PABLO LONDOÑO

La relatividad del pedigrí académico

El mundo tiene que volver a mirar la integralidad del ser humano, sus valores y competencias a tono con el mundo actual, por encima de la competencia técnica como valor fundamental.

Pablo Londoño, Pablo Londoño
8 de junio de 2017

El mundo es más complejo, sobre esto no hay discusión alguna, y de la mano de esta realidad  se nutren una gran cantidad de industrias como la de la consultoría por ejemplo y sobre todo la de la educación que ha logrado tener prendida la maquinaria de producción de títulos académicos en aras de cultivar mayores competencias técnicas en sus graduandos a los que rara vez dejan ir de sus aulas ofreciéndoles todo tipo de especializaciones, maestrías, extensiones ejecutivas y demás.

No entro a juzgar ni  la calidad (las hay de todo tipo), ni la buena intención de estas al hacerlo (es su negocio al fin y al cabo), pero sí a discutir de alguna manera la sobre valoración que desde la academia se nos quiere vender sobre la importancia de los títulos en un mundo que de alguna manera, con todo y que estamos en la era del conocimiento, empieza a revaluar su importancia.

También le puede interesar: El fin del contrato laboral

Esta semana Jeff Weiner, CEO de Linkedin volvió a poner el tema sobre el tapete. Weiner no entra a descalificar ni mucho menos la importancia de una buena academia, ni la relevancia de nutrir (a su debido tiempo) la experiencia profesional con estudios complementarios que fortalezcan lo técnico y lo gerencial. Sin embargo, su análisis es bien relevante frente a la necesidad de las diferentes organizaciones de desmarcarse de los centros académicos de siempre como única fuente de éxito, para mirar con algo más de amplitud el mercado en búsqueda de las características de personalidad requeridas, que son a veces las que hacen la diferencia y que no necesariamente se cultivan en los centros académicos de élite.

Esta percepción no toca solamente a nuestras grandes Universidades ni es una discusión local. En los Estados Unidos hay hoy una crítica sustentada frente a las famosas Ivy Leagues (las Universidades más importantes) frente a cómo, en aras de construirle a los estudiantes una muy fuerte solidez académica, se les olvida cultivar en el individuo valores adicionales a los de la competencia, que por supuesto llevan después al mundo laboral haciendo de estos unos personajes competitivos, distantes, fríos, calculadores e individualistas que las culturas modernas terminan por expulsar.

La discusión no es menor y atiende precisamente a la hipótesis del comienzo: La complejidad del mercado hace que el conocimiento pierda vigencia en un abrir y cerrar de ojos, lo que en la práctica demanda, si se quiere ir a la vanguardia, comprar en el mercado talento que aporte una serie de competencias que no necesariamente se adquieren en la Universidad (a veces se destruyen) y que muy frecuentemente las forma la vida en circunstancias adversas y generalmente lejanas al claustro.

Le sugerimos leer: Las leyes de Pareto y Parkinson

En este sentido, haciendo honor a la verdad, ha habido una distancia importante entre el sector universitario y la realidad empresarial. A pesar de que los grandes centros académicos hoy generan algunos nexos reales, generalmente a través de la consultoría de su profesorado con el sector productivo, la verdad es que muy frecuentemente los encuentra uno sumidos en la burbuja del conocimiento ajenos a ese mundo árido, difícil, complejo y que paga impuestos allá afuera.

En el caso de LinkedIn, como sucede igualmente en Google y otro tipo de compañías que van a la vanguardia, la atracción de talento no es una responsabilidad de Recursos Humanos: es responsabilidad de todo el equipo. El tiempo real que invierten en mirar, entrevistar, depurar notas, compartir comentarios y validar impresiones es inmenso, todo con miras a realmente traer gente muy buena, pero sobre todo gente que comulgue con los valores de la organización, con su propósito.

Lo segundo es que si bien, y seguirá siendo así, miran con mucho interés la experiencia técnica, miran con mayor énfasis cualidades como pasión, ética de trabajo, perseverancia, lealtad y mentalidad de crecimiento, competencias todas estas que, la mayor parte de las veces, las construye la vida en ámbitos que no siempre, pero algunas veces, la misma academia se encarga de destruir.

Lazlo Bock, VP de Talento de Google (que entre otras tiene una gran cantidad de empleados sin título académico), había hecho en este mismo sentido una afirmación bien interesante: “Después de dos o tres años de trabajo, la habilidad para conseguir resultados… no tiene ninguna relación en cómo le fue al individuo en su universidad, porque las habilidades que demanda la academia para sobresalir son diferentes.” La gente cambia, aprende, se va moldeando y construye capacidades propias que se forman en el trabajo y en la vida en donde la universidad no deja de ser algo, bueno, útil, pero simplemente del pasado.

Lea también: Las empresas zombies

La discusión sigue abierta, está vigente y por supuesto preocupa tanto a académicos y empresarios que crecimos convencidos de que una buena universidad y un par de títulos garantizaban futuro: ya no es así. En el entretanto el mundo democratizó el conocimiento, creó plataformas online gratis desde las cuales se aprende todo, absolutamente todo y empieza a utilizar el conocimiento colaborativo como fórmula real y obvio para desmarcarse de las estrellas dándole paso a soluciones y proyectos que se arman en equipo.

El mundo tiene que volver a mirar la integralidad del ser humano, sus valores y competencias a tono con el mundo actual, por encima de la competencia técnica como valor fundamental. Nuestra academia no puede abstraerse de esta responsabilidad.