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Límites del liberalismo económico

No sobra advertir a quienes desde los países avanzados nos proponen modelos ultra liberales, que el desarrollo económico no ha sido en ellos producto exclusivo de la acción libre de las fuerzas del mercado. Opinión de Jorge Humberto Botero.*

20 de marzo de 2014

The Heritage Foundation (HF), uno de las instituciones dedicadas al pensamiento político más importantes de los Estados Unidos, se auto define como un centro de estudios "cuya misión es formular y promover política pública de corte conservador, fundamentada en los principios de libre empresa, gobierno limitado, libertad individual, valores americanos tradicionales y una sólida defensa nacional". Honestidad intelectual, pues, no le falta...

Uno de sus productos más exitosos es el "Indice de Libertad Económica", ahora en su vigésima edición. Se ha construido a partir de que "es evidente y sólido el vínculo entre libertad económica y desarrollo a largo plazo". Y, en efecto, así parece ser. Aunque no es claro si se trata de una relación unidireccional de causa a efecto y, menos todavía, que la libertad económica explique el crecimiento económico -como lo cree la HF- y no al revés. Más bien parecería que es la interacción entre ambos factores lo que, en el largo plazo, produce resultados virtuosos.

Sin detenerse en estas sutilezas, el índice se coloca en la posición que ha sido denominada "Fundamentalismo del mercado". Este, por sí solo, es suficiente para resolver los arduos problemas del crecimiento y la justicia social. Consecuente con el paradigma de la libertad económica, el Índice defiende la idea de que el Estado óptimo es el Estado mínimo: mientras menor sea la carga fiscal y, por ende el gasto público, tanto mejor.

La HF construye su posición a partir de una genial intuición de Adam Smith: cuando los individuos toman decisiones económicas en su propio beneficio, sin proponérselo producen consecuencias que son adecuadas para el conjunto de la sociedad; guiados por la "mano invisible" del mercado contribuyen al bienestar general.

Sin duda, hay un alto componente de verdad en esta tesis aunque para que ella sea correcta se requiere la simultánea concurrencia de varios factores, así: a) los agentes económicos toman decisiones racionales; b) la totalidad de esos actores actúan en un contorno de competencia perfecta; c) sus determinaciones son libres.

Se trata de requisitos muy exigentes que muchas veces no se dan en la realidad. Por no comprenderlo así la Heritage Foundation fórmula recomendaciones que no le sirven a su país de origen. Menos a países como el nuestro.

Límites a la racionalidad del mercado

El primer escollo a la racionalidad de las decisiones proviene de la disponibilidad del conocimiento; y, si este estuviere adecuadamente difundido entre todos los integrantes de la comunidad, de la capacidad de entenderlo. Es tarea sencilla, por ejemplo, establecer si los vegetales que se ofrecen en la tienda de la esquina están frescos, pero escapa a la capacidad del común de los consumidores formarse un juicio certero sobre los valores nutritivos de los alimentos procesados, por más que sea obligatorio incluir en el empaque abundante información que, en general, no leemos, y, menos aún, podemos comprender.

¿Cómo podría quien adquiere un tiquete de avión juzgar la calidad de las naves y los programas de mantenimiento? Los costos de oportunidad para acopiar la información necesaria son prohibitivos. No menos grave es la común ignorancia y la abundante mitología sobre los servicios de salud. Cierto es que las leyes dicen que los pacientes deben recibir la información suficiente para decidir por sí mismos sobre el casi infinito árbol de opciones terapéuticas. Esto está bien. Mas, en casos graves, se decide con elementos tan precarios, desde la óptica de la razón, como la forma como el médico nos mira a los ojos, la opinión de una vecina, o, en fin de cuentas, "que sea lo que Dios quiera", lo cual constituye la negación de cualquier ejercicio racional.

En estas situaciones, "la mano invisible" es de poca ayuda; se requiere la acción benévola del "Gran Hermano" que vela por nosotros. Para ello existen los registros sanitarios, supervisión estricta de las aerolíneas y del ejercicio de la medicina, mecanismos estos que van en contra de la libertad del mercado.

Sabido es que somos "animales racionales", aunque solo hasta cierto punto. Los publicistas lo tienen claro y por eso nos manipulan emocionalmente. Son capaces de hacernos creer que la imagen que de nosotros tienen los demás será mejor si adquirimos ciertas prendas, licores y automóviles. Para colmo, a veces tienen razón, demostración palmaria de lo poco racionales que somos.

Un aspecto importante de esta limitación antropológica es la conducta gregaria o de rebaño. Muchas veces se ha observado que, dominados por el pánico o la euforia, tomamos decisiones que pueden ir no solo en contra del interés común, sino en contra nuestra. Es lo que sucede en el evento de evacuación de un edificio en llamas, con las corridas bancarias o los movimientos masivos en contra de determinados instrumentos en el mercado de valores, no obstante la solidez de los bancos que las padecen y de los emisores de los papeles correspondientes.

En este contexto se recordará la célebre referencia de Alan Greenspan, antiguo director de la FED, a la "exuberancia irracional" de los mercados financieros para explicar súbitos auges o "burbujas", que no son otra cosa que dinámicas en los precios de ciertos activos que no se explican por los flujos esperados de retornos que a mediano plazo su tenencia puede generar.

