OPINIÓN ONLINE

Dignidad y libertad: nuevos rostros de la paz

Mucho se habla y se discute, especialmente por estos días, sobre los sueños, las convicciones, las ideas y los principios de cara a los grandes retos que supone la esperanza de paz para nuestro país.

Víctor Hugo Malagón Basto
1 de septiembre de 2016

Como lo decía en una columna anterior, hemos llegado incluso a crear nuevas violencias con la descalificación per-se de la forma de pensar y de la opinión del otro. Pululan en las redes sociales agresiones personales más que argumentos e ideas. Se llenan los grupos de facebook, twitter y whatsapp, de declaraciones y afrentas de unos contra otros.

Y al final olvidamos que detrás de la historia de nuestra Patria, que ha pagado y sigue pagando crueles tributos de dolor y de zozobra; que detrás de la guerra, la violencia, la desinstitucionalización,  la corrupción, se encuentra en definitiva el desprecio por la libertad y la dignidad de los seres humanos,  como principales valores para la construcción política, social e institucional de Colombia.

La defensa de la libertad, en todas sus formas, significa primeramente el reconocimiento y el respeto por la dignidad humana que constituye, en sí misma, un valor moral y cultural de alcance casi mundial y forma parte de un consenso positivo que la comunidad internacional ha consolidado en favor del hombre, con especial intensidad durante el siglo XX. Luego de siglos de luchas y desencuentros la comunidad de las naciones ha reconocido a través de instrumentos internacionales la primacía de la persona, cuya doctrina fue elevada en forma sin igual por los ius-naturalistas,  y ha sido sostenida por muchos pensadores de todas las culturas, credos y tradiciones. Fue el mismo siglo XX, que ha de pasar a la historia como el siglo del progreso material insospechado, pero también de las más terribles transgresiones a la dignidad humana, en donde se llegó a reflexionar sobre la realidad de la dignidad de la persona. Un análisis de sus postulados colabora en situar la causa de muchos de esos males, una y otra vez, en el desprecio por dicha dignidad humana, es decir la prevalencia del tener y del poder, sobre el ser mismo de la persona.

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Lo afirmado nos invita no sólo desde la teoría, sino especialmente desde la práctica real de nuestros retos como sociedad, a una reflexión juiciosa alrededor de distintas corrientes ideológicas que continúan en pugna sobre la concepción y la realidad del hombre y sus derechos, a pesar (y muchas veces con motivo) de las numerosas declaraciones jurídicas y el aparente consenso positivo global al que me refería anteriormente. La Declaración Universal de los Derechos del Hombre, representa una confluencia de valores entre varias culturas y civilizaciones. Dicha declaración constituye, sin duda alguna, un hito y un avance de la cultura del hombre en general, continuada con numerosos y extensos instrumentos internacionales, la mayoría de ellos adoptados por la institucionalidad colombiana y que demuestran que no existe contradicción alguna entre la diversidad cultural desplegada por el hombre en todos los rincones de la tierra y la existencia de valores culturales comunes a toda la humanidad que garantizan el respeto universal de los derechos y libertades fundamentales.  La cultura de la dignidad humana debe informarse y a su vez crecer en la diversidad de culturas.

En la definición de cultura de nuestros días está también en juego la actitud y la forma de proceder ante grupos humanos distintos. Está también en juego la actitud que podemos adoptar ante las crisis de identidad y los procesos de cambio que todos estamos experimentando. Este criterio histórico de reconocimiento del otro como un igual es el que nos permite comprender sus hábitos, sus costumbres, sus razones, su cultura.

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No se trata solamente de coincidir en la retórica al citar palabras como dignidad, libertad, solidaridad, justicia, democracia, derechos humanos y otras más, lo importante es reconocer que cada una se sustenta en la adopción de deberes y compromisos.  De ahí que la tolerancia, la equidad y el respeto por la diferencia en el marco de la legalidad y de la democracia adquieran, especialmente en la importante coyuntura actual, su significado más radical en latención, precisamente a la dig­nidad y a la libertad de todos.

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