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Comida por las nubes

Los precios de los alimentos siguen al alza por la perspectiva de bajos inventarios. Los factores climáticos y la mayor demanda en países emergentes, los responsables.

3 de agosto de 2011

El clima se está convirtiendo en el peor azote para la producción de alimentos en el mundo. Y sus consecuencias son toda una paradoja: mientras en África ha provocado una nueva hambruna que amenaza la vida de más de 10 millones de personas, en las principales bolsas de materias primas del mundo alcanzan cotizaciones al alza sin precedentes.

¿Qué se puede esperar?

Los extremos climáticos que se vivieron en el segundo semestre de 2010 y el primer trimestre de 2011 incluyeron las peores lluvias en Australia, Europa del Este, Centro y Suramérica y la sequía más aguda que ha vivido África en los últimos sesenta años.

Esta situación cambió el escenario para millones de agricultores en el mundo. Productos como el maíz, trigo, azúcar, café, cacao y aceites son algunos de los que registran las mayores alzas en sus precios, como consecuencia de la baja de inventarios producto de factores climáticos. En el caso del azúcar, la caída de 25% en los rendimientos de Brasil y las pérdidas que registró Australia fueron factores determinantes para el aumento en su precio.

En el caso de los granos –arroz, maíz, cebada, trigo y sorgo– el pronóstico de inventarios sigue siendo la gran preocupación. En la cosecha 2009-2010 se estimaba que los inventarios de granos alcanzarían las 487 millones de toneladas; al siguiente año el cálculo apuntaba a 437 millones y para la cosecha 2011-2012 se estima que llegará apenas a 424 millones de toneladas.

A los menores inventarios se suma la creciente demanda de países emergentes como India y China, donde el aumento en los ingresos genera mayor consumo. Un ingrediente adicional para atizar los precios de los alimentos, que han llegado a niveles incluso superiores a los que se dieron antes de la crisis financiera de 2008.

Pero no solo los factores climáticos y de demanda son los culpables de las alzas. También se debe sumar el reciente ‘trasteo’ de algunos inversionistas que, tras la crisis de deuda de Grecia, han decidido poner sus recursos en las bolsas de alimentos. Sus decisiones de sacar sus ganancias –o colocar más recursos– están generando una fuerte volatilidad en los precios y se convierten en un factor adicional de preocupación.

Aunque ya las alarmas por los altos precios de los alimentos se han encendido en el mundo, no es claro que su solución se dé en el corto plazo. Carlos Andrés Pérez, coordinador de estudios económicos de Asocaña, explica que el Banco Mundial (BM) propuso invertir cada año unos US$14.000 millones en el mundo para frenar la caída de los inventarios de alimentos en los países más pobres y reducir a la mitad el número de personas que padecen de hambre.

La perspectiva de precios es buena para los inversionistas pero no tanto para los consumidores. Aún si se logran avances por el lado de la oferta, no hay garantías de una solución completa pues, por el lado de la demanda, cada año crece la población cuyos ingresos han aumentado y generan nuevas presiones por alimentos.

Lo más grave es que, mientras suben los precios de los alimentos, el hambre en el mundo no cede: el BM estima que para este año serán más de 1.000 millones el número de personas que padecerán hambre. Un escenario poco halagador.