De otro lado, vale la pena detenerse en regulaciones económicas que han sido establecidas para protegernos de nosotros mismos. El caso más notable es el ahorro pensional obligatorio. Cuando, como ocurre, de ordinario, la pensión es función exclusiva de las cotizaciones realizadas y su capitalización a tasas de mercado, en realidad opera una restricción a la libertad económica que se justifica por la miopía que padecemos en la gestión de los propios intereses.

La asimetría en el conocimiento es otro escollo a la racionalidad plena de los mercados. Los bancos saben casi todo de sus usuarios pero estos poco de ellos, no tanto porque no suministren información -están obligadas a hacerlo-, sino por cuanto la capacidad para entenderla y usarla excede con frecuencia la del común de los clientes. Por eso es usual que se establezcan regulaciones para protegerlos.

De la misma manera que durante décadas una regulación restrictiva impidió el crecimiento del sector financiero a tasas adecuadas para financiar el crecimiento de los sectores reales, la desregulación excesiva de años ayuda a explicar la crisis reciente en los Estados Unidos. Muchos adquirentes de complejos derivados financieros tomaron riesgos que simplemente no eran capaces de evaluar.

El paradigma ultra liberal, por último, impediría regular el transporte urbano masivo. A nadie se le ocurriría proponer que para resolver la crisis de Transmilenio, haya que liberar rutas, tarifas y equipos de transporte a fin de que los usuarios libremente elijan lo que les convenga. Las fallas que padecemos no son de insuficiencia de mercado sino de pésima calidad de la acción estatal.

Libertad de mercado en contextos no competitivos

Las posibilidades de colusión entre empresarios para repartirse el mercado o regular los precios, de un lado; o, de otro, las prácticas predatorias para expulsar a los rivales, son una realidad que solo puede afrontarse mediante regulación. Sobre esto no hay duda. ¿Pero qué decirse de la posición dominante de que un determinado proveedor puede gozar? Así no abuse de ese privilegio se requiere algún grado de supervisión para garantizar la libertad de los usuarios o consumidores. En esta materia hasta los más acérrimos defensores del liberalismo económico suelen aceptar la injerencia estatal

Políticas redistributivas y libertad de mercado

El liberalismo económico clásico ha podido sobrevivir a la feroz crítica marxista porque ha reconocido la realidad abrumadora y, por fortuna, decreciente, de la pobreza. Dada una dotación inicial de recursos significativamente desigual, la distribución de ingreso y riqueza derivadas del libre funcionamiento de los mercados, reproducirá o, probablemente, agravará, la distribución inicial. La razón es obvia: el mercado recompensa a quienes están mejor provistos, tanto de recursos económicos como de talentos y habilidades, de tal manera que una cierta igualdad -un acotamiento de la desigualdad en el punto de partida- es necesaria. (El marxismo, a su vez, en parte ha fracasado porque no pudo honrar su promesa de igualitarismo extremo, el cual es, además, incompatible con la libertad).

Sin duda, las áreas más importantes en las que el Estado debe actuar para acotar las desigualdades económicas son la educación y la salud, aunque, como la experiencia lo demuestra, en general la gestión de los recursos públicos por agentes privados es mucho más eficiente que la realizada por el gobierno. Vale la pena recordarlo ahora que soplan vientos de retroceso con relación a la Seguridad Social.

Más allá de las ideologías

En la medida en que se advierte que las condiciones que hacen posible y deseable el funcionamiento de la "mano invisible" son menores de lo que a primera vista parece, se torna necesario acudir al poder correctivo del Estado. No es fácil definir una frontera precisa. Se ha dicho, con razón, que la solución adecuada consiste en propiciar "tanto mercado como sea posible, pero, al mismo tiempo, garantizando tanta intervención estatal como sea necesario". Así las cosas, el debate sobre la libertad de mercado pierde sus perfiles ideológicos y pasa a ser asunto de carácter técnico.

No sobra advertir a quienes desde los países avanzados nos proponen modelos ultra liberales, que el desarrollo económico no ha sido en ellos producto exclusivo de la acción libre de las fuerzas del mercado. El desarrollo pleno de las economías avanzadas de Europa, por ejemplo, en buena parte fue apalancado por la explotación, durante varios siglos, de sus colonias. ¿Cuánto le debe Inglaterra a la India, Francia a Haití, Bélgica al Congo?

Volvamos, para finalizar, al Índice de Libertad Económica de la HF, que este año abarca 176 países. Los mejor clasificados son Hong Kong, Singapur, Australia y Nueva Zelanda. Los peores son Corea del Norte, Cuba, Zimbabue y Venezuela. Colombia ocupa el puesto 37, por debajo de Chile y Uruguay, pero mejor que México (50), Brasil (100) y Argentina (160). Con sólo mencionarlos es evidente en qué grupo nos conviene ubicarnos.

Pambelé, nuestro apreciado filósofo que también fue deportista, decía que "es mejor ser rico que pobre". Parodiándolo podríamos decir que es mejor que a Colombia le vaya bien en el índice de la Heritage Foundation. Sin embargo, no podemos tomarlo como referente para definir políticas públicas. El fundamentalismo del mercado no es la solución; tampoco la estatización a ultranza de la economía. Las opciones son muchas, cambian con el tiempo, y la línea divisoria entre mercado y Estado es imprecisa. Toca resignarse a que no hay verdades fáciles. "Se hace camino al andar".

* Presidente de Fasecolda
jbotero@fasecolda.com