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Del bloqueo y otros demonios

Desde que Fidel Castro se enfermó, no han cesado las especulaciones sobre el futuro del país sin su líder, su único Comandante en Jefe durante casi medio siglo desde que La Revolución Cubana triunfó en 1959. La coyuntura ha puesto varios temas sobre la mesa.

María Antonia Pardo
9 de agosto de 2006


Sólo cuatro de cada diez cubanos tienen memoria de cómo era la isla antes de Fidel Castro. Los demás nacieron en su régimen, y así como no conocen un sistema distinto al socialismo, tampoco han experimentado lo que sería vivir sin estar aislados en términos económicos por Estados Unidos, la mayor potencia mundial. De los 11 millones de cubanos que viven en la isla, pocos tienen memoria de la época de Fulgencio Batista. Pero los que sí la vivieron, recuerdan un país muy parecido al resto de América Latina, corrupto hasta el tuétano, y en donde los ricos eran pocos pero muy ricos, y los pobres eran muchos, pero muy pobres.

Con la caída de Batista y la llegada al poder de Castro las cosas cambiaron en términos de desigualdad social: los pobres ahora son todos. La pobreza del pueblo cubano no se puede ocultar y es una realidad sustentada por indicadores económicos (cifras oficiales del gobierno) que reflejan cómo el producto interno bruto cayó 35% en los tres primeros años de la década de los noventa, cuando se vino abajo el bloque socialista liderado por la antigua Unión Soviética y se recrudeció el bloqueo económico, comercial y financiero por parte del gobierno estadounidense, con la aparición de nuevas leyes como la Torricelli y la Helms-Burton.

En la Cuba de Fidel se encuentra de todo como en botica. Acciones reprobables como la censura a los medios de comunicación, la persecución a los contradictores, las torturas a los presos políticos, los fusilamientos y la falta de libertad de cualquier cubano para salir de la isla cuando le plazca; son algunas de las banderas que enarbola la oposición, dentro y fuera de la isla (entre 2 y 3 millones de cubanos viven hoy exiliados en Estados Unidos). Pero así como la historia de Cuba está llena de abusos, similares a los cometidos por cualquier otra de las dictaduras latinoamericanas del siglo XX, también es cierto que la pobreza del país no raya en la miseria. Todo cubano tiene cobertura en salud y en educación, no hay analfabetismo ni desnutrición en la isla y pueden ufanarse, como pocos en el mundo, de tener una tasa de mortalidad infantil casi nula.

Cada vez que compiten en los Juegos Centroamericanos y del Caribe (como acaba de suceder recientemente en Cartagena), sus deportistas les dan sopa y seco a los mexicanos, venezolanos y colombianos. Y ni qué decir de los avances médicos de reconocimiento internacional que han ubicado a Cuba como una potencia médica global: desarrolló la primera vacuna contra la meningitis, exporta masivamente su vacuna contra la hepatitis B y tiene en la actualidad a 25.000 doctores cubanos en misión alrededor del mundo en más de 60 países.

Todos esos son logros que no se pueden obviar, mucho menos cuando se han alcanzado prácticamente con los dientes, en medio de la escasez y la precariedad, especialmente durante los últimos quince años conocidos como El Período Especial. Tal vez por eso Cuba llama la atención del mundo. Ha logrado mantenerse a flote a pesar de estar en la mira del coloso del norte. Lo ha conseguido con el mismo jefe a la cabeza y siendo un país minúsculo en medio del Mar Caribe, una isla llena de pobres y con un sistema socialista prácticamente obsoleto (en un mundo en donde Marx pasó de moda hace rato).

El bloqueo
Tan sólo 90 millas separan a Cuba de Miami. A principios del siglo pasado, principalmente en la década de los veinte cuando el alcohol estaba prohibido en Estados Unidos, pero en Cuba no; la isla era literalmente el patio trasero de su poderoso vecino. En esa época se contrabandeaba de todo entre los dos países: ron, opio, marihuana, frutas, azúcar, cigarrillos. Toda una historia de ‘gangsters’, mafiosos, casinos y juerga, unían a unos y otros. Pero con Fidel Castro se materializó una política económica que Estados Unidos no previó en un principio cuando reconoció como legítimo el triunfo de la revolución, y que se basaba en expropiaciones y nacionalizaciones a diestra y siniestra.

Los mayores perjudicados con las expropiaciones fueron estadounidenses que perdieron tierras y empresas a manos de Fidel. De allí a la invasión de Girón, para derrocar a Castro a sólo un año de haber tumbado a Batista, no pasó mucho tiempo. No lograron sacar a Fidel del poder, pero sí consiguieron que Cuba se acercara al bloque socialista. Y es así como nace el bloqueo, concebido en sus inicios como la herramienta que frenaría el avance del comunismo en el continente americano.

