.

Cuando el valor personal es descubierto y se pone al servicio de las organizaciones, las retribuciones “materiales” (beneficios económicos) y reconocimientos “emocionales” (aprecio e importancia) empiezan a comprometer al profesional y a aumentar su productividad. Si estas no se suplen se entregará ese valor en otro lugar.

La principal causa del cambio de trabajo no es el salario, sino las malas relaciones o el poco reconocimiento, la renuncia es atribuible en un gran porcentaje al mal ambiente laboral. Así pues, el reconocimiento y la retroalimentación son factores fundamentales en la consecución de resultados y la retención del talento. La diferencia entre las organizaciones no se da únicamente por su enfoque de negocios, sino por el interés que tienen sobre las personas.

Como lo mencioné en el artículo anterior, los servicios y el conocimiento lo ostentan las personas, y el 85% del producto interno bruto mundial es economía del conocimiento y de los servicios, por lo tanto, no tener un grupo de trabajo satisfecho podría tener consecuencias graves.

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¿Por qué digo entonces que odio la palabra motivación? Simplemente porque el concepto de que “yo te motive a ti” es lo más absurdo y arrogante; cada persona debe buscar su motivación, pues un tema que no se puede delegar. Una persona a la que se tiene que motivar es, probablemente, una persona que no está en el lugar correcto, que no le gusta lo que hace y no conoce el por qué lo hace, en ese caso debe cambiar, no esperar ser motivado.

Una empresa y sus directivos pueden crear condiciones favorables para que la motivación surja, pero es un tema y una responsabilidad totalmente personal. La auténtica motivación es la que depende de uno mismo, en el momento en la que la asumen externos, nuestra posición es vulnerable y quedará a merced de terceros.

“Si bien la misión de un líder no es motivar, sí debe preocuparse por no desmotivar”

Además de un mal ambiente o poco reconocimiento, una de las grandes causas de la desmotivación es la incertidumbre. Para ello hay que aceptarla como parte del juego y desarrollar la flexibilidad, la curiosidad, la investigación y el estudio permanente para transformarla a nuestro favor. De otro modo será muy fácil verse paralizado por la novedad y el cambio; pues al tratar de controlar todo y buscar certidumbres a toda costa se cae en un estado de demencia, con el miedo a la vulnerabilidad, prefiriendo siempre la infelicidad a la incertidumbre

A las personas no les incomoda el cambio, sino ser cambiadas y eso desemboca en la incertidumbre, que es la directa entrada a la desmotivación.

Por el contrario, el entusiasmo genuino dirige hacia la motivación, que llega como una fuerza insuperable que actúa a través de nosotros y nuestro interior y nos hace sentir “poseídos” por esa buena energía. Una persona que actúa motivada es una persona “conectada” con la organización y que siempre arrastra consigo a otros muchos que quieren unirse a ella.

Los grandes proyectos siempre requieren de mucha energía, por tanto, solo estarán al alcance de quienes estén motivados (por sí mismos) y que prenden de energía al resto de las personas que tienen a su alrededor.

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