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Bienvenida a nuestros mercados oligopólicos

Estoy cansado que me vendan la mentira de que algunos empresarios buscan a través de sus políticas y estrategias velar por el bien común, cuando en realidad lo que se pretende es proteger los mercados de unos pocos. Opinión de Alberto Naranjo.*

Invitado
4 de agosto de 2014

Que al otro día de la inauguración de Starbucks en Bogotá un noticiero nacional saque dentro de sus indicadores económicos la comparación de precios de algunos productos de esta reconocida tienda internacional de café con Juan Valdez –con una clara diferencia a favor de este último–, es la radiografía perfecta y perversa que demuestra que de ahora en adelante el objetivo será lograr que la nueva competencia no gane participación en el mercado. Todas estas estrategias buscan, en el fondo, proteger las rentas privadas y finalmente perjudicar a los consumidores.

Asimismo, podemos ver el caso de la industria del acero que aprovechando la coyuntura por los problemas encontrados en las estructuras de algunos edificios en Medellín deciden exponer y advertir, con apoyo del gobierno nacional y su Ministro de Vivienda, sobre el peligro de comprar acero no certificado que obviamente es más barato y afecta los intereses de algunas grandes empresas. Nadie duda que se debe controlar esta informalidad en los mercados debido al alto riesgo que genera el uso de estos materiales de baja calidad, pero cuando no hay claridad de cómo se certifica y del costo que esto implica, queda en el ambiente la idea de que el uso de estándares de calidad pueda empezar a ser empleado para proteger rentas privadas de aquellas empresas que sí están certificadas y que además están muy bien organizadas.

A modo de aclaración, los estudios sobre el edificio Space en la capital de Antioquía no hablan de una única causa y la mayoría de estas llevan a problemas de diseño.

Lastimosamente, aquí en Colombia el estilo siempre ha sido utilizar las agremiaciones para hacer lobby ante el Estado y evitar cualquier competencia no deseada remitiéndose, por ejemplo, a temas de calidad –pues las pruebas en este campo son bastante difíciles de realizar– y así seguir protegiendo el mercado ya conseguido. Muy pocas están pensando en apoyar cambios estructurales en sus empresas, ni en mejorar su productividad, ni en ser más eficientes para así afrontar de mejor forma la competencia futura.

Entre menos inversión implique la estrategia mejor. Es menos costoso hacer lobby que invertir en nuevas tecnologías. Es menos costoso usar los medios de comunicación para desprestigiar al otro que generar un mayor prestigio propio. Es menos costoso aumentarle el valor a la competencia a través de prácticas desleales que disminuir los costos propios. Esa es nuestra visión de la competencia en los mercados. Esos son nuestros mercados. Unos pocos, repartiéndose las ganancias y utilizando estrategias para evitar la entrada de la competencia o sacar a la competencia del mercado. La competencia es el principal enemigo.

De esta forma los que perdemos somos la gran mayoría. Perdemos los consumidores de hoy por pagar altos precios, precios fijados por las pocas empresas participantes; perderemos los consumidores de mañana porque bajo esta cultura la innovación será muy escasa pues el riesgo de fallar es muy alto cuando se usan estrategias anticompetitivas por parte de las empresas ya establecidas; y perderá Colombia porque la falta de innovación generará menos crecimiento y porque seguiremos siendo un país de empleados y no de emprendedores.

Entonces me pregunto, ¿Qué papel cumplen la Superintendencia de Industria y Comercio y la Superintendencia Financiera? Necesitamos multiplicar la institucionalidad creada en el Banco de la República hacia otros horizontes. Necesitamos, acaso, unas superintendencias independientes y técnicas que ayuden a desarrollar nuestros mercados dentro de un contexto de sana competencia.

Solo hasta ese momento tendremos alguna esperanza que nuestros jóvenes emprendedores tendrán oportunidades de desarrollo, que nuestros mercados beneficiarán a la gran mayoría y no a la minoría, que la competencia estimulará la innovación, y que ese proceso de destrucción y construcción sobre el cual se fundamenta el crecimiento económico, sea una realidad en la economía colombiana.


* Director del programa de Economía y Finanzas
Universidad de La Sabana