JOSÉ MIGUEL SANTAMARÍA

Cuando la realidad destroza las palabras

Los ingresos por impuestos y la inversión dependen en gran medida de la confianza en las instituciones y en sus líderes y los datos de las últimas encuestas son catastróficos.

José Miguel Santamaría, José Miguel Santamaría
27 de octubre de 2017

Ya afortunadamente quedan menos de 300 días para que se acabe este gobierno que en materia económica cometió bastantes errores, algunos de los cuales necesitaremos años para solucionarlos.

Aunque tanto el Ministro de Hacienda como los demás miembros del gobierno siguen insistiendo en que la economía va bien y han dicho que están dispuestos a defender en campaña lo que han hecho para que el país no caiga en el populismo, les va a quedar muy difícil defender lo indefendible. Existen muy pocos elementos sobre los cuales pueden sacar pecho mientras que existen muchos ejemplos del deterioro de la situación fiscal y financiera del país.

Cada quién define y habla sobre los datos que le gustan. Yo personalmente considero que a los países se les debe mirar igual a una empresa, mirar su balance, sus ingresos con su potencial crecimiento y, por supuesto, su endeudamiento.

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Entonces, primero centrémonos en los ingresos que, aunque han venido creciendo año a año, han subido sido por cuenta de reformas tributarias. Las últimas dos tienen unas consideraciones muy complejas, la primera que ya no existe más espacio para seguir subiendo la tasa de tributación y por consiguiente el crecimiento vía otra reforma tributaria se ve muy poco probable, la segunda que se está generando un ahorcamiento del sector privado que es el generador del 90% del empleo. Además, los recursos que han entrado por normalización de activos del exterior son solo por una vez y no se ha logrado aumentar la base de personas por lo que se sigue dependiendo de unos pocos para cumplir la meta de recaudo; en su mayoría grandes compañías.

Un segundo rubro para analizar es el endeudamiento. Este ha crecido muchísimo durante los últimos cuatro años lo que implica que, no obstante se han aumentado los ingresos, el gobierno ha necesitado más recursos para funcionar. Esto tiene que ver mucho con el tema pensional, la bomba que tenemos y no se ha empezado a resolver, junto con la mal llamada mermelada o cupos indicativos donde han tenido que entregar recursos a congresistas para mantenerlos firmes en las votaciones de los proyectos y leyes concernientes, en su mayoría, al mal llamado proceso de paz. Acabar los cupos indicativos de verdad, no como se ha hecho durante los últimos periodos en donde simplemente han cambiado el nombre, es una prioridad. Los congresistas no tienen porque estar administrando, su función es legislar y hacer control político.

Por último, analizando el balance y el presupuesto mediante -como nos enseñaron en la universidad- metodología de banderas rojas, de análisis horizontal y vertical etc. vemos unos datos que han tenido cambios relevantes además del endeudamiento. Aunque han tratado de disfrazar algunos gastos con inversión, es claro que son gasto. Ahí podemos ver el pago de nóminas paralelas, contratos de servicios, pago de sentencias judiciales entre otros. Mirándolo empresarialmente, muchos bancos ya le hubieran cerrado el cupo de crédito.

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Me excuso con mis lectores de ser tan repetitivo sobre estos temas, pero es que muchas veces las palabras se quedan en le aire y es bueno recordarlas, sobretodo cuando los medios de comunicación han sido tan débiles en las críticas.

Todavía no sabemos cuánto nos va a costar el pacto de La Habana o del Colón con las Farc; las cifras más alegres rondan los 200 billones de pesos. El gobierno dice que se pueden redirigir recursos dentro del presupuesto, yo personalmente creo que eso es difícil y se terminará incumpliendo mucho de lo que se pactó con el agravante que dará cabida para que el malo del paseo sea el gobierno.

Por último, recordarles que los ingresos por impuestos y la inversión dependen en gran medida de la confianza en las instituciones y en sus líderes y los datos de las últimas encuestas son catastróficos. Prácticamente ninguna entidad del Estado tiene credibilidad; esto tiene que cambiar. Se deben hacer las reformas que se necesiten para mejorar las instituciones y para eso hay dos caminos: o una Asamblea Constituyente, que es compleja y no se sabe qué salga de ahí o escoger un buen Congreso, uno que le podamos decir admirable y tenga la capacidad de hasta autoreformarse.

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