Home

Empresas

Artículo

Su vida profesional plantea un simil con su gusto por el deporte extremo: un constante escalar. | Foto: Archivo Semana

Perfil

En la cima petrolera

María Victoria Riaño es la única mujer presidente de una petrolera colombiana. Hoy dirige los destinos de Equión, antes BP Colombia.

31 de agosto de 2011

Fue una de las primeras mujeres en coronar la cumbre del Aconcagua. Alcanzó la cresta de nieves perpetuas, a 7.000 metros de altura, en medio de las condiciones cambiantes que impone la montaña a un deportista extremo, obligado a tomar una decisión vital cada diez segundos en promedio.

Ahora, cinco lustros después de aquella aventura, María Victoria Riaño acaba de conquistar otra cumbre no menos exigente: la presidencia de Equión, una compañía que produce 94.000 barriles y 270 millones de pies cúbicos de gas por día y que hoy se enfrenta a desafíos que la llevan a transitar por terrenos sinuosos en los que arrecian cada día los vientos de la competencia.

Se hizo montañista por invitación de un grupo de jóvenes tolimenses que la llevó en sus tiempos de estudiante universitaria a escalar el nevado de su departamento. Lo conoció en sus distintos tramos y subió a la par con ellos –todos hombres– por fragmentos rocosos y paredes de hielo y nunca requirió de asistencia. “Cuando me enfrento a un reto no me gusta convertirme en una carga para nadie”, dice.

Ahora, de la mano con su equipo, afronta un nuevo desafío que esta vez, en contraste con sus dotes de escaladora, la llevará a meterse en las entrañas de la tierra. Ecopetrol y Talisman, sus accionistas, esperan que Equión pueda sacar el mayor provecho a los campos de Floreña y Pauto, en el piedemonte casanareño, que alcanzan profundidades de hasta 17.000 pies (más de cinco kilómetros) en áreas geológicamente activas que ofrecen no pocos riesgos para la inversión.

Sin arneses, sogas, estacas ni pitones se prepara también para iniciar antes de un año la exploración en el Caribe colombiano y espera darle a su organización la calidad de líder en la búsqueda y explotación de petróleo costa afuera.

La vida de esta administradora de empresas javeriana, especializada en alta gerencia en la Universidad de Los Andes, ha estado exigida por las soluciones urgentes. A media montaña, donde la vida de los escaladores suele estar en vilo y de la mano de Dios, le tocó ver a compañeros afectados por fracturas abiertas o fuertes soroches, cuya situación obligaba a su grupo a descender a velocidad de vértigo. Cuando inició su carrera en actividades fiduciarias, sus jefes le pusieron en sus manos empresas cuya supervivencia dependía del acierto o el error en una decisión administrativa.

Recuerda que en las fiduciarias Tequendama y la del Banco Ganadero BBVA, en su momento, le entregaron casi siempre casos relacionados con empresas en crisis. “Un día –rememora– me confiaron el de Icasa, empresa que cuando fue entregada a la fiduciaria se encontraba cerrada y en huelga. Me dieron la misión de reabrirla, ponerla a andar de nuevo con el poco capital que quedaba y reactivar las líneas de negocios mientras los acreedores se ponían de acuerdo”.

Como en una analogía con los escaladores tolimenses que la descubrieron un día para la conquista de cumbres exigentes, un grupo de cazatalentos detectó sus habilidades en temas de tesorería y evaluación financiera y la reclutó para Ecopetrol. Allí trabajó durante once años y cada tres, en promedio, cambió de rol dentro de la empresa. Pero desde el primer año, cuando estuvo a cargo de la tesorería de la compañía, no dejó de visitar los campos petroleros. Ya fuera para reordenar procesos administrativos o para habituarse con la vida y las expectativas de los operarios de los taladros. “Así fui aprendiendo del negocio y me familiaricé con sus inmensas complejidades”, explica.

Ni antes ni después de su experiencia en el Aconcagua parece haber creído en el cliché antropológico de las sociedades machistas. No descarta que cuando Ecopetrol y Talisman la seleccionaron hace siete meses para la presidencia de Equión, a lo mejor había hombres ingenieros de petróleos que, por su génesis profesional, habrían podido proclamar mejores destrezas que las que ella ha demostrado para dirigir los destinos de la nueva compañía. Sin embargo, a ninguno de ellos lo ha visto rumiando amarguras sino, por el contrario, trabajando hombro a hombro y sin reservas con ella.

“La vida laboral, como la montaña, hay que lucharla. Hay que enfrentar los retos impredecibles que le impone la naturaleza y sortear los que uno mismo se crea”, dice a tono con los símiles.

Quizá la mayor cuesta que subió durante su experiencia en Ecopetrol fue el proceso de valoración de la empresa que la preparó para salir a vender acciones en la primera capitalización. Y ha tenido otras ‘escaladas’ administrativas y de inversión de gran tamaño, como las adquisiciones de Savia, en Perú, y las compras de Hocol y BP Colombia.

El deporte sigue ocupando un lugar privilegiado en su vida. Lo ha sido desde la época en que pasó del colegio Helvetia al Santo Ángel y era la única de sus compañeras en darle las veinte vueltas a un campo deportivo con el mismo tranco sostenido con el que había partido. Tal vez también porque asimila su dura actividad física con la conquista permanente de sus metas.

Cuando no está metida en la literatura administrativa y en las páginas de estados contables, libera tiempo para leer las novelas de Isabel Allende, Marcela Serrano y, en especial, de Ángela Becerra. Y también para su esposo neozelandés y para sus hijos. “Como toda mamá moderna, el cine de Disney no puede faltar en el menú porque para los chicos es impensable dejar de ver Kung Fu Panda 2”, dice.

Los fines de semana, cuando no está descansando en su casa de la sabana, está en lo suyo: ajustando programas y redefiniendo metas que, a menudo, se le antojan tan altas como la cumbre del Everest.