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Al filo de la navaja

Las relaciones entre Colombia y Venezuela, en los últimos 20 años, se han visto fuertemente deterioradas por las diferencias ideológicas entre los gobiernos de los dos países. Un análisis de Mariana Perea.

23 de septiembre de 2019

Los presidentes de ambos Estados han utilizado la crisis política y la amenaza de guerra como comodín ante la opinión pública, para mejorar su imagen frente a la ciudadanía cuando la coyuntura política no los favorece. Así pues, repitiendo esta vieja pero eficaz táctica, en las últimas semanas se avivaron las llamas del conflicto colombo-venezolano, cuando el Presidente Nicolás Maduro declaró la frontera en alerta naranja e inició ejercicios militares. Pero, ¿a qué se enfrenta Colombia en esta “nueva” amenaza del país vecino?, ¿se trata de la misma provocación de siempre, o hay indicios de que esto pueda degenerar en un enfrentamiento bélico?

Desde la posesión como presidente de Hugo Chávez en Venezuela y Álvaro Uribe en Colombia las relaciones amistosas entre los dos países se rompieron. La distancia ideológica entre los mandatarios no fue la única razón de las tensiones, pues tanto Chávez como Uribe jugaron a desestabilizar al gobierno del vecino: Uribe apoyando directamente la oposición venezolana al régimen chavista y Chávez simpatizando “tácitamente” con los grupos insurgentes colombianos, como las Farc.  Hechos concretos como el asilo político otorgado por el Gobierno colombiano a Pedro Carmona (líder de la oposición en Venezuela) que intentó un golpe de Estado a Hugo Chávez en el 2002; el arresto irregular del vocero de las Farc Rodrigo Granda en Caracas en 2003; y finalmente, el punto de quiebre en 2008, cuando Colombia bombardeó un campamento de las Farc en territorio ecuatoriano e incautó los computadores de Raúl Reyes que supuestamente implicaban al Presidente Chávez en el auspicio económico a la guerrilla demuestran la álgida relación que se fue cocinando entre Colombia y Venezuela entre el 2002 y el 2008. 

En el primer mandato de Juan Manuel Santos, las relaciones con el vecino se calmaron un poco, hasta el 2015 cuando el nuevo Presidente venezolano, Nicolás Maduro, decidió expulsar algunos ciudadanos colombianos que residían en Venezuela y cerrar la frontera, alegando una supuesta conspiración del Gobierno colombiano para derrocarlo. Posteriormente, la administración de Santos intentó recuperar el diálogo con el país vecino; y el proceso de paz con las Farc, donde Venezuela actuó como país garante, fue un paso importante para mejorar las relaciones entre los dos gobiernos. No obstante, las tensiones históricas se mantuvieron, ya que como de costumbre, los políticos utilizaron las peleas  con el vecino para autolegitimarse. 

Ahora bien, la llegada de Iván Duque al poder significaba de entrada una escalada de las tensiones con Venezuela y el régimen de Maduro, pues uno de los temas centrales de su campaña fue la estigmatización al “castrochavismo” y el rechazo al gobierno madurista, al tildarlo de dictadura. El Presidente Duque se convirtió en el mayor abanderado de la lucha en contra de Maduro y lideró el denominado “cerco diplomático”, una especie de no sé qué, para poner fin al régimen madurista, anclado en el poder desde el 2013. Entonces, el Presidente colombiano, sintiéndose ampliamente respaldado por su gigantesco “hermano mayor” (Estados Unidos) no dudó en ponerle fecha límite al Gobierno de Maduro, cerrando a su paso, todas las puertas del diálogo. 

El presidente Duque se aferró a la figura de Juan Guaidó, el autoproclamado presidente interino de Venezuela, que tiene más poder en Colombia que en su propio país. Aunque Guaidó ha contado con un fuerte apoyo internacional desde su autoproclamación, su más grande logro (y no especialmente por él) han sido las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos a Venezuela. Sanciones, que más que mitigar la crisis humanitaria la han aumentado; y poco han funcionado para desatornillar a Maduro de su asiento en el Palacio de Miraflores. Entre tanto, el régimen venezolano afianzó sus relaciones con Rusia y China, que desinteresadamente le expresaron su apoyo diplomático y militar para evitar una intervención yanqui. 

