JAIME BÁRCENAS

Hoy en día, ¿en quién se confía?

Hemos crecido convencidos de que la confianza es algo fundamental para la vida, pero a la hora de confiar en las personas, sucede algo especial.

Jaime Bárcenas, Jaime Bárcenas
1 de septiembre de 2017

La tecnología está creando nuevos mecanismos que nos permiten confiar sin barreras, pues plantea nuevos escenarios en el relacionamiento entre personas a través de diferentes plataformas. Es el caso de Airbnb nos ofrece anfitriones y huéspedes sin rostro, Bitcoin comercio con desconocidos y cada vez es más usual elegir trabajo y trabajadores a través de LinkedIn.   

Son solo algunos ejemplos de los medios tecnológicos que nos permiten confiar en las personas, en plataformas e incluso en ideas desconocidas. Sin embargo, al mismo tiempo, la confianza en las grandes instituciones: los bancos, los gobiernos e incluso las iglesias, se está derrumbando. Me pregunto entonces, ¿Qué está sucediendo? ¿En quién estamos confiando?

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Cuando éramos niños nos enseñaron a nunca meternos en el carro de un desconocido y por nada del mundo comerte algo que alguien te regalara, pero ahora las compañías por medio de sus plataformas conectan a conductores y pasajeros que quieran compartir trayectos, y confiamos en la valoración de la gente para elegir nuestra mejor opción, incluso recibimos agua durante el viaje. Es solo una muestra de cómo la tecnología permite a personas alrededor del mundo dar un “salto de confianza”, que solamente se da al asumir el riesgo de hacer algo nuevo o diferente.

La confianza es un concepto escurridizo y difícil de explicar, pero, aun así, se depende de ella para que la vida funcione, así no sepamos puntualmente qué significa, ni cómo funciona en distintos aspectos de nuestra vida; sin embargo, usamos esta palabra todo el tiempo.  

Me arriesgo a definirla como una relación de credulidad con lo desconocido, cuando se ve a través de ese lente, se comienza a entender por qué tiene la capacidad única de permitirnos afrontar la incertidumbre, teniendo fe en los desconocidos para avanzar juntos.

Recordemos la primera vez que pusimos los datos de la tarjeta de crédito en internet, dimos un salto de confianza. Definitivamente, la tecnología está transformando el “vínculo social” de la humanidad, incluso ya confiamos en poder encontrar una pareja en Tinder, por ende, la desconfianza en las transferencias bancarias por internet son un tema superado.

Aun así, existe un patrón común en la gente que denominaré la “escalera de la confianza”.

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En el primer escalón se confía en una idea, la idea de que compartir carro es segura y vale la pena intentarlo.  En el segundo escalón se confía en la plataforma, y que la empresa que está detrás va a ayudar si algo falla. En el tercer y último escalón se confía en la valoración de los demás, escoger a partir de lo que dicen los demás.

La primera vez que se intenta subir la escalera es difícil, incluso parece arriesgado, pero al llegar al tercer escalón estas ideas parecen normales. Los comportamientos se transforman, de forma relativamente rápida.

Pero una vez se quebranta esa confianza es muy difícil volver a tenerla, por eso, la confianza en las instituciones y en las marcas corporativas se ha ido reduciendo a un ritmo constante, y esto se debe al abuso de la misma, lo vimos en el escándalo de las emisiones de Volkswagen, los abusos por parte de la iglesia católica, la impunidad en los banqueros que sumieron al país en la crisis financiera, o, más reciente aún, los papeles de Panamá que revelaron cómo los ricos pueden explotar los regímenes fiscales en paraísos fiscales. Y lo que realmente sorprende es que se pierde la credibilidad cuando nuestra confianza se rompe.

Los convencionalismos de cómo la confianza se construye, se maneja, se pierde y se repara en marcas líderes y en sistemas enteros se pulverizó, definitivamente la confianza en las instituciones no fue diseñada para la era digital.

Ahora bien, esto obliga a tener que replantearse cómo se construye y destruye la confianza con nuestros clientes, con nuestros empleados e incluso con personas más cercanas. La confianza virtual cambia nuestros comportamientos en el mundo real, nos hace más responsables de formas que todavía ni imaginamos.

La confianza ya no es descendente y no es oculta ni lineal. Está emergiendo una nueva receta de la confianza que, de nuevo, se distribuye entre las personas y se basa en la responsabilidad. Ahora la comodidad está en coches de desconocidos, conseguir pareja al deslizar el dedo hacia la derecha o compartiendo nuestros hogares con cualquiera.

Y esto solo el comienzo, porque la verdadera disrupción no es únicamente tecnológica; se trata del giro que la confianza produce. Hay que comprender esta nueva ola para que podamos hacerlo bien y aceptar las oportunidades para rediseñar sistemas que sean más transparentes, inclusivos y responsables.

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