JOSÉ MIGUEL SANTAMARÍA

No nos digamos mentiras frente al endeudamiento

La historia nos ha repetido muchas veces que los gobiernos impopulares terminan gastando más recursos de los que deben. Bien sea en publicidad para aceitar los medios o a través de cupos indicativos para los congresistas; al parecer todo tiene precio. Mejor dicho, el cariño se compra.

José Miguel Santamaría, José Miguel Santamaría
26 de mayo de 2017

Así como dicen los entendidos que la política es dinámica y que por eso se dan alianzas que parecen inverosímiles, en la economía ocurre algo similar. Los analistas y las calificadoras de riesgo van mutando y dejan de mirar cifras que antes se consideraban muy relevantes para hacer sus análisis con otros datos que miden aspectos diferentes a los tradicionales.

Sin embargo, a mi modo de ver hay cifras que siempre serán relevantes. Un claro ejemplo de esto, que nos permite no solamente mirar la sanidad económica de un país, sino también la de una compañía, una empresa o de las personas naturales es el endeudamiento.

Obviamente el solo endeudamiento no dice nada. Es importante mirar si este es a largo o a corto plazo, si es pago al final o tiene pagos periódicos, qué cobertura natural tiene respecto a la indexación que tenga, en qué moneda está y también si existen recursos o ingresos suficientes para su pago.

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A principios de siglo, la cifra total de endeudamiento como porcentaje del PIB era tal vez el dato al que más se le hacía seguimiento en los países emergentes. Argentina y Brasil vivieron una época muy difícil cuando este indicador llegó cerca al 50%; el primero termino en corralito y default, mientras los bonos en dólares del segundo registraron desvalorizaciones de más del 30% en su precio.

Esa época para los colombianos no fue color de rosa. De hecho, en el 2002 los títulos de deuda pública interna y externa fueron muy golpeados por los mercados al extremo que había días en que no se conseguía comprador, las desvalorizaciones fueron grandes y las pérdidas para sus tenedores considerables -y eso que nuestro endeudamiento era apenas superior al 40% como porcentaje del PIB-. Del 2002 hasta el 2010, debido a la revaluación del peso y a unas tasas buenas de crecimiento económico, se logró bajar ese endeudamiento a niveles del 30%.

A partir del 2010, aprovechando el precio de los commodities y la bonanza petrolera, el país se endeudó más de la cuenta y esto se ve reflejado en las cifras del Ministerio de Hacienda a abril del 2017:

Como vemos en el cuadro anterior, la deuda total como porcentaje del PIB está en 42,7% con unos agravantes. El primero de ellos es que el PIB proyectado del gobierno difícilmente se va cumplir. Mientras el gobierno habla de tasas de crecimiento en el 2017 al 2,3%, con los resultados del primer trimestre la cifra puede estar más cercana al 1.5%. Adicionalmente, cuando se mira más de cerca los números se encuentra que hay partidas que, aunque son deuda, no están consideradas así por el gobierno central y que cambian la foto del endeudamiento ostensiblemente; las más relevantes son las vigencias futuras y las sentencias judiciales contra el Estado.

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Las vigencias futuras son autorizaciones otorgadas para la asunción de obligaciones con cargo a presupuestos de vigencias posteriores y se clasifican en ordinarias y excepcionales. Esto quiere decir que son compromisos de gastos o inversión que asume el gobierno de turno para pagar en el futuro y, por lo tanto, es una deuda y se debería catalogar como tal. Independientemente que sea un buen o mal mecanismo para hacer planeación a largo plazo, estas vigencias futuras terminan impactando los presupuestos futuros. Los datos al 2017 hablan de vigencias futuras por más de 89 billones de pesos.

Las que en el mercado se llaman sentencias judiciales, son demandas que personas han interpuesto contra el Estado y que un juez de la República ha sancionado en contra de este. Para esto, las entidades demandadas han creado procedimientos de pago diferentes; en el presupuesto general de la nación ese rubro está contenido dentro de los gastos del año marcado como gasto, pero a mi modo de ver sigue siendo una deuda. Para hacerse una idea de la magnitud, los analistas hablan de montos muy grandes -por encima de los 10 billones de pesos- y sube día a día.

Teniendo en cuenta lo anterior la realidad de nuestra deuda pública es otra. Así se vería la foto sin retocar:

Como se ve, la situación del país es diferente. No digo que estemos cerca de un default, pero sí debemos ser conscientes y reducir el gasto para hacer más sostenible al Estado. Eso sin contar que existe una preocupación por la tendencia alcista que ha venido teniendo la deuda.

Definitivamente la historia nos ha repetido muchas veces que los gobiernos impopulares terminan gastando más recursos de los que deben. Bien sea en publicidad para aceitar los medios o a través de cupos indicativos para los congresistas; al parecer todo tiene precio. Mejor dicho, el cariño se compra.

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