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Una persona en Moldavia, país afectado por el racionamiento de gas. | Foto: Constanza García - Amsterdam

Petróleo y Gas

La guerra del gas

El ABC de un conflicto entre dos naciones terminó poniendo en jaque a todo un continente. Una muestra del pulso por el control de los combustibles.

Constanza García - Amsterdam
16 de enero de 2009

Los días pasan y por las tuberías de millones de europeos nada que llega el gas para calentar sus casas, escuelas y hospitales. Luego de más de dos semanas de ires y venires, de negociaciones de un lado y del otro, a comienzos de esta semana por fin se veía una luz al final del túnel en el conflicto entre Ucrania y Rusia que tiene a más de 17 países de Europa aguantando literalmente frío, en medio de uno de los inviernos más crudos de los últimos 15 años.

 

El conflicto se atizó el pasado 1 de enero, cuando Rusia decidió cortar el suministro de gas a Ucrania después de que no se pusieran de acuerdo sobre el precio del combustible que la rusa Gazprom (la empresa estatal de gas rusa) iba a vender a la ucraniana Naftogaz este año, para que luego ésta lo transportara a través de su red de gasoductos a 18 de los 27 países de la Unión Europea.

La situación ha alcanzando niveles críticos, ad portas de una declaratoria de una emergencia energética en países como Bulgaria, que dependen 100% del gas que se envía desde Rusia a través de Ucrania, las industrias han parado, los niños están en casa sin poder asistir a las escuelas y sus habitantes buscan desesperadamente medios de calefacción, bien sea eléctricos o primarios a través de la producción de calor con leña, para soportar las bajas temperaturas que en muchos casos superan los 10 grados bajo cero.

 

Esta vez como ha pasado en otros conflictos con Rusia, los representantes de la Unión Europea, han enfilado todas sus baterías en dirimir el conflicto entre estas dos naciones que ha puesto de nuevo en jaque la seguridad, esta vez energética, del continente.

Lo indignante de esta situación es que más que un asunto de precios, el trasfondo tiene un tinte político. Ucrania y Georgia (país que en julio pasado protagonizó un conflicto bélico con Rusia por la posesión de la provincia de Osetia del Sur) hacían parte de las provincias de la URSS y lograron su independencia cuando está se disolvió. Ahora ambas naciones intentan integrarse a la organizaciones como la OTAN y Ucrania, realiza esfuerzos para hacer parte de la Unión Europea, asunto que ha molestado al Kremlin sobremanera.

 

De esta manera, con el estallido de este conflicto por los precios del gas y el subsiguiente racionamiento del mismo al resto de Europa, Rusia no solo busca molestar a su vecino, sino de alguna manera, demostrar cierto poderío. Por otro lado, el económico, esta crisis deja ver como el control sobre los combustibles se constituye en un arma tremendamente poderosa y desestabilizadora, en una muestra más de cómo los países que tiene el control del monopolio de las fuentes de energía pueden poner en jaque a continentes enteros.

Y es que no sólo Europa afronta una crisis energética, que cada día que pasa toma tintes de emergencia, con un vecino que cada vez le produce más dolores de cabeza – Rusia –, sino que a su vez enfrenta un gran reto para los meses que vienen: procurar que situaciones como éstas no se produzcan nuevamente y apretarle el acelerador a salidas a proyectos que le permitan desligar su abastecimiento energético de una sola nación, Rusia. El 80% del gas que consume Europa proviene de ese país.

 

España, Alemania e incluso, Holanda, han dado un paso adelante logrando importantes avances en autosuficiencia energética y desarrollo de fuentes alternativas y diversas de combustibles. Políticas y ejemplo, que no sólo deben extenderse al resto de países de Europa sino del mundo.

Asunto del cual también deberíamos aprender los países de esta parte del océano que tenemos una larga tarea por hacer en materia de ahorro de energía, desarrollo de energías limpias, sostenibles que nos permitan contar cada vez con fuentes más diversas de calor, porque tal como lo hemos visto en Europa, la energía se ha convertido cada vez más en un bien público vital, que no puede dejarse a merced de los intereses de unos pocos en detrimento de la supervivencia de otros muchos.