La historia que siguió todos la conocen: U.R.S.S. subsidió a Cuba por varias décadas y mantuvo boyante la economía de la isla, a pesar del fuerte bloqueo, con prácticas poco ortodoxas como pagar precios exorbitantes por el azúcar cubano. Pero La Unión Soviética se desplomó y con ella el pilar que sostenía a la economía cubana. La época de vacas flaquísimas se vino encima de un momento a otro, hasta tal punto que la Cuba de 1989 y la de mediados de los noventa eran dos caras tan distintas que no parecían de la misma moneda. El 85% del comercio exterior desapareció y el abastecimiento de combustible se redujo en más del 50%. De los ocho millones de toneladas métricas de azúcar de caña que producía la isla anualmente, pasó a menos de dos; entre otras razones porque ya no contaba con los suministros soviéticos ni con un mercado que comprara el total de la producción a un precio inflado (esta industria representaba ingresos equivalentes al 70% de la balanza de pagos).

Con el desplome de U.R.S.S. también desapareció La Guerra Fría, pero no así el bloqueo económico a Cuba. Todo lo contrario: trascendió los límites del territorio norteamericano. Las nuevas leyes lo recrudecieron incluyendo nuevas restricciones como la prohibición a las subsidiarias estadounidenses establecidas en terceros países de mantener vínculos comerciales con la isla, vínculos que en 1991 representaban US$718 millones y que tres años más tarde eran completamente nulos.

Sin industria azucarera soportando a la economía, Fidel Castro decidió meterle la ficha al turismo y al níquel permitiendo inversión extranjera en el sector minero y en el turístico. Los mejores resultados los obtuvo con el turismo: las políticas que implementó para impulsarlo lograron que los ingresos de la balanza de pagos por ese concepto crecieran de 4% en 1990 a 41% en el 2000 y que el país dejara de ocupar el puesto 23 como destino turístico de América y se ubicara en el noveno. Para 2004, el número de visitantes a la isla se había quintuplicado en comparación con 1990, mientras que los ingresos provenientes del turismo se habían multiplicado por ocho. La locomotora, como se ha denominado al turismo cubano por jalonar la economía del país en los momentos más agudos de crisis, no ha dado muestras de desgaste: el año pasado visitaron la isla 2,3 millones de turistas (crecimiento del 12,3% respecto a 2004) y se espera que para este año la cifra supere los 2,5 millones.

Un nuevo Mecenas
Los últimos reportes del gobierno cubano sobre el desempeño de la economía de la isla no dejan de generar suspicacias (el gobierno de Bush cree que la cifra está inflada), teniendo en cuenta que el nuevo siglo sorprendió a Cuba con una seguidilla de catástrofes naturales en donde las sequías y la devastación provocada por el paso de varios huracanes hicieron su agosto. Para 2005 el crecimiento del PIB, según fuentes oficiales, fue de 12% y estuvo respaldado por tres rubros: turismo, exportaciones de níquel y prestación de servicios, principalmente médicos y deportivos, a Venezuela.

Hugo Chávez Frías se convirtió en el nuevo mecenas de la economía cubana y en un aliado incondicional para Fidel Castro. No hay claridad sobre el monto de la ayuda que sale de Caracas a la Habana, pero un estudio de la Universidad de Miami, financiado por el gobierno estadounidense (Cuba Transition Project), revela que en petróleo subsidiado la cifra podría superar US$1.100 millones y en importaciones de productos y servicios cubanos, US$600 millones.

Siendo así las cosas...
Es probable que Fidel Castro muera en el corto plazo. Está próximo a cumplir 80 años y a esa edad no es fácil recuperarse de una cirugía de alto riesgo. Pero quienes creen que su ausencia desencadenará la transición de la isla del socialismo al capitalismo, podrían quedarse con los crespos hechos. La economía cubana está en franca recuperación. No sólo cuenta con el apoyo económico de Chávez, sino que además se le están abriendo posibilidades de aumentar las exportaciones en sectores como el de la biotecnología o el agrícola (los buenos precios del azúcar y del etanol incentivarán sin duda la producción de la caña de azúcar). Y hay algo que está demostrado: cuando las cosas mejoran, los pueblos no se sublevan.

Si bien es cierto que Raúl Castro no posee el carisma de su hermano ni despierta la idolatría que genera Fidel en sus seguidores, también es cierto que Cuba ha podido subsistir por más de cuarenta de años bloqueada por Estados Unidos. A lo mejor, como creen sus detractores, el régimen es lo que es por Fidel Castro. Es probable que se venga abajo con su muerte, pero eso en estos momentos no es algo que pueda asegurarse. Si esta situación se hubiera presentado a inicios de los noventa, cuando el escenario era desolador y todos los pronósticos sobre la economía cubana eran pesimistas, el resultado habría sido ese: la desaparición de Cuba como último vestigio de La Guerra Fría en el continente americano. Pero hoy día no está nada claro qué pasará con la isla después de Fidel, y eso en últimas, tiene más que ver con el respiro que ha representado para Cuba el apoyo económico de Venezuela, que con la figura misma de Raúl Castro. La incertidumbre alrededor del futuro de Cuba tiene entonces nombre propio: Hugo Chávez Frías.