OPINIÓN ONLINE

Nuestra tendencia a tragar entero

El mayor problema de esta sociedad, donde reina la intolerancia, es que nuestro mayor subdesarrollo es mental. No hemos construido, como sí lo han hecho en otras latitudes, capacidad para controvertir.

Pablo Londoño
18 de agosto de 2016

Geert Hofstede  es sin duda uno de los grandes estudiosos del tema de cultura.  En su muy estudiado modelo,  explica las 5 dimensiones  que son críticas a la hora de establecer las posibles áreas de tensión entre los seres humanos y que terminan definiendo de alguna manera los diferentes entornos culturales: Distancia de Poder, Individualismo, Masculinidad, Manejo de la incertidumbre y Orientación a largo plazo.

Si bien su tratado ha nutrido por su riqueza innumerables estudios sociológicos, la realidad es que el primero de sus elementos, el de Distancia de Poder, no sólo refleja una de las más importantes características de los Colombianos como sociedad, sino que explica  de alguna manera parte significativa de nuestros problemas.

El indicador de Distancia de Poder (DDP) explica según él en qué medida, los miembros de una cultura, sociedad  u organización, aceptan y esperan que el poder sea repartido de manera" inequitativa". Para ponerlo en otros términos, son aquellas culturas en donde miembros jóvenes, o menos experimentados, aceptan la existencia de estructuras jerárquicas en donde el poder se concentra arriba, en sus mayores. Suena raro pero sí, son los miembros ubicados en la base los que propugnan por ser liderados de esta manera a la espera de que el ciclo alguna vez les llegue a ellos.

En general, simplemente para ejemplificar, las estructuras familiares tradicionales están organizadas de esta manera. Existe un respeto (temor reverencial) por el jerarca de la familia, y se acepta este ejerza ese poder imponiendo normas, estableciendo derroteros o tomando decisiones que los  afectan  a todos en su conjunto, sin derecho a la réplica.

El tema podría pasar inadvertido, de hecho lo hace en el contexto de muchas organizaciones humanas; el problema es cuando esta realidad se vuelve parte indeleble de lo que llevamos en nuestro ADN, trasciende lo organizacional (familia o empresa) y se vuelve parte activa de nuestra realidad cultural con efectos que impactan el largo plazo, a veces a generaciones enteras.

En el entorno familiar y organizacional los efectos no son menores porque el chisme, la crítica tapada, la rebeldía de los menores (tan criticada en nuestro ámbito) o la famosa “falta de respeto” cuando los jóvenes atentan disentir contra el “sistema”, erosionan o destruyen relaciones.

En el contexto empresarial, esta misma situación lleva muchas veces a un “mal clima laboral”, la pérdida constante de talento, a la unión sindical como forma concertada de protesta, y a muchas otras “formas de lucha” como mecanismo para enfrentar el abuso de poder.

El problema cuando lo llevamos a contextos sociales, es que esta realidad deriva en el nefasto caudillismo tan típico nuestro (entregamos nuestras esperanzas a una figura que encarna nuestro descontento), a la rebeldía organizada que en nuestro contexto desafortunadamente siempre ha tenido tintes criminales, y finalmente a la violencia como alternativa de desfogue, de “liberación” que ha marcado tan desafortunadamente la forma en como nosotros los colombianos resolvemos nuestra incapacidad para enfrentar el poder o la injusticia.

Hoy que se discute en este país la “Paz”, las enseñanzas de Hofstede saltan como liebre recordándonos los primitivos que somos. Se nos convirtió el debate, de nuevo, en una guerra entre dos bandos: El sí o el no, Santos o Uribe, La guerra o la Paz, cuando en el medio deberíamos estar revisando y estudiando al menos la información disponible (que la hay en cantidades) y asumiendo posiciones reflexivas. Pero  No, de nuevo es más fácil delegar hacia arriba, hacernos parte de un bando, y seguir como borregos a caudillos de una pobreza moral gigante como son aquellos que se aprovechan de la tan evidente falta de criterio de sus gobernados para arriarlos con mentiras o verdades a medias hacia el precipicio.

El mayor problema de esta sociedad, donde reina la intolerancia, es que nuestro mayor subdesarrollo es mental. No hemos construido, como sí lo han hecho en otras latitudes, capacidad para controvertir. Una gran inmadurez como ciudadanos que en vez de asumirse como adultos y construir criterios propios, endosamos nuestro futuro a liderazgos con agendas ocultas, mentirosas, ciertamente no las nuestras.