PABLO LONDOÑO

Innovación y el Síndrome de Peter Pan

La creatividad, y la innovación, son una actitud ante la vida. Se pueden recrear espacios que nos devuelvan a la infancia, pero muchas veces, desafortunadamente, es demasiado tarde.

Pablo Londoño, Pablo Londoño
12 de octubre de 2017

El tema de moda en gerencia se llama ”Innovación”. Podríamos decir  incluso que se ha vuelto, más que una tendencia, una obsesión que sacude hoy las entrañas mismas del mundo corporativo: todos en busca de un milagro. De algo o alguien, que sacuda el estado vegetativo en que se encuentran muchas organizaciones y les dé una luz de esperanza en el hoy complicado terreno de los negocios.

Si bien el problema pasa por la cultura interna, la forma en como “aquí hemos hecho las cosas siempre”, que le impone a los líderes modernos el reto adicional al normal, de moldear sus estructuras para promover el diálogo interno, la comunicación, la nutrición de ideas y la retroalimentación; desafortunadamente, en la mayoría de los casos, el tema es cuasi imposible y no deja de ser simplemente un canto a la bandera.

Y es que el problema viene desde antes, a veces desde la cuna misma, pero para no ser tan pesimistas, si al menos desde nuestro educación primaria; de la forma en como nos enseñaron a pensar, siguiendo los parámetros establecidos, que al menos a nuestra generación la impulsa a seguir estándares que condicionaron de tal forma nuestra cabeza, que se vuelve más un problema clínico, que un tema racional.

De niños a la generación X (la que hoy comanda en más del 70% de las posiciones de liderazgo en todos los campos a nivel global) se nos enseñó a obedecer. Así de simple. A seguir los parámetros de un estamento académico que pocas veces retaba el intelecto, y se dedicaba a transmitir las más de las veces su limitado conocimiento, de memoria, sin posibilidad de debate, y exigiendo esfuerzos mayúsculos de parte de los niños por mantener la atención.

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A esos pocos “demonios” que de vez en cuando salían en nuestros salones, que se dedicaban a retar el establecimiento, o que aburridos como ostras promovían el desorden, el sistema rápidamente los iba aplacando en el mejor de los casos, y en no pocos, expulsando por ser manzanas podridas cuyo comportamiento era mejor cortar de raíz para “no correr riesgos”. Uniformidad, monotonía, repetición. Casi nunca un rebelde que retara el pensamiento y estimulara la creatividad al preguntar, al disentir.

Esos niños problema la sicología se encargó de diagnosticarlos con un trastorno: el de déficit de atención e hiperactividad (TDAH), lo que le permitió al estamento académico ya no expulsarlos sino “tratarlos”, frecuentemente con drogas atroces que aplacaban su espíritu, sobre todo el creativo. Drogas que se han revaluado, que las más de las veces los llenaban de acné y no producían en su temperamento nada diferente a somnolencia.

Algunos de esos niños, llenos de pasión, creatividad, talento y luz en los ojos lograron escabullírsele al sistema y encontraron un espacio que les dió, no sólo la libertad suficiente para pensar, ensayar y equivocarse, sino que de paso les permitió hacerse ricos, billonarios muchos, simplemente por ser contra intuitivos, pero sobre todo valientes que abrazaron el riesgo, se quebraron varias veces hasta encontrar la forma de probarle al mundo, que eres este y no ellos, el equivocado.

Ejemplo  de estos “locos bajitos” como diría Serrat, que nunca abandonaron la intuición, los hay, en todos los campos y por montones:  Richard Branson de Virgin,  Ingvar Kamprad de Ikea,  David Neeleman de Jetblue, Tommy Hilfiger o Ben Foss de Intel. O que tal Adam Levine de Maroon 5, Steven Tyler de Aerosmith, Joss Stone, Lou Reed, Ozzy Osbourne, Tony Bennett. O Whoopi Goldberg, Daniel Radclife, Steven Spielberg, Cher, Michael Phelps, Jack Nicholson, Robin Williams, Rodin, Picasso, Da Vinci, Graham Bell, Edison, Einstein, Newton,  Ford, Ali, Beethoven Mozart, Lennon,, Churchill, Kennedy, etc, etc, etc.

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Pareciera que la lista de los famosos fuera un psiquiátrico y no un listado completo de niños que nunca dejaron de serlo. Que le han probado al mundo que la clave, de este mundo en disrupción, pudiera de pronto estar en la capacidad de volver a nuestros orígenes, recreando en nuestras organizaciones la capacidad de volver a la esencia, a  los valores de la infancia:

  • Energía y Entusiasmo: Los niños no se vencen hasta estar 100% convencidos de algo. Se entregan con pasión en la búsqueda de un objetivo y  el desarrollo de una idea. Son persistentes.
  • Asunción de Riesgos: Los niños abrazan el riesgo, la experimentación, incluso en escenarios a los que lo mayores calificamos de peligrosos. Aprenden del fracaso y manejan una permanente resiliencia para volverse a parar y enfrentar de nuevo el peligro.
  • Curiosidad: El ¿Por qué?  es su palabra preferida, al menos por varios años hasta que los derrota un ¡Por que Si! No se contentan con una respuesta; quieren comerse el mundo y llegar al fondo de asunto así esto implique desarmar con un destornillador su último juguete.
  • Creatividad: Sin límites, sin espacio, en las paredes, en sus dibujos. Una capacidad enorme de soñar  en grande, de ir y volver a otro planeta en un solo papel. De contar historias de atrás para adelante, sin libreto.
  • Empatía: Tienen grandes habilidades interpersonales. Se conectan con los demás desde el corazón y son capaces de derretir, literalmente, al más grande con una sonrisa, con un abrazo.

El síndrome de Peter Pan, término popularizado por el Dr. Dan Kiley en los 80s, pudiera ser la clave. Si bien Kiley lo inventó para señalar (de manera negativa) a aquellos adultos que nunca maduraron; cuando se trata de innovación, la negativa a  dejar de lado los valores infantiles promovería en nuestras organizaciones el diálogo abierto, el trabajo en equipo, la honestidad intelectual desprovista de ego, la creatividad y la capacidad de aceptar el fracaso con un nuevo proyecto.

La creatividad, y la innovación, son una actitud ante la vida. Se pueden recrear espacios que nos devuelvan a la infancia, pero muchas veces, desafortunadamente, es demasiado tarde. A veces el mejor líder, fue aquel que para bien de la humanidad, se negó a crecer.

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