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Luiz Inacio Lula da Silva, presidente de Brasil.

Internacional

Lula, vuelve y juega

El crecimiento de la economía es el reto más grande que debe asumir en su segundo mandato el presidente de Brasil.

31 de diciembre de 2006

Con una historia personal que logró convencer a los menos favorecidos en su país y un primer mandato que dejó tranquilos a los más pudientes, Luiz Inacio Lula da Silva asume hoy por segunda vez y durante cuatro años, la presidente de Brasil.
 
En un país de casi nueve millones de kilómetros cuadrados y carreteras lejos de ser vías de liso pavimento, decenas de brasileños desafiaron la distancia e incesantes lluvias para llegar a los actos hoy de toma de juramento de Luiz Inacio Lula da Silva.
 
Sin embargo, los que llegaron en buses eran en su mayoría militantes del Partido de los Trabajadores (PT), de Lula, quien ya había anunciado la llegada de al menos 300 transportes de simpatizantes desde cinco distintos estados de los 27 de Brasil.

 

La movilización de esos simpatizantes, con un costo estimado por el PT en 600.000 reales (casi 280.000 dólares), está lejos de la multitudinaria y principalmente voluntaria asistencia de hace cuatro años, en enero del 2003, cuando Lula asumió por primera vez la presidencia y la participación se estimó en unas 200.000 personas.

 

Esta vez, el propio Lula optó por una ceremonia más modesta y los simpatizantes del PT asistentes podrían ser considerados parte del "núcleo duro" del partido, con una militancia nacional estimada en unas 800.000 personas.

 

Bajo lluvias intermitentes, algunos de los que llegaron a Brasilia desde remotas localidades buscaron refugio del agua en algunas de las entradas con toldos de los 17 edificios que conforman el vasto conjunto de sedes ministeriales, el palacio de gobierno, el congreso y la corte suprema.

 

La lluvia empapó los banderines verdes y amarillos que colgaban de los postes de luz a lo largo de la avenida de los ministerios, o la llamada Explanada de los Ministerios, donde también se colocaron en distintos puntos unos 200 baños portátiles y cinco pantallas gigantes para ver en vivo la ceremonia dentro del congreso.

 

Los militantes, vestidos del color rojo que identifica al PT, eran la mayoría frente a unos pocos que parecían querer aprovechar la jornada para sacar algún dinero extra como vendedores ambulantes de gaseosas, golosinas, comida y cigarrillos.

 

"Bueno, mejor que Lula ganó porque así tengo trabajo, si hubiera ganado (el candidato socialdemócrata en los comicios de octubre) habrían venido sólo 'riquitos' y rico no compra de vendedor pobre", dijo Aloizio Severiano, un vendedor ambulante de 16 años, de la barriada de Ceilandia, a las afueras de Brasilia.

 

Severiano parecía de los menos animados por los actos porque piensa que "la política toda es la misma cosa, todos son ladrones y Lula también", agregó mientras caminaba por la amplia avenida vendiendo golosinas. Lula "además de robar, sabía" de otros casos imputados a algunos de sus ex ministros, agregó.

 

En su primer gobierno, Lula nunca fue acusado directamente ni implicado en alguno de los escándalos de corrupción que recayeron sobre varios de los miembros de su gabinete y que en su mayoría fueron casos relacionados al uso de dinero de oscura procedencia en intentos de miembros del PT de sobornar a aliados políticos en el congreso o de usar el poder político para ocultar fiestas con prostitutas en lujosas mansiones del sur de Brasilia o violar la reserva bancaria de testigos en investigaciones.

 

Lula salió al paso de esos escándalos afirmando que había sido "traicionado" y que nunca supo de esas irregularidades que costaron la cabeza a sus dos ministros más influyentes, el jefe de gabinete José Dirceu, en 2005, y del titular de Hacienda, Antonio Palocci, en 2006.

 

Otros parecen ni recordar esos escándalos y se desplazaron cientos de kilómetros en un viaje en bus de 17 horas desde Timotio, un remoto poblado del estado de Minas Gerais, al sureste brasileño, para congregarse en la Explanada y ver nuevamente a Lula, un ex trabajador metalúrgico y líder sindical nacido en el seno de una humilde familias de campesinos en Pernambuco, el noreste brasileño.

