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El secreto de una buena junta directiva

En el pasado, muchas de nuestras juntas directivas eran clubes de amigos del gerente o del dueño que iban a almorzar por cuenta de la empresa y su rol principal era no “interferir demasiado” en los planes y proyectos del gerente.

Jorge Gómez Pinilla
16 de junio de 2016

Con el tiempo, las empresas han entendido que una buena junta directiva es uno de los principales factores de competitividad. Este hecho también lo corroboramos los profesores de INALDE Business School en el diálogo que entablamos con los directivos que llegan en la búsqueda de luces sobre el asunto. En el mundo empresarial el rol del buen miembro de junta directiva aún es difuso.

Y es que ser miembro de una junta directiva no es tarea fácil.  En primer lugar, no es un asunto ni técnico ni ejecutivo. No se trata de ir a una reunión y aplicar la última receta sobre reuniones efectivas. Tampoco es un espacio para que surjan las preguntas capciosas que demuestran erudición del interpelante. Por el contrario una junta directiva es, de todas las actividades, la que requiere mayores condiciones. 

¿Cuáles son las principales características de un buen miembro de junta directiva?

La primera y principal virtud que se requiere ejercitar es la virtud de la prudencia que, según los clásicos, es el arte de decidir bien. Para decidir bien, el directivo debe tener criterio y ello implica “discernir y juzgar con tino las cosas” (Lorda, 2015). Por este motivo, un miembro de junta directiva no debe traspasar la débil frontera entre decidir y administrar. Sucede en ocasiones que muchos miembros entusiastas de junta directiva terminan inmiscuyéndose en los asuntos diarios y operativos y, con ello, generan conflicto y malestar en el director ejecutivo.  El Profesor de Harvard, Jay W. Lorsch, resume este punto en una frase precisa: “La junta directiva debe reconocer y respetar las fronteras entre monitorear la gerencia y gerenciar la compañía.” 

En ese mismo sentido, sería útil recordar la etimología de la palabra “prudencia”: viene de “prudentia” y esta, a su vez, de “pro videntia”, en otras palabras, el que ve por adelantado, el que ve por delante. A la luz de una junta directiva la prudencia significa la capacidad de anticipar el futuro, la habilidad de construir la estrategia de la organización, es decir, el rumbo y las ventajas competitivas de la empresa para los próximos años. Y ese rol es indelegable.

Para ser miembro de junta directiva hay que estudiar, leer y, sobre todo, tener la mente abierta para ver qué está pasando en la empresa, en el sector, con la competencia y en el mercado. No en vano, la ley limita el número de juntas directivas a las que puede pertenecer un directivo. Una junta requiere, como mínimo, de una preparación efectiva de 4 horas al mes. Esa es la diferencia entre un miembro de junta que crea valor y uno que no.

Otra característica de un buen miembro de junta directiva es su capacidad y conocimiento de todo el entorno para así seleccionar al gerente idóneo de la compañía.  Desafortunadamente, un error en este aspecto tiene consecuencias gravísimas para el desempeño de la organización.  En este punto, es clave que el proceso de selección del gerente responda a la pregunta ¿cuál es la estrategia de la compañía y en qué momento competitivo nos encontramos?, para poder determinar quién será el conductor correcto.

Por último, una buena junta directiva debe ser capaz de lograr un buen equilibrio y representatividad en su interior; que refleje la composición de sus accionistas, que se apalanque en el conocimiento externo de sus directores independientes y que cuente con la gente experimentada. La prudencia se adquiere con la experiencia; es un conocimiento de la vida que surge del ensayo, de la reflexión y del aprendizaje en el mundo de la organización.

No basta ser presidente o vicepresidente de una compañía para ser miembro de junta directiva, puesto que su experiencia -muchas veces- está en el hacer-hacer. Convienen, en muchos casos, personas con experiencia en la toma de decisiones, con capacidades deliberativas, las cuales conllevan a deliberaciones de manera colegiada y en consenso.

En resumen, el secreto de una buena junta directiva consiste en vivir la prudencia, el arte de decidir bien -que muchos llaman sabiduría práctica- la cual surge de la experiencia, de la serenidad del juicio y, sobre todo, del discernimiento según las circunstancias de cada momento. La prudencia es, en última instancia, la capacidad de “saber lo que conviene hacer, cómo enfocar las cosas, cómo resolverlas, qué pasos dar y en qué orden” (Lorda, 2015).