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Para algunos de los accionistas tradicionales de estos clubes, la clase media ha tenido un empuje enorme. Además la crisis ha puesto en aprietos la sostenibilidad de muchos clubes.

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Balota gris

La desaceleración de la economía ha llevado a algunos de los clubes más tradicionales a reducir el número de balotas negras para recibir nuevos socios.

15 de agosto de 2012

El nombre de Luis Eduardo ‘el indio’ Díaz figura en el libro de oro de los fundadores del Gun Club y las normas de etiqueta, que él observó e inspiró con rigor, han prevalecido a lo largo de los 130 años de historia de una de las instituciones más caras a los afectos de la rancia sociedad bogotana.

El apelativo de este caballero, rico hacendado y dueño de algunas de las mejores tierras de la Sabana a finales del siglo XIX, no tenía nada que ver con su origen étnico (alguna vez el maestro Germán Arciniegas lo describió como “el más blanco entre los blancos”), sino con el gusto que experimentaba al recorrer parajes boscosos donde montaba cotos de caza con sus amigos.

A su hijo Luis Eduardo le inculcó ideas según las cuales la clase de una persona no dependía tanto de su fortuna como de su origen, ascendiente social, educación y el valor de su palabra. Y ‘el indio’ sabía honrar la suya. Alguna vez le prometió al padre del maestro Arciniegas que le traería de Europa una piel de león. Lo hizo y Arciniegas padre pudo fabricarse unos zamarros que aquilataron su prestigio de jinete elegante y hombre distinguido.

En la Colombia de entonces, aquellos valores quedaron reflejados en las estrictas normas de admisión del club. Cuando los aspirantes no cumplían con el estricto rasero, la respuesta era una balota negra.
Aquella generación de intelectuales puros, fue seguida por otra de ejecutivos financieros, hombres de bolsa y muchachos de la alta sociedad que dieron vida a clubes que hoy puntean en cualquier ranking: el Country, Los Lagartos, Guaymaral o los campestres de Medellín y Barranquilla.

Sus criterios de admisión parecían grabados sobre piedra. Sin embargo, las nuevas realidades sociales y económicas han hecho que los requisitos sean hoy mucho más flexibles. “La clase media ha tenido un empuje enorme y la crisis económica ha puesto en aprietos la sostenibilidad de estas instituciones”, dice Rodrigo Dousdebés, socio de una de ellas hace 30 años.

Las visitas domiciliarias a los aspirantes ya no son decisivas. “Si alguien tiene colgados en las paredes de su sala gobelinos del 7 de agosto, ya no es mirado como alguien perteneciente a la cultura kitsch. Importan más sus cuentas bancarias”, admite otro socio.

Hay un acuerdo tácito para que así sea entre 70 clubes. Otros, como el tradicional Jockey Club, mantienen su esencia y prefieren cambiar de sede antes que aceptar un nuevo socio que rompa con su tradición.

Así piensa también Maruja Ureña, una empresaria de Ibagué, que abandonó el Club Campestre y prometió regalar su acción cuando vio a un joven bailando y fumando en el salón principal de recepciones.