Opinión online

Lo más eficaz para el liderazgo es no medir la productividad

Es necesario alejar el modelo de gestión orientado a la supervisión cercana y tomar un nuevo modelo basado en la confianza y la posibilidad. La supervisión es lenta y costosa y sus días están contados. Dejemos de controlar los golpes al teclado de los empleados y propiciemos un entorno para la innovación y la colaboración.

Jaime Bárcenas
29 de abril de 2016

Estamos viviendo en la economía del conocimiento, la época fabril ha dejado de tener relevancia. Líderes que aún gestionan con base en políticas rígidas y restrictivas, no son apropiados. Me atrevo a decir que son un tanto insultantes y disminuyen notablemente el porcentaje de aportes que realizan las personas con verdadero talento, esas que se han esforzado por volver la misión de su equipo en un propósito de vida.

Hay que liderar de forma diferente. Para empezar, la organización debe superar su adicción hacia la medición, en particular a la medición y calificación de los empleados, para así aprovechar el poder que una cultura enfocada en humanizar los procesos laborales puede aportar.

El primer paso es identificar cómo los sistemas de medición tradicionales están haciendo daño y por qué “la vieja escuela” basada en prácticas de medición y terror generan: bajo nivel de facturación, apatía de los empleados, metas no logradas y desconcierto en los supervisores por la falta de esfuerzo de sus colaboradores.   

Y la causa es obvia, las personas trabajan más duro por las cosas que les interesan que por metas u objetivos que les han impuesto. La medición como un motivador para “marcar el ritmo”, no es para nada adecuado. Por el contrario, la confianza forja innovación y extraordinarios movimientos, generando grandes ideas de personas que por pasión crean un escenario laboral mucho más elevado.

Cualquier jefe que considere que su papel es el de mantener el orden y llevar a la gente a seguir indicadores de desempeño, lo único que puede generar es un daño profundo a la organización, pues esteriliza el trabajo en equipo, el compromiso y la espontaneidad de los trabajadores.

Y para que los líderes puedan entenderlo es necesario contar con una cultura que sea flexible a las circunstancias y/o cambios particulares de las personas, esto dará una ventaja competitiva sostenible en el mercado. En resumen una cultura totalmente abierta y llena de confianza.

Es el momento justo para brincar de una gestión basada en el terror y el exceso de medición a una gestión enérgica y con bases de lealtad por el trabajo que se desarrolla.

Si algo se ha de medir, que se haga solamente en los asuntos que tienen un impacto claro y significativo sobre el negocio y luego deje de hacerlo. La atención organizacional debe estar fijada en el crecimiento constante, teniendo los ojos en el futuro y sin parar cada minuto a medir qué tan lejos se ha llegado.

Ese culto que se ha generado alrededor de la medición de las actividades humanas con fines evaluativos, es uno de los aspectos más perjudiciales en el desarrollo de la empresa tradicional; pues están aferradas a medir y generan un ambiente inquietante y lleno de terror para cumplir las metas de los indicadores, restando energía vital para probar cosas nuevas y llegar más allá de lo que los números puedan indicar según la lógica.

En la relación entre empleado y empleador el murmullo de: “Tenemos el ojo puesto en usted”, ahoga cualquier tipo de mejora que un empleado intente realizar. La cultura enfocada a: "Si pierde un indicador, ¡está frito!" Hace que cualquier otra aspiración diferente al de seguir mediciones, sea imposible. Y así de fácil perdemos el recurso más valioso dentro de una empresa: grandes cerebros trabajando con pasión y energía. Manteniendo una fuerza laboral limitada por una “talla única” basada en descripciones de cargo y reforzados por indicadores de medición.

Si pudiéramos traducir indicadores de desempeño al lenguaje mental de un trabajador, así sería: “Señor empleado, usted no es nada más que una unidad de producción, sus grandes ideas son impresionantes y su entusiasmo es inigualable, sin embargo, eso no le sirve de nada si no cumple con sus números, básicamente será historia dentro de esta hermosa compañía”

Estamos haciendo daño a las personas, a nuestros clientes, a los accionistas y a nuestros compañeros de equipo cuando reducimos el talento de los trabajadores a pequeñas cajas con medidas iguales y exactas. Y por desgracia o fortuna los números nunca alcanzarán a medir la grandeza de las personas, aún sin importar cuánto se esfuercen por hacerlo.