 

Las políticas económicas de Lula controlaron la inflación que era de dos dígitos y productos de la cesta básica de comida, como arroz y frijoles, bajaron de precio, pero además 11 millones de familias pobres se beneficiaron del principal programa social del gobierno, el llamado Plan Bolsa Familia o la entrega mensual de 60 reales en promedio (unos 28 dólares) a cambio que la familia mantenga a sus hijos en la escuela y los vacune.

 

Lula defiende el programa a capa y espada afirmando que aunque el dinero entregado por Bolsa Familia es poco, sin embargo hace una diferencia para los muchos pobres del país con ingresos por debajo del salario mínimo mensual de 350 reales (unos 162 dólares).   En su primer mandato, Lula "hizo por los miserables lo que los otros no hicieron", dijo María dos Santos, una trabajadora social de 39 años, quien llegó en bus el domingo por la noche desde Timotio y acampó junto a 10 amigos en la avenida de los ministerios debajo de una tienda de lona de campaña verde.  

"Todo lo que Lula habla es del alma y del corazón", dijo por su parte, Celio Candido Alves, un trabajador metalúrgico jubilado de 64 años. "Lula es un presidente con la cara de la clase pobre brasileña".
 
Los números
Sus viejos amigos quedaron atrás y el presidente Luiz Inacio Lula da Silva inicia  su segundo mandato, con la incógnita si logrará su ansiada meta de crecimiento económico que llegue a todos los brasileños. 

"Yo quiero crecer más...(pero) no me voy a apegar a un número", dijo Lula recientemente a los periodistas al ser interrogado si mantenía su meta de un crecimiento de la economía brasileña de 5% anual.

Para conseguir ese crecimiento se necesitan, por ejemplo, millonarias inversiones públicas y privadas en sectores como la infraestructura de carreteras, puertos, aeropuertos, hidroeléctricas --algunos de las áreas el propio presidente ha apuntado como claves--, pero los recursos federales son muy limitados, mientras los empresarios esperan para animarse a desembolsar dinero al menos un guiño oficial: reducir cargas tributarias.

Cuadrar esas cuentas ha sido el trabajo del presidente las últimas semanas junto con sus ministros, en un paquete de medidas económicas que Lula ha dicho que anunciará en enero.

"Lula sube de nuevo la rampa (presidencial) sin que se vislumbre lo que, efectivamente, él hará", dijo el domingo un editorial del diario Estado de S. Paulo. Lula ha dicho que su segundo mandato se concentrará en el crecimiento económico, reducción de las desigualdades sociales y un sistema de educación de calidad.

"La legitimidad de esas metas es tan obvia como nebulosa permanece la percepción de los medios que serán escogidos para alcanzarlas", agregó el diario destacando además que el presidente, de 61 años, decida ahora incluso con autonomía hasta de su propio Partido de los Trabajadores, (PT).

A lo largo de su primer cuatrienio de mandato, iniciado en enero del 2003, Lula fue perdiendo a viejos amigos de los años de la fundación del PT en 1980 y que además fueron primero sus más cercanos y confiables colaboradores en pasadas campañas electorales y después en carteras como la jefatura de gabinete y el Ministerio de Hacienda e incluso el mandatario bromeaba sobre el poder que tenían en la toma de decisiones.

Al menos dos de esos ministros debieron salir del gobierno en 2005 y 2006 debido a distintos escándalos de corrupción, que vía los comicios de octubre último amenazaban con dañar las aspiraciones electorales de Lula, ahora de 82 kilos, 15 menos que hace cuatro años, y más canas en el cabello y barba.

Los escogidos por el mandatario para suceder a sus otroras poderosos jefe de gabinete, José Dirceu, y ministro de Hacienda, Antonio Palocci, fueron igual dos miembros del PT --Dilma Rousseff y Guido Mantega, respectivamente-- pero con relaciones distantes a Lula y por lo tanto con menos influencia sobre el mandatario, quien ahora raramente delega en ellos anuncios importantes.

"Sí, siento que a veces quedamos Marisa (la primera dama) y yo solitos", dijo Lula el pasado 22 de diciembre, en un desayuno navideño con periodistas en el Palacio de Planalto, cuando se le preguntó si sentía la soledad en el gobierno.


AP