OPINIÓN ONLINE

Coca Coin

Si usted todavía se pregunta por qué estamos inundados de plantaciones de coca, desconoce cómo funciona la economía.

Christopher Ramírez
4 de abril de 2016

Aunque sea reiterativo afirmarlo, los habitantes de los centros urbanos en Colombia no tenemos la menor idea de qué mueve la economía ni las reglas sociales de zonas apartadas, recordadas por noticias recientes sobre el increíble crecimiento de los cultivos de coca, pero generalmente desconocidas para nuestra clase dirigente.

Basta tener la oportunidad de conversar con algunos de los humildes campesinos de ciertas poblaciones del sur del país para comprender que las alarmas sobre dicho fenómeno agrícola resultan expresiones sino hipócritas, al menos ignorantes de la realidad y de la responsabilidad que le corresponde a la sociedad entera.

Pues bien, póngase a pensar en lo siguiente: usted es un campesino que ha vivido en una región violenta, donde tradicionalmente el Estado ha aparecido a través de los fusiles para acosarlo por presumir que usted colabora con la guerrilla, o por ésta por presumir que colabora con el ejercito, todo ello si no han aparecido los paramilitares para exigirle la entrega de sus tierras.

Pasado un tiempo, se silencian algunos fusiles, es cierto, pero el Estado aparece en la forma de una avioneta que fumiga aún sus cultivos y contamina las aguas haciendo imposible que sea sostenible cualquier actividad agrícola. En medio de todo, aparece una oportunidad, si bien es consciente de la ilegalidad de ella, que le permite recoger lo del sustento y sumarse a otros cientos de sus paisanos: cultivar la hoja de coca como un cultivo sostenible, camuflada entre la siembra de los otros productos para conseguir el pan.

Hasta allí nada exótico, pues anteriormente la guerrilla lo obligaba a sembrar la hoja y se la compraba a precio irrisorio, pero le daba para comer. Sin embargo, silenciados algunos fusiles, ya no hay quien lo obligue a sembrar, pero es lo que usted sabe hacer.

En medio de este escenario, algo cambia. Ya los narcos no le compran las hojas sino que compran directamente la pasta de coca. Así las cosas, en su patio trasero le toca improvisar un pequeño laboratorio donde la coca que ha sembrado, a punta de gasolina y cemento, se transforma en pasta de coca. Y esta es la nueva cara del negocio.

Así, no se requiere el gigantesco laboratorio estilo Tranquilandia donde procesan toneladas de coca, aunque seguramente habrá uno que otro, sino varios cientos de familias campesinas cultivadoras de hoja de coca, que ahora son igualmente productores de cocaína.

La coca ya procesada sería vendida en centros de acopio en los caseríos, donde el narco consolida para su compra. Así, el campesino recibe su pago en efectivo contante y sonante. Pero si va al pueblo sin efectivo, no importa, el almacén del caserío le permite pagar con gramos de cocaína, para lo cual los establecimientos tienen su balanza o gramera debidamente sincronizada.

Es la Coca Coin, al mismo nivel del efectivo y el único producto que siempre tiene demanda.

Salvo que se fumigue y se liquide la flora de todo el país, resulta de verdad complejo perseguir cientos de cultivos escondidos entre matas de plátano u otros cultivos legales, o destruir cientos de laboratorios escondidos en la selva produciendo cantidades mínimas de pasta.

Al final, ¿quién gana? Pues todos en la cadena, desde el agricultor y fabricante hasta el narco que la lleva a México, el mismo que la lleva a los Estados Unidos o Europa, como el minorista que la reparte entre los consumidores; del mismo modo que los funcionarios de policía, aduana, o los judiciales que reciben los sobornos, como los delincuentes de cuello blanco que sirven de lavadores de activos para mimetizar las ganancias, o las azafatas que traen las maletas con dólares al país.

En un mundo donde el temor a Dios no existe más como el medio de control social, y menos el temor a la ley o la justicia porque se diluye en la ineficiencia e injusticia del Estado, cuando la vida es lo único que se tiene, qué mas se le puede pedir a estos campesinos cuyo único cultivo exitoso es el de la coca.

¿Quién se extraña?. Es la economía.