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Juan Manuel López Caballero

Avanzamos como el cangrejo

Debemos reflexionar sobre lo siguiente: si bajo las políticas y modelos que estamos implementando no seguiremos por el mismo camino.

Dinero
26 de septiembre de 2012

Presentaron la Universidad Libre y la Academia de Historia una obra de Benjamín Ardila Duarte, una biografía del expresidente Alfonso López Michelsen.

Su título –“El profesor Alfonso López Michelsen, Constitucionalista y Hombre de Estado”– era indicio del enfoque del autor, dándole más relevancia al intelectual y al estadista que al político.

Los comentarios que se oyeron se orientaron a cómo una trayectoria alrededor de las ideas y las propuestas tiene más proyección que una carrera –así sea muy exitosa– en busca de votos. Se habló de la vigencia del pensamiento de López señalando que el programa del MRL se definió por las siglas SETTT – Salud, Educación, Techo, Tierra y Trabajo-. Y como se podía considerar aún vigente esa propuesta; algún noticiero lo editorializó como un segundo renacer del pensamiento lopista.

Más importante que destacar la eventual vigencia del ideario de tal o cual personaje, es estudiar hasta dónde persiste la misma problemática después de haber pasado ya más de medio siglo de haber propuesto un diagnóstico.

La crisis de los servicios de salud es, a juicio de los afectados, lo que debería llevar como primera prioridad del Estado a una reforma total del sistema. La Reforma a la Educación se quedó en los anaqueles del gobierno quien, tras retirar una que fue rechazada por todo el sector, decidió ‘poner conejo’ y posponer indefinidamente la solución por la cual se clama con urgencia. El déficit de cuatro millones de viviendas que bajo esta presidencia se suponía comenzar a subsanarse construyendo un millón, se limitó a la décima parte del problema, y se sustituyó por la medida populista de regalar 100.000 (que no se sabe si se cumplirá y que no corresponde a programa alguno para manejo general y sistemático del tema).

Tierra y Trabajo suponen haber sido enfrentados con las leyes de Primer Empleo y de Restitución de Tierras, pero en lo concreto ni la una ni la otra han dado respuesta siquiera al uno por mil de lo que se requiere.

Más preocupante es que además de la poca atención a esos campos se ha agravado la situación en aspectos tan importantes como lo es para la coherencia social la organización y la eficiencia de la administración de justicia, y como lo es para el desarrollo económico la infraestructura.

Avanzamos como el cangrejo en todos esos sentidos. Pero sobre lo cual debemos reflexionar es sobre si bajo las políticas y modelos que estamos implementando no seguiremos por el mismo camino.

En esto puede ser más interesante revisar si tienen o no actualidad las sugerencias de entonces; es decir, si las condiciones sociales y políticas han cambiado al punto de volverlas obsoletas.

Una, en términos casi textuales, era: “no debemos obsesionarnos con que el comunismo y las ideas de izquierda son el enemigo a combatir; nuestro esfuerzo debe ser para acabar con la pobreza y salir del subdesarrollo”. Ahora que se habla de Paz como si esta consistiera o dependiera de un acuerdo entre ‘Timochenko’ y Santos, sería bueno ver un complemento que produzca expectativas al respecto; ni la pobreza se acaba cambiando indicadores (¿cuántos del millón seiscientos que se dice salieron de ese estado sienten que en efecto les cambió la condición?), ni el subdesarrollo desaparece mediante la implementación de un modelo neocolonialista extractivo en que se entregan los recursos naturales y los mercados nacionales para agotar los unos y explotar los otros en favor de los intereses exclusivamente económicos de las compañías –casi todas extranjeras– que sin restricción ni compensación adecuada reciben carta blanca para hacerlo (ni siquiera se les obliga a reinvertir las utilidades localmente).

Y la otra sugerencia, que un acuerdo o sistema con propósitos excluyentes –como lo era el Frente Nacional en su momento y lo es la ‘Unidad Nacional’ ahora–, es el mejor camino para lanzar a la oposición a las vías de hecho y crear un problema mayor al que se intenta resolver (como en efecto sucedió).

Sin entender que la prioridad no es firmar acuerdos sino concretar programas que corrijan los defectos que emanan de los modelos implementados, y sin renunciar a la intolerancia y la intransigencia que se niega a reconocer que es con los enemigos con quienes hay que pactar y transigir, podemos acabar cayendo en un documento que satisface a los guerreros pero que no aportará a la paz a Colombia.

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