Como consecuencia de las dinámicas entre las potencias internacionales, por un corto tiempo los ataques entre Colombia y Venezuela entraron en una especia de hibernación. Pero, la llama se volvió a encender cuando exdirigentes de la antigua guerrilla de las Farc anunciaron, el 29 de agosto, que retomarían las armas, por los supuestos incumplimientos del Gobierno colombiano al proceso de paz. El ambiente ya estaba caldeado, pues se sospechaba que estas disidencias se encondían en territorio venezolano. Acto seguido, el Régimen de Maduro inició los ejercicios militares en la frontera con Colombia, y la prensa colombiana reveló unos documentos donde se corroboraba el apoyo del ejército venezolano a los grupos insurgentes. 

Si bien la alianza entre el madurismo y las guerrillas colombianas siempre fue un secreto a voces, la confirmación oficial de esta unión es una provocación directa al Estado colombiano. Un destapar de cartas, donde se desecharon los formalismos, que generalmente, sirven para contener los conflictos internacionales. 

Por otro lado, el Gobierno de Duque puso a Colombia en una sin salida, al quemar todas las alternativas de diálogo bilateral con el país vecino; y dejó el futuro de las relaciones con Venezuela en manos de otros: como la OEA y Estados Unidos, que a juzgar por los más recientes acontecimientos, no son garantía para el país. Esto se demostró cuando el mandatario estadounidense, Donald Trump, entabló negociaciones con Nicolás Maduro y suavizó el discurso de la intervención militar, al despedir a su asesor para la seguridad nacional, John Bolton, el más radical partidario de llegar hasta las últimas consecuencias.  

Así las cosas, Colombia se está quedando sin herramientas de acción para enfrentar las tensiones con Venezuela, pues la respuesta su Gobierno se ha empeñado en negar como interlocutor al régimen de Maduro. Duque ha puesto a Colombia al filo de la navaja, pues el país ha quedado supeditado a “poner quejas” ante los organismos internacionales; que si no han podido solucionar el conflicto interno en Venezuela, muy difícilmente podrán responder un conflicto regional. La otra opción, es aventurarse a una guerra con el vecino.  

Además, lo que pocos analistas han dicho, es que si bien para algunos la posibilidad de una guerra entre Colombia y Venezuela es un escenario remoto o fatalista, este no es el único riesgo de las relaciones colombo-venezolanas, actualmente. Pues, el problema de la migración, el encubrimiento de los grupos armados en territorio venezolano, el narcotráfico y el contrabando en la frontera, son los temas que sirven como combustible al conflicto entre las naciones, que además representan los mayores desafíos para la seguridad y la economía colombiana. 

En conclusión, mientras el Presidente Duque sigue menospreciando al gobierno de Nicolás Maduro y confiando en la ayuda y el respaldo de la sociedad internacional, se va quedando sin salidas para mitigar los problemas con su vecino. Sus supuestos “aliados” cierran las fronteras y negocian (así sea por debajo de la mesa) con el “dictador”, mientras Colombia enfrenta sola el masivo éxodo de la población venezolana y espera que la figura de Guiadó (que se ha ido de más a menos) le ayude a controlar el problema con los grupos armados y el narcotráfico. Al mismo tiempo, el llamado Presidente Interino, presiona para activar una intervención militar en Venezuela, así sea la salida más contraproducente para las dos naciones. El ambiente no está para jugar con candela y pretender no salir quemados. Esta vez, las provocaciones pueden salir muy costosas, y ninguno de los dos gobiernos puede esperar que otros vayan a venir a comprar la pelea, que tan irresponsablemente han atizado.

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